Condena total a la xenofobia
El mensaje de intransigencia, odio y, peor aún, violencia, de unos pocos manifestantes, resulta, simplemente, inaceptable.
Nunca había pasado por nuestra mente que sentiríamos el deber de escribir un editorial rechazando la agresión xenófoba en Costa Rica. Por desgracia, el momento ha llegado. La aberración de violar la dignidad e integridad de otras personas por razón de su nacionalidad, como si el hecho de nacer en otro país las convirtiera en seres de segunda categoría, se hizo presente el sábado, de manera ostensible, en nuestra capital. El mensaje de intransigencia, odio y, peor aún, violencia, escenificado por unos pocos cientos de manifestantes, resulta, simplemente, inaceptable.
Como seres humanos y, más aún, ciudadanos de un país que ha hecho del respeto mutuo y la convivencia pacífica un eje de su identidad y vida cotidiana, condenamos enfáticamente esos actos, a sus ejecutores y, sobre todo, a sus instigadores. Sobre ellos deben caer todo el peso de la ley y un absoluto rechazo público.
Si hablamos de instigadores es porque todo indica que ni la manifestación ni sus secuelas fueron producto de la espontaneidad o de una difusa coordinación de voluntades individuales. Al contrario. Desde días atrás, tal como detectó nuestro servicio de verificación fáctica “No Coma Cuento”, se desarrolló una campaña de mentiras o medias verdades claramente destinada a generar miedo, enojo y rechazo hacia los migrantes nicaragüenses, en particular contra quienes, debido a la matanza emprendida desde mediados de abril por el régimen de su país y a la consecuente parálisis económica, se han visto forzados a dejar sus hogares en busca de protección y sustento.
Sin duda su ingreso, que ya alcanza alrededor de 20.000 personas, presenta un serio desafío para nuestras autoridades, la economía y los servicios. Dentro de sus posibilidades, nuestro Estado ha respondido con prontitud, sensatez, apego a la ley y sensibilidad hacia los hermanos nicaragüenses. Además, contamos con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y se gestionan, también, aportes de Estados Unidos y la Unión Europea. Es decir, si bien es cierto no se pueden controlar en su totalidad ni el flujo ni las modalidades de integración, y las medidas en ambas dimensiones habrá que ajustarlas a la evolución de ambos fenómenos, la situación no se ha salido de las manos.
En términos generales, la reacción de la mayoría de nuestro pueblo ha estado a la altura de lo que se requiere: empatía y respeto hacia quienes huyen en contra de su voluntad, apoyo para que puedan sobrellevar la dura prueba, paciencia con los resultados de las políticas públicas desplegadas y una clara conciencia de que los migrantes son víctimas de una dictadura que ha arreciado su represión y difícilmente está dispuesta cambiar de actitud. Es lo menos que merecen nuestros desdichados vecinos, y solo así lograremos afrontar las dimensiones inmediatas de la emergencia y crear condiciones para la gestión de la migración nicaragüense a mediano plazo.
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El mensaje de intransigencia, odio y, peor aún, violencia, escenificado por unos pocos cientos de manifestantes, resulta, simplemente, inaceptable
Ni la manifestación ni sus secuelas fueron producto de la espontaneidad o de una difusa coordinación de voluntades individuales