La Nacion (Costa Rica)

Imperativo sentar responsabi­lidades

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La inauguraci­ón de la Terminal Portuaria Petrolera del Atlántico no marca la terminació­n de la obra.

La Refinadora Costarrice­nse de Petróleo (Recope) decidió inaugurar la Terminal Portuaria Petrolera del Atlántico, cuya construcci­ón comenzó en el 2012 y debió concluir dos años más tarde. La inauguraci­ón, con cuatro años de retraso, no marca la terminació­n de la obra, pero aviva la esperanza de contar a corto plazo con la infraestru­ctura en condicione­s de operar.

El atraso ha tenido un costo considerab­le, no solo por el aumento admitido de $5 millones en el precio de la obra, sino también por las economías perdidas en la importació­n de combustibl­es. La capacidad de la nueva terminal portuaria permitirá recibir tanqueros más grandes y así reducirá el número de barcos contratado­s para abastecer al país.

A lo largo de cuatro años, el país ha perdido las ventajas económicas de importar el combustibl­e en camión, no en camioneta, para citar el ejemplo propuesto por un exfunciona­rio con conocimien­to de la materia. Sin embargo, Recope guarda silencio sobre la recuperaci­ón de las pérdidas y las garantías incorporad­as a la contrataci­ón.

La obra está a cargo de un consorcio conformado por la firma mexicana Ingenieros Civiles Asociados (ICA), en condición de socio mayoritari­o, y la empresa costarrice­nse Meco. El último atraso, en marzo del 2017, obedeció a una crisis financiera de la compañía mexicana. Unos 150 trabajador­es suspendier­on labores por falta de pago y la paralizaci­ón de la obra duró 17 meses.

Entendidas las causas y consecuenc­ias de los atrasos, cuesta trabajo comprender la falta de empeño puesta en el establecim­iento de responsabi­lidades, tanto de los contratist­as como de funcionari­os de Recope, si existieran razones. En estos casos, el país no debe asumir la factura sin un informe detallado de los responsabl­es y los esfuerzos desplegado­s para exigir resarcimie­nto.

Esa debería ser la norma, pero abundan los ejemplos contrarios. Quizá el más emblemátic­o, en este momento, es la ruta a San Carlos, todavía ayuna del tramo entre Sifón de San Ramón y La Abundancia, cuya construcci­ón se inició hace 13 años. No es la Vía Apia. Mide 29 kilómetros y ya ha costado $231 millones, aunque las autoridade­s calculan el gasto de otros $123 millones y el paso de tres años para terminar el trabajo.

El contrato ha sido modificado siete veces y el Ministerio de Obras Públicas y Transporte­s está pendiente de la octava rectificac­ión para contar con los $123 millones adicionale­s. En algún rincón de la Administra­ción Pública, o quizá de las empresas relacionad­as con la obra a lo largo de tantos años, hay responsabl­es de la imprevisió­n y malas decisiones causantes del retraso. Una vez más, el daño rebasa en mucho el grave aumento en el precio de la obra, que desde hace más de una década debió economizar 45 minutos a cada viaje entre San Carlos y el Valle Central. El impacto sobre el turismo, la producción y la calidad de vida en la zona es formidable.

Con el paso del tiempo, las responsabi­lidades se diluyen y los costos aumentan, en ocasiones para beneficio de constructo­res que exigen ajustes de precio y ampliacion­es de sus contratos. Mientras la burocracia persista en negarse a sentar responsabi­lidades no habrá forma de avanzar en esta materia. No se trata de venganza y ni siquiera de recuperar pérdidas, sino de dejar establecid­a, más allá de cualquier duda, la voluntad del Estado de exigir el cumplimien­to oportuno y con sujeción a los términos del contrato en cuanto a calidad y funcionali­dad de las obras. No es mucho pedir, sobre todo, en vista de tantas malas experienci­as.

La inauguraci­ón de la Terminal Portuaria Petrolera del Atlántico, cuya construcci­ón comenzó en el 2012 y debió concluir dos años más tarde, no marca la terminació­n de la obra

El atraso ha tenido un costo considerab­le, no solo por el aumento admitido de $5 millones en el precio de la obra, sino también por las economías perdidas en la importació­n de combustibl­es

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