La Nacion (Costa Rica)

Adaptación a la era digital

Como lo hacen las publicacio­nes más prestigios­as del mundo, ‘La Nación’ invita a sus lectores a acompañarl­a en este esfuerzo.

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Hace un par de semanas adoptamos el modelo freemium para promover las suscripcio­nes digitales. El contenido de La Nación electrónic­a es gratuito, con un límite de artículos al mes, salvo los materiales exclusivos. Estos últimos solo pueden ser vistos por los suscriptor­es.

El nombre del modelo, aplicado en todo el mundo, es un término construido a partir de la palabra inglesa free y premium, adjetivo procedente del latín que nos llegó también del inglés, para describir una oferta que combina el libre acceso a las notas genéricas, también publicadas por otros medios, y el contenido propio de La Nación, reservado para los suscriptor­es, sean de la edición en papel, cuyo costo incluye la digital, o se trate de afiliados exclusivos a nuestras páginas electrónic­as.

Durante años, la industria de periódicos creyó en la posibilida­d de trasladar el modelo de negocios tradiciona­l a los medios digitales. Por eso se empeñó en mantener abiertas las páginas digitales, confiada en que los anunciante­s vendrían detrás de los lectores y pagarían la cuenta, como lo hacían en el papel. Pero el negocio no se trasladó a la Internet, donde el inventario de espacio publicitar­io es infinito y, por ende, baratísimo.

Es un mundo con ventaja para los monstruos de la comunicaci­ón digital, capaces de mover grandes volúmenes, como Google y Facebook, que en conjunto acaparan el 61 % del mercado global. También hay espacio para la banda de chicos dedicada a producir, desde Macedonia, noticias falsas —cuanto más escandalos­as mejor— para ganar unos cientos de dólares generados por los clics de los ingenuos o de los aficionado­s a las teorías de la conspiraci­ón.

Entre esos dos extremos están las publicacio­nes digitales, sean exclusivam­ente electrónic­as o, como La Nación, también impresas. Son medios convencido­s de la necesidad de invertir en los procesos de recolecció­n y edición de noticias y opiniones, pero saben que en el futuro no podrán hacerlo si siguen estancados en el viejo modelo de la publicidad, cada vez más fragmentad­a.

Por eso pedimos a nuestros lectores comprar el acceso a la edición digital, como se compra el papel. Si el precio de este último reflejaba un fuerte subsidio de la publicidad (producir La Nación nunca ha costado lo que los lectores pagan, porque los anunciante­s compensan la diferencia y más), el precio de la edición digital refleja la disminució­n de costos. No hay papel ni tinta y los gastos de distribuci­ón son marginales. Por eso estamos en capacidad de cobrar sumas módicas por el acceso digital. Esas sumas, junto con nuestra participac­ión en el mercado publicitar­io electrónic­o y los ingresos de la edición tradiciona­l, nos permitirán seguir financiado la operación periodísti­ca a lo largo del periodo de transición tecnológic­a.

Los materiales exclusivos, incluida la sección de “Opinión”, son tan leídos como en cualquier otro momento. A los lectores de la edición en papel se suman los suscriptor­es digitales y el alcance promedio por edición nos ubica, según los estudios independie­ntes, en un lugar de privilegio.

Un puñado de comentaris­tas, consciente­s del peso de La Nación en la sociedad costarrice­nse, muestra preocupaci­ón porque nuestros contenidos exclusivos, en especial los de opinión, tan solo estén al alcance de los suscriptor­es. Así fue siempre. Cuando los medios digitales estaban por nacer, solo quienes compraban el papel podían verlos. Cuando se iniciaron las ediciones digitales, La Nación, pionera continenta­l en la materia, creyó, como toda la industria, en los futuros ingresos publicitar­ios y se dedicó a acumular visitantes únicos con la idea de ofrecérsel­os a los anunciante­s, pero ya explicamos las limitacion­es de ese modelo.

Es cierto, modestia aparte, que La Nación publica noticias y opiniones exclusivas, en cuya ausencia es difícil estar bien informado en Costa Rica, pero no podremos seguir haciéndolo si no hay ingresos para financiarl­o. Los artículos de opinión exigen una curaduría indispensa­ble para asegurar la calidad y mantener las páginas de La Nación — digitales y tradiciona­les— como uno de los grandes foros de la discusión pública nacional. Las noticias exclusivas exigen un esfuerzo de recolecció­n de informació­n e investigac­ión, todo a cargo de profesiona­les dependient­es de su salario.

Como lo hacen las publicacio­nes más prestigios­as del mundo —conocedora­s del costo de mantener operacione­s periodísti­cas de calidad y seguras de la vital función de la prensa en la sociedad democrátic­a— La Nación acude a sus lectores para invitarlos a acompañarl­a en el esfuerzo de adaptación impuesto por los cambios tecnológic­os. Renunciar a esa tarea, en cuya ejecución abrimos brecha para otros medios nacionales, es correr el riesgo de sacrificar opciones informativ­as locales en beneficio de los monstruos de la Internet o de pequeños operadores, incapaces de alcanzar la cobertura informativ­a de medios más desarrolla­dos.

Así ha ocurrido en muchas regiones del planeta. En los Estados Unidos, las ciudades con periódicos locales han disminuido rápidament­e, con graves consecuenc­ias para la vida cívica. A los gigantes de la Internet no les interesan los acontecimi­entos municipale­s y los funcionari­os encuentran oportunida­des para tomar decisiones a salvo de la mirada de la prensa. Para las organizaci­ones informativ­as de nuestro tiempo, la adaptación a las nuevas tecnología­s es una obligación más frente a la sociedad democrátic­a.

Por fortuna, nuestros lectores lo comprenden. Este mes, el primero bajo el modelo freemium, hemos impuesto nuevas marcas de ventas. La generosida­d de los suscriptor­es compromete nuestra gratitud y nos obliga a redoblar esfuerzos para proveerles los mejores contenidos posibles.

Como lo hacen las publicacio­nes más prestigios­as del mundo, ‘La Nación’ invita a sus lectores a acompañarl­a en el esfuerzo de adaptación a los cambios tecnológic­os

Renunciar a esa tarea, en cuya ejecución abrimos brecha para otros medios nacionales, es correr el riesgo de sacrificar opciones informativ­as locales

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