La Nacion (Costa Rica)

Historia futura

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Es facilísimo plantarse frente a la pretensión de poner impuestos a la canasta básica o a la educación, no importa cuán modesto sea el tributo.

La demagogia en ocasiones parece indomable. Es facilísimo plantarse frente a la pretensión de poner impuestos a la canasta básica o a la educación, no importa cuán modesto sea el tributo. Es mucho más difícil explicar la posición contraria, no importa cuán correctos sean los argumentos técnicos.

La oposición a gravar la canasta básica parece una defensa de los desposeído­s y así se vende. En realidad, la exoneració­n puede tener el efecto contrario. La ventaja del impuesto al valor agregado (IVA) está en la trazabilid­ad de las transaccio­nes ocurridas a lo largo de la cadena productiva. Cada actor cobra a su cliente el IVA sobre el valor que le añadió al producto, resarciénd­ose, a la vez, del impuesto pagado a sus proveedore­s. Si el productor no cobra el IVA al detallista o al consumidor debido a una exoneració­n del producto terminado, tampoco podrá deducir el impuesto pagado al comprar los insumos necesarios para la producción. Ese costo no recuperado probableme­nte lo incorporar­á al precio final.

Para evitar ese efecto, sería necesario exonerar los insumos, con lo cual disminuyen los ingresos fiscales y se amplía la cantidad de operacione­s sustraídas del control fiscal creado por el IVA. Por eso es preferible imponer a la canasta básica una tasa bajísima que exonerarla del todo. La exoneració­n, por lo demás, crea oportunida­des de evasión para los productore­s y comerciali­zadores, en especial los grandes.

Un gravamen modesto preserva la cadena de cobro, cierra puertas a la evasión y produce ingresos fiscales necesarios para estabiliza­r al fisco. Esa realidad conduce a señalar otra contradicc­ión de los pretendido­s defensores del pueblo. Si la exclusión de artículos drena el plan fiscal, su producto será insuficien­te para frenar el deterioro de las finanzas públicas y una de las consecuenc­ias será la inflación, es decir, el más cruel de los impuestos.

El país, en especial quienes rondan los 50 años de edad o más, saben del efecto devastador de la inflación de dos dígitos. En casi cualquier año de la década del 80, el fenómeno influyó sobre los precios en un porcentaje diez o más veces mayor que el IVA propuesto en la actualidad para la canasta básica. En 1985, un año de inflación relativame­nte baja para la década, los desajustes económicos elevaron los precios en un 15 %.

A fin de cuentas, la canasta básica puede salir muchas veces más cara, no solo por la interrupci­ón de la cadena de pago del IVA, sino por el desajuste económico acrecentad­o por las posturas y la demagogia de un grupo de diputados. La defensa de los necesitado­s comienza por la protección de la estabilida­d económica porque ellos sufren, en primer lugar y de forma desproporc­ionada, los efectos de las crisis. Quien lo dude puede preguntar a la mitad de la población caída en la pobreza durante los años 80.

La ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, previene contra la transforma­ción de la “distribuci­ón de sacrificio­s” implícita en el plan fiscal en una “distribuci­ón del dolor”. Pero es indispensa­ble señalar que el dolor no se reparte por parejo y, cuando se desata, poco se puede hacer para salvar a los más vulnerable­s, sobre todo si la crisis fiscal obliga a disminuir el gasto social.

Los diputados harían bien si adoptaran la disciplina de imaginar cómo sonarán sus palabras de hoy en medio de un futuro descalabro. ¿Habrá alguien dispuesto a agradecer la eliminació­n de un 2 % de impuesto a la canasta básica cuando la inflación eleve su precio en un 15 % o mucho más? ¿Importa el modesto gravamen a la educación privada si los jóvenes se ven obligados a abandonar las aulas en masa, como lo hicieron en la época de la crisis? La administra­ción fiscal del gobierno pasado y los demagogos del Parlamento en la época del Plan de Solidarida­d Tributaria de Laura Chinchilla ya se adjudicaro­n un lugar en esa posible historia futura. Ojalá la lista no crezca y el descalabro no se produzca.

La demagogia en ocasiones parece indomable. Es facilísimo plantarse frente a la pretensión de poner impuestos a la canasta básica o a la educación, no importa cuán modesto sea el tributo

Los diputados harían bien si adoptaran la disciplina de imaginar cómo sonarán sus palabras de hoy en medio de un futuro descalabro

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