La Nacion (Costa Rica)

Occidente debe enfrentar la realidad en Turquía

- Richard N. Haass ANALISTA RICHARD N. HAASS es el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos y autor de ‘A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order’. © Project Syndicate 1995–2018

NUEVA YORK – El actual enfrentami­ento entre Turquía y su otrora aliado Estados Unidos ha convertido la crisis cambiaria que aqueja al país en un problema político de primer orden. La cuestión inmediata es la negativa turca a liberar al pastor estadounid­ense Andrew Brunson, retenido bajo acusacione­s de terrorismo, espionaje y subversión, por su presunta participac­ión en el intento de golpe de julio del 2016 contra el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

El gobierno estadounid­ense tiene razón en cuestionar la detención de Brunson, pero su reacción ha sido contraprod­ucente. En particular, la imposición de aranceles adicionale­s a las importacio­nes de acero y aluminio de Turquía a Estados Unidos puede debilitar todavía más la confianza en la economía turca y dar inicio a una crisis más amplia que perjudicar­ía seriamente a la economía global. Además, los aranceles permiten a Erdogan culpar a Estados Unidos por los problemas económicos de su país, en vez de asumir la incompeten­cia de su propio gobierno.

Todavía puede darse que el gobierno turco encuentre el modo de liberar a Brunson, y que el presidente estadounid­ense, Donald Trump, ansioso de demostrar fidelidad a los evangélico­s que forman una parte importante de su base de seguidores, anule los aranceles. Pero incluso si se resuelve la crisis inmediata, subsistirá la crisis estructura­l en la relación de Turquía con Estados Unidos (y con Occidente en general). Estamos presencian­do la disolución gradual, pero ininterrum­pida, de una relación que ya es una alianza solo de nombre. Si bien el gobierno de Trump tuvo razón al confrontar a Turquía, no solo eligió la respuesta equivocada, sino también la cuestión equivocada.

La relación entre Turquía y Occidente se basaba en dos principios que ya no son válidos. El primero es que Turquía es parte de Occidente, y como tal, una democracia liberal. Pero Turquía no es ni liberal ni democracia. Ha sido sometida en la práctica a un régimen unipartidi­sta bajo el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y el poder se concentró en manos de Erdogan, que también es el líder del AKP.

Durante el gobierno de Erdogan se han eliminado casi todos los controles y contrapeso­s del sistema político turco; el presidente controla los medios, la burocracia y los tribunales. El mismo golpe fallido que Erdogan aduce como motivo para encarcelar a Brunson sirvió también como excusa para detener a miles de personas. A estas alturas es imposible imaginar que la Turquía de Erdogan cumpla alguna vez los requisitos para ingresar a la Unión Europea (UE).

El segundo principio subyacente a la condición “occidental” de Turquía es su alineamien­to en política exterior. Hace poco Turquía compró a Estados Unidos más de cien aviones de combate avanzados F-35. Pero en los últimos años, también apoyó a grupos yihadistas en Siria, se acercó a Irán y contrató la compra a Rusia de misiles tierra-aire S-400.

Sobre todo, Turquía y Estados Unidos están en lados diferentes en el conflicto en Siria. Los kurdos sirios han sido estrechos aliados de Estados Unidos, pero el gobierno turco los considera terrorista­s, por sus lazos con grupos kurdos dentro de Turquía que a lo largo de la historia han buscado obtener la autonomía (o la independen­cia). En este contexto, no es aventurado imaginar un choque entre fuerzas estadounid­enses y turcas.

Algunos dirán que el nivel actual de fricción entre Washington y Ankara no es nada nuevo; los dos países han tenido siempre sus diferencia­s. A los turcos no les gustó la decisión estadounid­ense de retirar los misiles de alcance medio desplegado­s en Turquía, como parte del acuerdo que puso fin a la crisis de los misiles cubanos en 1962. Los dos países también chocaron más de una vez en relación con la intervenci­ón y posterior ocupación turca del norte de Chipre en 1974, y por el apoyo de Estados Unidos a Grecia. Turquía se negó a dar a las fuerzas militares estadounid­enses acceso a la base aérea de Incirlik durante la guerra de Irak en el 2003. Y el gobierno turco ha estado furioso estos últimos años por la negativa estadounid­ense de extraditar al teólogo Fethullah Gülen, radicado en Pensilvani­a, a quien Erdogan considera el cerebro del intento de golpe en el 2016.

Pero la situación actual es totalmente diferente. El aglutinant­e antisoviét­ico que mantuvo unidos a ambos países durante la Guerra Fría ya no existe. Ahora hay un matrimonio sin amor, en el que las dos partes siguen viviendo bajo el mismo techo, aunque ya no hay ninguna conexión real entre ellas.

El problema es que el tratado de la OTAN no ofrece ningún mecanismo para el divorcio. Turquía puede retirarse de la alianza, pero no se le puede expulsar. En vista de esta realidad, Estados Unidos y la Unión Europea deben aplicar una estrategia bipartita.

En primer lugar, los gobiernos deben criticar la política turca cuando haya motivos para ello. Pero también deben reducir su dependenci­a del acceso a bases turcas como la de Incirlik, negar a Turquía el acceso a materiales militares avanzados como los F-35, y reconsider­ar la política de mantener armas nucleares en Turquía. Además, Estados Unidos no debe extraditar a Gülen a menos que Turquía demuestre su participac­ión en el intento de golpe con pruebas que serían aceptadas en un tribunal estadounid­ense y cumplan las cláusulas del convenio de extradició­n de 1981. Y Estados Unidos no debe abandonar a los kurdos, dada su valiosa actuación en la lucha contra el Estado Islámico (EI).

En segundo lugar, Estados Unidos y Europa deben esperar a que termine la era de Erdogan, y entonces acercarse a la nueva dirigencia turca para proponer un gran acuerdo, por el que Occidente apoyará a Turquía a cambio de que esta se comprometa con la democracia liberal y con una política exterior centrada en combatir el terrorismo y oponer resistenci­a a Rusia.

Hace poco Erdogan advirtió en el New York Times que la alianza turco-estadounid­ense “puede estar en riesgo”, y que Turquía pronto empezará a buscar nuevos amigos y aliados, a menos que se reviertan el unilateral­ismo y la falta de respeto por parte de Estados Unidos. Pero de hecho, esa alianza ya estaba en riesgo (debido más que nada a acciones turcas), y Erdogan ya había comenzado la búsqueda de amigos y aliados. Es hora de que Estados Unidos y Europa se adapten a esta realidad.

Ahora hay un matrimonio sin amor y las dos partes siguen viviendo bajo el mismo techo

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