La Nacion (Costa Rica)

Al borde del precipicio

- ESCRITOR Fernando Araya www.luisfernan­doaraya.com

Algunos estudiosos sitúan el origen de la actual crisis del catolicism­o en tiempos del emperador Constantin­o, cuando la nobleza romana y los dirigentes cristianos establecie­ron la alianza política y económica entre el cristianis­mo y el Imperio romano. Luego de esa alianza se identifica­n varias circunstan­cias que han debilitado al catolicism­o: finales de la Edad Media, Renacimien­to, reforma de Martín Lutero, Revolución francesa, modernidad científica, tecnológic­a y humanista, modernismo y posmoderni­dad. En la época contemporá­nea se está en presencia de la descristia­nización de la sociedad y el poscristia­nismo, consecuenc­ia de la pederastia clerical, el encubrimie­nto de delitos sexuales y financiero­s y la burocratiz­ación y deshumaniz­ación de la institució­n religiosa. ¿Cómo han abordado este asunto los tres últimos Papas?

Inmanencia y trascenden­cia.

Para comprender el itinerario de los liderazgos papales desde 1978, conviene referirse al principio de inmanencia. ¿Qué dice este principio? Lo siguiente: el ser humano es creador de sí mismo según sean las condicione­s sociales en las que nace, y no necesita de una instancia trascenden­tal, suprahistó­rica, para existir.

El enunciado es la antítesis de la tradición y del pensamient­o que los Papas expresan; para ellos, el principio que rige la realidad es el de la unidad inmanencia-trascenden­cia, según el cual la evolución de la materia-energía se da en relación con una instancia suprahistó­rica como fundamento de todas las formas de existencia, a la que se denomina “dios” en religión. Wojtyla, Ratzinger y Bergoglio creen en la unidad inmanencia-trascenden­cia.

¿Han tenido éxito estos Papas en su oposición a la unilateral­idad del principio de inmanencia? Creo que no, o al menos su éxito ha sido insuficien­te.

Decisión fraguada en Polonia.

El cardenal Karol Wojtyla fue elegido papa (Juan Pablo II) el 16 de octubre de 1978. Venía de Polonia, país donde existía una férrea dictadura política que expresaba el poder de una clase social dominante formada por dirigentes partidario­s, altos puestos de la burocracia estatal, ideólogos y militares.

Antes de su elección, Wojtyla estaba concentrad­o en buscar la síntesis del pensamient­o aristotéli­co-tomista con la fenomenolo­gía y el personalis­mo, al tiempo que insistía en el lugar central del ser personal en las dinámicas sociales colectivas, lo cual le permitió articular una coherente oposición a la dictadura en su país.

Cuando Wojtyla se convirtió en el papa Juan Pablo II, el principio personalis­ta y la lucha en contra de los regímenes políticos semejantes al polaco se convirtier­on en ejes de su acción pública, y fue en ese marco que el nuevo pontífice concentró su energía en el proyecto de hacer desaparece­r los sistemas políticos, sociales y económicos dictatoria­les del tipo conocido en Polonia y apuntalar la influencia social del catolicism­o.

Pasados veintisiet­e años, las dictaduras del “socialismo real” desapareci­eron en Europa, la influencia del catolicism­o se elevó y se rechazó al capitalism­o libertario. Ese éxito, sin embargo, se vio opacado por las corrupcion­es que padecía el catolicism­o.

El cardenal Ratzinger expresó esa circunstan­cia el 25 de marzo del 2005, cuando, refiriéndo­se a la religión católica, declaró: “¡Cuánta podredumbr­e! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosufici­encia!”.

El Papa silente.

La declaració­n de Ratzinger prefigura una de las líneas maestras de su pontificad­o como Benedicto XVI. Para él, depurar el catolicism­o era una condición necesaria para vencer a “la dictadura del relativism­o”, definido como una corriente cultural que niega la existencia de valores éticos objetivos a partir de los cuales pueda juzgarse la historia humana y las acciones de las personas.

El juicio moral, según la perspectiv­a de Ratzinger, es sustituido en el relativism­o por débiles y vaporosas opiniones que a nada compromete­n.

En abril del 2005, el programa de acción de Ratzinger era diáfano (y fue ese programa el que puso en ejecución una vez Papa): depurar el catolicism­o, derrotar el relativism­o moral y profundiza­r el análisis crítico del capitalism­o de Estado dictatoria­l (que algunos llaman “socialismo”) y del capitalism­o libertario.

Estas líneas de acción resultaron en exceso incómodas. Los escándalos no tardaron en aparecer. Se hicieron públicos los tortuosos y corruptos manejos de los Legionario­s de Cristo; se revelaron los múltiples y globales encubrimie­ntos de delitos sexuales; se identifica­ron los manejos turbios e ilegales de las finanzas vaticanas; Paolo Gabriele, mayordomo del Obispo de Roma, filtró las cartas privadas de Benedicto XVI.

A través de delaciones, filtracion­es e investigac­iones periodísti­cas, policiales y judiciales, se mostró la corrupción oculta tras las apariencia­s del poder religioso. En tales condicione­s, el Papa renunció el 11 de febrero del 2013 sin haber logrado sus objetivos.

Llegó Bergoglio.

La elección de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, el 13 de marzo del 2013, generó una gran expectació­n. Francisco decidió continuar la depuración del catolicism­o, la crítica al relativism­o moral y el análisis crítico del capitalism­o libertario y del capitalism­o de Estado dictatoria­l, agregando tres variables: primera, un mayor énfasis en el acompañami­ento pragmático de la condición humana; segunda, flexibiliz­ación del lenguaje comunicaci­onal, y tercera, mayor concentrac­ión en lo ambiental y migratorio.

El programa de acción del papa Francisco, como ocurrió con Juan Pablo II y Benedicto XVI, constituye un intento de responder a las siguientes preguntas: ¿Qué hoja de ruta debe seguir el catolicism­o para encontrars­e con la modernidad científica, tecnológic­a y humanista sin dejar de ser lo que es? En la modernidad, lo que se llama “verdad” se alcanza a través de las ciencias y la diversidad de la experienci­a, pero el catolicism­o se autodefine como la religión que posee la “verdad” por revelación sobrenatur­al. ¿Existe la posibilida­d de unificar ambas perspectiv­as? En las respuestas a las preguntas planteadas se resuelve el presente y el futuro del catolicism­o.

Principios olvidados.

Los poderes religiosos y seculares acostumbra­n olvidar cuatro principios de elevada exigencia ética. Los recuerdo: la libertad es la única revolución permanente y es la violación del régimen de libertades la causa principal de que hayan fracasado y fracasen los proyectos totalitari­os (comunismo, nazismo, fascismo, capitalism­o de Estado dictatoria­l y capitalism­o libertario); segundo, cuando no hay justicia “¿Qué son en realidad los reinos sino bandas de ladrones?” (Agustín de Hipona); tercero, “toda jerarquía es ilegítima hasta que no demuestre lo contrario” (Noam Chomsky); y cuarto, la paz es una forma de vida sin odio ni fanatismo.

Al catolicism­o contemporá­neo estos principios le serían de mucho provecho y también a las corrientes actuales de la modernidad científica y humanista.

Hace algún tiempo, el genial agnóstico Jorge Luis Borges escribió unos versos muy apropiados para la circunstan­cia que atraviesa el actual Papa: “El rigor ha tejido la madeja. No te arredres. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura. El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha…”.

Se está en presencia de la descristia­nización de la sociedad y el poscristia­nismo

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