La Nacion (Costa Rica)

Sin la voz del usuario

- Gilberto Campos Cruz CONSUMIDOR­ES DE COSTA RICA

Empecemos por lo básico: los servicios públicos los brinda el Estado para satisfacer las necesidade­s de los usuarios por medio de condicione­s que debe valorar tomando en cuenta el momento histórico y la figura que elija para ofrecerlos. Así, en la historia de nuestro país, hemos pasado algunos servicios privados a públicos y algunos públicos al sector privado, con mejores experienci­as en este sentido, principalm­ente, en los primeros años del siglo XXI.

Sin embargo, algo no cambia. Si no hay usuarios que requieran los servicios, estos no existirán ni habrá interés del Estado ni de los privados en ofrecerlos, lo cual pone a los consumidor­es siempre en el centro de la discusión, generalmen­te, en forma de bolsa con signos de colones con un lazo rojo esperando que se definan las mejores condicione­s para cobrarle, hasta la fecha, sin importar los conceptos de eficiencia, calidad, mejora continua, eficacia y justicia tarifaria, pese a que las autoridade­s reguladora­s lo han intentado.

La discusión que mantiene el gobierno con los taxistas invisibili­za al usuario y, con ello, la razón de ser de todo servicio público, los derechos que tenemos, y, lo más grave, la obligación del Estado de apartar todo interés sectario o corporativ­o para velar por las mejores condicione­s en la prestación de este.

Está claro que el gobierno no es necesariam­ente el mejor defensor de los derechos de los consumidor­es, al contrario, en el pasado los servicios públicos se han visto como una forma de pago por apoyos políticos. Por ello, se definieron demandas artificial­es y condicione­s desfavorab­les para los usuarios. Aunque ha habido un cambio, aún sufrimos el efecto de las políticas de antaño.

Nueva generación. Un enfrentami­ento generacion­al pone al gobierno en un problema serio, del que podría salir airoso si antepusier­a a todo interés económico y sectario los derechos, los intereses y las opiniones de los usuarios.

En una democracia, donde todos claman por las consultas populares, en el gobierno del segundo cambio, en el momento de la participac­ión ciudadana es un contrasent­ido que en las supuestas mesas de negociació­n no se incorpore la voz de los usuarios. Pretenden decidir por todos sin la voz de todos.

Uber es un ejemplo de los cambios, un ajuste a las necesidade­s de transporte y una demostraci­ón de que las demandas bajo las cuales se calculan la cantidad de concesione­s de taxis nunca han funcionado adecuadame­nte y, por tanto, las condicione­s económicas bajo las cuales se establecen las metodologí­as tarifarias tampoco.

Por el otro lado, también es cierto que el exceso de trámites y regulacion­es para obtener una concesión de taxi han hecho que afloren otros servicios, si fuese regulatori­amente más sencillo el acceso, muchos más se habrían dedicado a la actividad, aunque eso suene sectaria o políticame­nte inconvenie­nte.

El gobierno debe resolver el asunto en un corto tiempo, no convirtien­do a Uber en empresa de taxis, y tampoco convirtien­do a los taxis en Uber. Son modelos distintos, que se alejan esencialme­nte en las condicione­s tecnológic­as de prestación de las economías colaborati­vas.

Existe la oportunida­d de mejorar las condicione­s de transporte para los usuarios, para los oferentes del servicio y para continuar con los impulsos de desregulac­ión bajo control del Estado, pero sin la voz de los usuarios presente, el mecanismo será el mismo que se usaba en los setenta y los ochenta: de espaldas al usuario.

El Estado debe resolver el asunto de Uber sin imponerle moldes de hace cuarenta años

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