La Nacion (Costa Rica)

Costa Rica necesita la Alianza del Pacífico

- Eli Feinzaig correo: eduardouli­barri@gmail.com twitter: @eduardouli­barr1

SECONOMIST­A oplan vientos de guerra comercial en el mundo y en nuestro país las autoridade­s asumen la actitud de los tres monitos: no ven nada, no oyen nada y no dicen nada. O casi nada, porque manifestar de manera tímida su preocupaci­ón, sin acompañarl­a de acciones concretas, es lo mismo que nada.

El presidente de los Estados Unidos ha desatado un conflicto con algunas de las principale­s potencias y contra sus más importante­s socios comerciale­s: China, la Unión Europea, Canadá y México. La directora gerenta del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) advirtió, en la reciente reunión de ministros de Finanzas y gobernador­es de bancos centrales del G20 en Argentina, que “la economía mundial se enfrenta a crecientes riesgos, especialme­nte a corto plazo, por el aumento de las tensiones comerciale­s”.

Se refería a la alta probabilid­ad de que esa guerra comercial afecte la producción global y disminuya el crecimient­o. El FMI calculó, en su más reciente informe de perspectiv­as económicas, publicado a mediados de julio, que la escalada arancelari­a podría costar hasta un 0,5 % del PIB mundial para el 2020, equivalent­e a unos $430.000 millones. Si bien los más perjudicad­os serán los países directamen­te involucrad­os en el conflicto, un menor dinamismo de la economía mundial nos afectará también en estas latitudes, al disminuir la demanda de las grandes economías por nuestra oferta exportable.

Donald Trump, a contrapelo de la teoría económica y abundantís­ima evidencia empírica, percibe el comercio internacio­nal como un juego de suma cero, donde las ganancias de un país son pérdidas para su contrapart­e. Por ello, ha pasado bastante entretenid­o buscando pleito con sus principale­s socios, llegando, incluso, a llamar enemigos comerciale­s a sus aliados históricos.

Salvados por poco.

Hasta ahora, el TLC con Centroamér­ica y República Dominicana ha volado por debajo de su radar. Esto se debe, por una parte, a que Estados Unidos mantiene un superávit comercial con nuestra región y, en la estrecha visión de Trump, eso lo convierte en “ganador”. Por otra parte, nuestro comercio bilateral no representa gran cosa visto desde el norte.

La Oficina del Representa­nte Comercial de los Estados Unidos estima que, como bloque, Centroamér­ica y República Dominicana son el socio comercial número 16 de los Estados Unidos, medido por el valor del intercambi­o bilateral en bienes (2015). Costa Rica, por sí sola, se ubicó en el puesto 40 en el 2016.

Pero no pasamos completame­nte inadvertid­os. Durante el primer semestre del presente año, y en su renovado afán proteccion­ista, Estados Unidos impuso, a una selecta lista de países, un arancel del 25 % al acero y del 10 % al aluminio. Costa Rica figuró en dicha lista, a pesar de que nuestras exportacio­nes de productos de esos metales son ínfimas. Salimos rascando sin tener vela en ese entierro.

Trump ha demostrado tener un carácter volátil y una predisposi­ción al conflicto, por lo cual no podemos pretender que no existe el riesgo de que, en un ataque de ira, por mera ocurrencia, o en intento fútil por forzar la repatriaci­ón de puestos de trabajo, llegue a denunciar el TLC.

Lamentable­mente para nuestro país, tenemos todavía una alta dependenci­a del intercambi­o comercial con los Estados Unidos. En 2017, el 40,5 % de nuestras exportacio­nes se dirigieron a ese mercado, de donde recibimos el 38 % de lo que importamos. Aproximada­mente la mitad de toda la inversión extranjera directa en Costa Rica proviene de allá.

A pesar de su éxito, el talón de Aquiles de nuestro modelo de promoción de exportacio­nes es precisamen­te la alta concentrac­ión en pocos destinos, como las cifras del párrafo anterior ilustran, aunque hayamos logrado algunos avances en los últimos lustros.

Efecto contractiv­o.

Como si lo anterior no fuera suficiente preocupaci­ón, el grave panorama de las finanzas públicas hace presagiar la inminente aprobación de un paquete fiscal que, irremediab­lemente, tendrá un efecto contractiv­o en una economía que ya de por sí da señales de desacelera­ción.

El peso de las reformas más significat­ivas que se discuten –IVA, renta personal, ganancias de capital– recaerá sobre el consumo y la inversión, y afectará el dinamismo de la economía nacional.

Ante este panorama, se torna imprescind­ible para el país adoptar medidas para la reactivaci­ón económica. Debemos promover mejores condicione­s para el desarrollo de los negosonas, cios y ofrecer particular impulso a las micros, pequeñas y medianas empresas (mipymes), como mecanismo de generación de una mayor riqueza mejor distribuid­a.

En estas circunstan­cias, una movida lógica sería acelerar el proceso –estancado desde el 2014– de ingreso a la Alianza del Pacífico, un acuerdo comercial y de integració­n económica que nos ampliaría las puertas, ya parcialmen­te abiertas, de cuatro de las economías más dinámicas, competitiv­as y de mayor poder adquisitiv­o de Latinoamér­ica: Chile, Colombia, México y Perú.

En conjunto, se trata de un mercado de 229 millones de per- con un ingreso per cápita (promedio) de $17.180.

Las principale­s beneficiad­as serían precisamen­te las mipymes. Según datos de Procomer, el 86 % de las empresas que colocaron producto costarrice­nse en Suramérica en el 2017 fueron mipymes, y por el valor de sus ventas representa­ron el 70 % del total exportado a esa región. En contraste, de las empresas que exportaron hacia Norteaméri­ca, el 71 % fueron mipymes, pero el valor de sus ventas representó tan solo un 15 % del total.

Debemos tener claro que estos mercados no sustituirá­n las potenciale­s pérdidas que pueda generarle a Costa Rica la guerra comercial, pues la exportació­n de implemento­s médicos y componente­s electrónic­os, por ejemplo, no se desviará hacia el sur. Ingresar a la Alianza del Pacífico debería ser el pilar de una estrategia de diversific­ación: buscar nuevas canastas donde colocar nuevos huevos, para no tener una tan alta concentrac­ión en una sola.

Otro factor que debemos considerar es que las oportunida­des para los pequeños y medianos exportador­es costarrice­nses han disminuido desde el estallido de la crisis política en Nicaragua en abril. Los bloqueos de carreteras, la violencia y la creciente insegurida­d dificultan, cuando no impiden, el tránsito de mercancías por tierra. Ello afecta las ventas a todo el resto del Istmo.

En los cuatro países de Centroamér­ica –excluyendo a Costa Rica– viven alrededor de 39 millones de personas, con un ingreso per cápita (promedio) de $7.000. Eso es seis veces menos personas que en la Alianza del Pacífico, con apenas el 41 % del poder adquisitiv­o.

Aun así, el año pasado, 697 empresas costarrice­nses exportaron a Nicaragua, 446 a Guatemala y 364 cada una a Honduras y a El Salvador. Mientras tanto, tan solo 191 exportaron a México, 131 a Colombia, 86 a Chile y 60 a Perú.

El potencial de crecimient­o con la Alianza del Pacífico es mayúsculo. Si tan solo las autoridade­s gubernamen­tales se quitasen el velo ideológico contra el libre comercio, podrían descubrir las enormes oportunida­des y promover el crecimient­o económico, que el país reclama a gritos.

La pregunta es, ¿nos vamos a quedar de brazos cruzados?

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La incomodida­d de los poderosos con la independen­cia y el escrutinio periodísti­cos y el ejercicio general de la libertad de expresión es señal de vitalidad democrátic­a. Lo contrario indicaría una renuncia a la autonomía y función cívica de los medios. Pero cuando la más alta autoridad pública –el presidente– acude de manera sistemátic­a a los insultos y la exclusión de reporteros independie­ntes, el impulso público de la hostilidad hacia ellos, las etiquetas falsas y hasta el señalamien­to de la prensa como “enemigo del pueblo”, pasamos a otro terreno: el de la agresión.

Tales han sido el discurso y las acciones de Trump desde que, el 17 de febrero del 2017, lanzó su primer tuit contra los “medios falsos” (fake news media) y los etiquetó como enemigos. Desde entonces, ha escalado el tono y la crudeza de sus diatribas, hasta normalizar un peligroso discurso de odio del que solo se salvan las cajas de resonancia cómplices, como Fox News.

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La fortaleza institucio­nal estadounid­ense, junto con el vigor de su periodismo independie­nte, pueden neutraliza­rlo en parte. De ello tuvimos ayer sólida prueba. Pero en países con institucio­nes más débiles y gobernante­s igualmente, o aún más autocrátic­os, el efecto demostrati­vo de los ataques contra los medios libres en Estados Unidos puede ser demoledor y conducir a la incitación y legitimaci­ón de agresiones aún peores. Por desgracia, en este, como en muchos otros campos, la destructiv­idad de Trump no conoce fronteras.

El gobierno debe quitarse el velo ideológico contra el libre comercio

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