Exiliados por violencia viven nuevas angustias
José Luis, quien llegó a suelo tico hace un mes a causa de la crisis política que vive Nicaragua, no quiso compartir su apellido, pero sí su historia.
“El sábado nos sentimos angustiados, con ganas de llorar, porque de Nicaragua venimos huyendo, reprimidos, con aquella angustia; y ahora, a recibir otra angustia aquí”, lamentó el hombre.
Tener que dormir “donde le agarre la noche” no le impide andar presentable y con ropa limpia. “Estuve por el Molino Rojo –un bar en la avenida 10 de San José–, en un albergue de un pastor, pero como solo 50 personas están aceptando por noche, a veces nos toca dormir afuera”, comentó.
Las peripecias no las pasa solo él. Los azotes de vivir en la calle los sufren, sobre todo, las mujeres, quienes se ven expuestas a intentos de abusos sexual por parte de los indigentes.
José Luis rescata que, en medio de las penurias, muchas veces ha recibido ayuda. Los mismos nicaragüenses que alquilan cuartos, en algún sitio de la capital tica, le permiten bañarse y le comparten un espacio para guardar la ropa.
Encontrar trabajo es el fin. “Le pido al Gobierno que nos dé el chance de trabajar, que les digan a las empresas constructoras que nos den una oportunidad a los que tenemos carné (de refugiados) o andamos pasaporte, para demostrarles que nosotros, los nicaragüenses, somos trabajadores”, enfatizó.
La falta de empleo no es lo único que lo desvela. El cierre temporal del parque la Merced supuso una metáfora de vida para José Luis, quien siente que cada vez se les cierran más las puertas a él y a sus coterráneos en Costa Rica.
“Ya no podemos ni estar en el parque (...). Ahora andamos de un lado a otro. (...) Es triste, la verdad, porque nos vamos desuniendo”, admitió.
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