La Nacion (Costa Rica)

¿Terminó el ciclo de crisis de las economías emergentes?

- José Antonio Ocampo

BOGOTÁ – Las crisis no son ninguna novedad para las economías emergentes, que han repetido una y otra vez los mismos patrones con resultados, muchas veces, devastador­es. Pero ¿será que por fin esos patrones se han interrumpi­do?

Las economías emergentes llevan décadas experiment­ando ciclos de bonanza y caída en la financiaci­ón externa. La fase de bonanza genera déficits de cuenta corriente, fiscal y del sector privado, agravados por un incremento del crédito interno. Pero en algún momento, los altos niveles de deuda llevan a una pérdida de confianza y al “corte repentino” de los flujos de financiaci­ón externa, y se produce una crisis

JOSÉ ANTONIO OCAMPO es integrante de la Junta Directiva del Banco de la República (Banco Central de Colombia), profesor en la Universida­d de Columbia y presidente del Comité de Políticas de Desarrollo del Consejo Económico y Social de la ONU.

© Project Syndicate 1995–2018 de balanza de pagos, fiscal y financiera.

Luego llega el contagio, conforme la creciente aversión a riesgo de los inversores (particular­mente inversores cortoplaci­stas de los países desarrolla­dos) los lleva a retirar fondos de otros países para cubrir las pérdidas sufridas en aquellos donde se originó la crisis. Eso extiende la crisis a través de las fronteras, afectando a regiones enteras, o incluso a toda la clase de las economías emergentes.

Es lo que pasó en América Latina en los ochenta, cuando en agosto de 1982 la decisión mexicana de imponer una moratoria a los pagos de la deuda externa inició una crisis de deuda regional. Lo mismo ocurrió en Asia oriental en los noventa: la crisis empezó en Tailandia en julio de 1997 con el derrumbe del baht, y pronto se extendió a otros países del este asiático. Luego, en agosto de 1998, se convirtió en una crisis general de las economías emergentes, después de que Rusia impuso una moratoria a los pagos de bancos comerciale­s a acreedores externos.

La crisis del 2008 fue un tanto diferente. Comenzó en el mundo desarrolla­do, con la caída en setiembre de ese año del banco estadounid­ense de inversione­s Lehman Brothers, y al principio se extendió a las economías emergentes. Pero en poco más de un año, el derrumbe se transformó en bonanza, conforme políticas monetarias expansivas en los países desarrolla­dos empujaron a los inversores a buscar rendimient­os en los mercados emergentes.

La cuestión que ahora se debate acaloradam­ente es si este auge financiero sembró en las economías emergentes las semillas de una nueva crisis. Es posible que pronto sepamos la respuesta. Al fin y al cabo, la historia muestra que basta un país que caiga primero, y hoy, ese país podría ser Turquía.

La semana pasada, la lira turca se hundió y eso disparó la devaluació­n de otras monedas, en particular las de Sudáfrica y Argentina, aunque la depreciaci­ón alcanzó todas las monedas latinoamer­icanas en régimen de flotación, y a las de la República Checa, Polonia, Rusia y varios países del este de Asia, incluida China. Las primas de riesgo aumentaron y las acciones cayeron.

Es imposible saber a ciencia cierta si se está gestando una nueva crisis generaliza­da. Al fin y al cabo, era muy difícil predecir que la moratoria mexicana de 1982 y el derrumbe del baht en 1997 generarían crisis amplias y prolongada­s, o que la crisis del 2008 solo arrastrarí­a brevemente a las economías emergentes.

Sin embargo, hay razones para pensar que tal vez los viejos patrones ya no se cumplan. En el peor momento, durante la semana del 8 al 15 de agosto, las monedas de Argentina, Sudáfrica y Turquía se devaluaron entre un 8 % y un 14 % respecto al dólar estadounid­ense; sin embargo, las de otras economías emergentes no se devaluaron más del 4 %.

Esto hace pensar que esta vez al contagio le está costando prender, y es menos probable que haya un corte repentino generaliza­do de flujos de capitales. Incluso las economías más afectadas pudieron limitar las consecuenc­ias de la devaluació­n; la veloz respuesta de las autoridade­s turcas al derrumbe de la lira y las pronunciad­as alzas de tipos de interés del Banco Central de Argentina lograron llevar calma a los mercados.

Esto parece indicar que hay una nueva resistenci­a al contagio, que se formó en los últimos diez años, más o menos. El acceso de las economías emergentes a la financiaci­ón externa casi no resultó afectado por la crisis de la eurozona, que llegó a su punto máximo entre el 2011 y el 2012, o por el primer anuncio de la Reserva Federal de los Estados Unidos, en el 2013, de que comenzaría a revertir sus políticas monetarias expansivas. Ni siquiera hubo corte repentino de la financiaci­ón externa con la caída de precios de los materias primas en el 2014, que debilitó las monedas de varias economías exportador­as. Y la oleada de fuga de capitales desde China en el 2015 y principios del 2016 no tuvo efectos generaliza­dos.

Esto puede deberse a que ahora los inversores hacen un análisis más pormenoriz­ado del riesgo de los países. En vez de meter a todas las economías emergentes en la misma bolsa, tienen en cuenta los fundamento­s económicos de cada una, la estabilida­d política interna y la relación con otros países (por ejemplo, las actuales tensiones diplomátic­as entre Turquía y Estados Unidos).

De modo que, a juzgar por el limitado contagio de la crisis turca, y por otros episodios recientes, es posible que los patrones antiguos ya no se cumplan. Pero no quiere decir que las economías emergentes estén a salvo. Por el contrario, tienen mucho de qué preocupars­e, sobre todo, por el creciente proteccion­ismo y las tensiones comerciale­s entre las grandes potencias globales. De modo que todavía es fundamenta­l contar con políticas inteligent­es, unidas a la red de seguridad financiera global mejorada provista por el Fondo Monetario Internacio­nal.

La historia muestra que basta con un país que caiga primero, y hoy ese país podría ser Turquía

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