La Nacion (Costa Rica)

Ticos prefieren nombres del cine y fútbol para sus hijos en vez de santos

Párroco aprobaba En el pasado, padres acudían al santoral o la Biblia para bautizar a niños Muy populares María de los Ángeles y Valentina; Juan Carlos y Sebastián

- Mauricio Meléndez

Para La Nación

¿Con cuál nombre registrará­n sus padres al niño cinco millones? Difícilmen­te, lo llamarán José Macario de Jesús o Fermina Luisa de la Trinidad, como era la usanza a mediados del siglo XIX.

Tampoco le pondrán una larga hilera de nombres, como lo hacían en aquellos lejanos años, cuando los pequeños tenían que aprender a escribir y memorizar hasta cinco.

Hay más probabilid­ades de que ese niño o niña, cuyo nacimiento se espera para el 1.° de setiembre, sea anotado en el Registro Civil como Angelina, Emma, Ronaldo o Keylor.

Así se concluye del análisis sobre la evolución de los nombres a lo largo de la historia del país con una perspectiv­a histórica y cultural, a propósito del nacimiento del habitante 5 millones. Este análisis se hizo con la informació­n facilitada por el Registro Civil.

El nombre propio que nos identifica durante toda la vida, es escogido por nuestros progenitor­es de entre los que ha habido antes en la familia, de alguien muy querido o admirado, de algún personaje histórico famoso o de una figura pública actual: desde la farándula y el fútbol hasta la política y la ciencia.

Sin embargo, en las familias de tradición hispano-cristiana –como las costarrice­nses– hace apenas 450 años la costumbre ofrecía opciones delimitada­s: el santoral, donde se consignaba­n aquellos nombres que la Iglesia católica considerab­a elegibles, o la Biblia, de la cual era posible tomar nombres del Antiguo y del Nuevo Testamento, visto bueno previo del párroco.

El santoral católico incluye a todas las personas veneradas como santos o beatos en una fecha específica, cuando se conmemora su muerte. Los padres de la criatura escogían opciones de este listado para bautizarla.

De aquella época en que se nombraba una persona según el santo del día, solo quedan las anécdotas y quizá alguno que otro adulto mayor que aún celebra el día de su santo…

En otras ocasiones, el nombre de los padres, abuelos o bisabuelos eran la inspiració­n. Un padrino, un tío o algún allegado de la familia podrían ser otra opción.

También desde tiempos remotos y todavía a fines del siglo XX, muchas familias católicas añadían un nombre que correspond­ía a la advocación; es decir, una divinidad o santo que protegería al bautizado.

En los últimos 150 años se ampliaron las posibilida­des con la inclusión de nombres de otras culturas y lenguas.

La evolución de la sociedad moderna, donde la radio, el cine, la televisión y, más recienteme­nte, la Internet han puesto en contacto a las personas de todo el planeta, con lo que se abrió un enorme abanico de opciones en la onomástica.

Asimismo, surgieron otras religiones que mermaron la primacía del santoral y beneficiar­on, algunas de ellas, el uso de nombres bíblicos del Antiguo Testamento, que antes no se permitían.

Igualmente, algún famoso podía inspirar el nombre que se le asignaba al recién nacido. Por ejemplo, en tiempos coloniales podía ser un gobernador, un sacerdote o un rey de España. Varios siglos después, lo serían una cantante, una actriz, un futbolista o un presidente.

Por ejemplo, don Francisco Serrano de Reina asumió la gobernació­n de Costa Rica en 1698. Llegó a Cartago con su esposa e hijos, entre ellos Francisco Bruno, nombre que se haría frecuente entre los niños nacidos en la entonces capital colonial.

A principios del siglo XVIII , arribó a la citada ciudad, don Cosme Damián Juárez, quien asumió el curato del lugar; su buen desempeño y las relaciones de amistad que el nombre Cosme Damián se le asignara a varios niños en Cartago.

Hoy, en cambio, el nombre Shakira –de la cantante colombiana–, Angelina –de la actriz norteameri­cana Angelina Jolie– o Keylor –del guardameta tico del Real Madrid–, podrían ser una opción para los padres.

Aunque inicialmen­te se escogía un solo nombre, luego se fueron añadiendo opciones hasta llegar, en Costa Rica, a cuatro nombres en la década de 1860 y a un máximo de cinco entre fines del siglo XIX e inicios del XX.

Aquí algunos ejemplos: José Leocadio de la Concepción (1849), José Macario de Jesús (1850), Fermina Luisa de la Trinidad (1850), Juan José de Dios (1855), José María Rafael de Jesús (1863), Jesús María Engracia Eloísa Rafaela (1882), Ramona Valeria Rosalía de Jesús (1894), Arturo José Domingo Bernardo (1901), Rafael Anselmo Gonzalo Benito (1914) y Óscar Luis José Antonio de Jesús (1928). En todo este periodo sin embargo, el promedio era darle al niño al menos tres nombres.

De todos esos nombres, la persona era conocida con uno o dos; solo en la intimidad familiar se sabía el completo.

Posteriorm­ente, en la década de 1930 se evolucionó a un máximo de tres que se redujo a dos a partir de 1964, y se ha llegado de nuevo a un solo nombre de pila.

Aunque los registros más antiguos de la Iglesia católica costarrice­nse se perdieron por el clima húmedo de Cartago y los azares del tiempo –recordemos que esta ciudad fue fundada en 1561–, se puede hacer un recuento de los nombres consignado­s en el primer libro de bautizos que se conserva (1594-1625) y el de las confirmas de 1625.

Por supuesto, en la lista de los nombres de ese periodo que hoy no son usuales tenemos: para mujer, Jerónima, Úrsula, Violante, Elvira, Damiana, Sabina, Gertrudis, Josefa, Dominga, Pascuala, Magdalena, Juana, Margarita, Gracia, Petrona (o Petronila), Fabiana, Clara y Micaela. Para hombre, Melchor, Antón, Cristóbal, Salvador, Hernando, Pascual, Jerónimo, Leandro, Jacinto, Lázaro, Lucas, Ambrosio, Baltasar, Domingo, Buenaventu­ra, Cosme, Gaspar, Isidro y Agustín.

Hay otros que aún siguen vigentes, como Ana, Catalina, María, Francisca, Luisa, Leonor, Inés, Lucía, Beatriz, Andrea, Elena, Isabel, Juan, Diego, Francisco, Andrés, Pedro, Miguel, Sebastián, Santiago, Mateo, Vicente, Bernardo, Alonso, Esteban, Marcos, Rafael, Tomás, Pablo, Simón, Antonio, Matías, Luis, Felipe y José.

Entre los siglos XVII y XX, hubo nombres que prácticame­nte desapareci­eron como Águeda, Antonia, Bartola, Benita, Bernabela, Bernarda, Cesárea, Dorotea, Efigenia, Egipciaca, Estéfana, Felipa, Hermenegil­da, Ildefonsa, Práxedes, Rita, Sinforiana, Teodosia, Tomasa, Tomasina, Alejo, Amparo, Anacleto, Basilio, Blas, Bonifacio, Casimiro, Cayetano, Clemente, Cornelio, Dámaso, Dionisio, Hilario, Jacobo, Justo, Narciso, Lázaro, Lorenzo, Nicomedes, Pancracio, Pánfilo, Romualdo, Silvestre, Ulises, Victorino y Zacarías.

En aquellos siglos, eran impensable­s nombres que no formaban parte del santoral ni estaban en la Biblia, como Yorleny, Giselle, Ivette, Ivonne, Washington, Walter, Haydée, Glenda, Gladys, Gloria, Griselda, Franklin, Flérida, Milton, Josette, Farid, Fanny, Fabricio, Euclides, Delia, Deyanira, Daisy, Corina, Azucena, Abelardo, Xenia, Aníbal, Napoleón, Héctor, Ofelia y Alcibíades.

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 ?? GABRIELA TÉLLEZ/ARCHIVO ?? En la actualidad, lo común es que los niños sean registrado­s con un solo nombre. Hace décadas, lo normal es que llevaran dos nombres y siglos atrás podían tener hasta cuatro.
GABRIELA TÉLLEZ/ARCHIVO En la actualidad, lo común es que los niños sean registrado­s con un solo nombre. Hace décadas, lo normal es que llevaran dos nombres y siglos atrás podían tener hasta cuatro.
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