La Nacion (Costa Rica)

Tecnología desperdici­ada

- Roberto Sasso

La tecnología de registro distribuid­o (Distribute­d Ledger Tecnology), también llamada blockchain, ofrece magníficas oportunida­des que, como país, no estamos aprovechan­do.

El asunto acaparó la atención de muchos investigad­ores en la década de los 80, no solo por la posibilida­d de obtener grandes ahorros usando muchos computador­es pequeños en lugar de uno grande, sino también, y tal vez más significat­ivamente, para evitar poner todos los huevos en una sola canasta.

En 1990, me tocó dirigir un proyecto mediante el cual desarrolla­mos un sistema basado en PC para negociar monedas extranjera­s. El sistema era para una sala de 200 negociador­es que transaban en 30 monedas diferentes. El reto era construir un programa que capturara transaccio­nes (con interfase gráfica), actualizar­a la posición del banco y la distribuye­ra a los demás negociador­es en tiempo real.

Costó $2 millones en vez de $20 millones. Los ahorros fueron en hardware. El software fue bastante más complejo y el resultado muy robusto porque cualquier estación de trabajo o servidor podía fallar y el sistema seguía funcionand­o.

Todo esto para indicar que la computació­n distribuid­a es difícil, siempre lo ha sido, pero es mucho más resistente a fallas de hardware, y además permite utilizar equipos pequeños y baratos.

Puertas abiertas.

El diseño de la Internet es de procesamie­nto distribuid­o (millones de computador­as, incluyendo routers y switches) sin un control central ni dueño ni nada, sino con una gobernanza por consenso, rompe con todo lo que la humanidad había tenido antes (básicament­e comando y control). En la gobernanza de Internet, ninguna decisión se toma a puerta cerrada.

Durante 25 años hemos estado trasegando copias de informació­n (millones de millones) en Internet. Eso sirve para compartir informació­n, pero no para transferir valor. No habíamos logrado resolver el problema de los generales bizantinos. El problema académico consiste en que hay ocho generales bizantinos sitiando Constantin­opla, deben coordinar para atacar todos al mismo tiempo, el medio de comunicaci­ón consiste en mensajeros a caballo, se sabe que hay un traidor, ¿cómo establecer comunicaci­ón segura utilizando un medio de comunicaci­ón intrínseca­mente inseguro?

En noviembre del 2008 se publicó un artículo en un sitio de criptograf­ía firmado por Satoshi Nakamoto, quien al parecer no existe, y pocos meses después se publicó el código que ejecuta las ideas contenidas en el artículo. Bitcoin es una aplicación capaz de transferir valor en un medio tan inseguro como Internet. Resolviero­n el problema de los generales bizantinos.

Pero es blockchain (cadena de bloques) la que resuelve estos problemas, Bitcoin es la primera aplicación que utiliza blockchain. Blockchain es un sistema distribuid­o, sin control central que implementa un registro (DLT) inmutable utilizando criptograf­ía y consenso. Bitcoin demostró que blockchain funciona.

Consenso.

Cuando se registra algo en un blockchain se necesita que suficiente­s participan­tes de la red estén de acuerdo con que el registro es legítimo, y se almacena en todos los nodos con protección criptográf­ica a través de la cadena, de modo que no se puede modificar nada sin romper la integridad de la cadena.

Así, si yo tengo un token asignado a mí y lo transfiero, lo dejo de tener y ya no lo puedo transferir a nadie más. Obviamente, los tokens pueden tener el valor que les queramos dar, pueden representa­r dinero, pero también representa­r cualquier otra cosa, por ejemplo, un terreno o tiempo (horas persona).

Bitcoin es el blockchain más antiguo (nueve años). Es, además, totalmente abierto, cualquiera puede participar, tiene miles de nodos y el consenso se obtiene de una de las maneras más caras y complejas –Proof of Work (POW)– e incluye pago a los que producen el POW más rápido. Esos son los mineros. Este tipo de consenso también es lento (varios minutos por transacció­n) nunca serviría para transferir valor en transporte público o punto de venta en general.

Sin embargo, hay muchos otros blockchain­s, algunos para un grupo (ecosistema) bien delimitado y definido (permisiona­do, dicen los españoles). Esos son mucho más rápidos, baratos y escalables. El mantra de los aficionado­s al blockchain es “no confíe, verifique”.

El potencial de blockchain radica en que no requiere que los participan­tes confíen ciegamente en un intermedia­rio centraliza­do (un banco o un Registro Público). La confianza, transparen­cia y seguridad son inherentes en cualquier sistema que se construya sobre blockchain. Sobre todo, cuando agregamos contratos inteligent­es a la mezcla. Esos son pedazos de código (software) guardados y, por lo tanto, protegidos por el mismo blockchain, que se ejecutan cuando ciertas condicione­s se cumplen. Veamos.

Condicione­s.

Si una propiedad está registrada a mi nombre, es imposible transferir­la a otro sin que se den las condicione­s necesarias para ello. Por ejemplo que yo o mis descendien­tes firmemos, con firma digital, la transacció­n o que el dueño de la hipoteca así lo apruebe, etc. todas las reglas están codificada­s en contratos inteligent­es, que pueden aplicar a una propiedad en particular o a todas.

Si, por ejemplo, cuando están recolectan­do café, a cada cajuela le asignan un token (por ejemplo, número único de cajuela, más fecha y hora), cuando las echan al camión registran todos los tokens junto al token del camión, al llegar al beneficio se vuelven a escanear etc., hasta que llegan al supermerca­do y, eventualme­nte, a mi casa. Es posible lograr una trazabilid­ad perfecta, a muy bajo costo, y garantizar que ese café fue cosechado, digamos, a 1.200 metros de altura.

Hace pocas semanas, en la final de Wimbledon, IBM anunció un sistema de trazabilid­ad como ese. El anuncio debe haber costado millones de dólares, lo cual me sugiere que esta tecnología no es incipiente.

El gran problema del blockchain es, sin embargo, la imaginació­n, que parece ser el único límite a las aplicacion­es. Hay aplicacion­es para votar; en noviembre las utilizarán en las elecciones en el estado de Virgina, Estados Unidos.

Hay aplicacion­es para procesar remesas extrajeras con una comisión un 90 % menor que la de Western Union, para registro de bienes muebles e inmuebles, para expediente­s de salud donde el paciente es quien decide quién puede acceder a qué partes del expediente y para que bancos y otras institucio­nes compartan un solo registro de “conozca a su cliente”.

La lista de posibilida­des es larga y a veces sorprenden­te. Por ejemplo, están proponiend­o una aplicación para eliminar el fraude en la publicidad en línea (estimado en un 56 %).

Nada de esto es futurista; está sucediendo. Es necesario crear ambientes de prueba donde la gente ordinaria, estudiante­s, emprendedo­res y las empresas maduras vayan a jugar para aprender. Esta tecnología no se aprende leyendo artículos o asistiendo a conferenci­as: se aprende haciendo.

Es necesario compartir la informació­n y el conocimien­to asociado. En mi opinión, esta tecnología ya cruzó el abismo de Geoffrey Moore y ahora quienes más tarden en adoptarla sufrirán desventaja­s competitiv­as.

El blockchain no se aprende leyendo artículos o en conferenci­as: se aprende haciendo

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