La Nacion (Costa Rica)

¿Por qué los jueces ganan mucho menos que los magistrado­s?

- Francisco J. Dall’Anese

No hay razón para pensar que los magistrado­s de la Corte Suprema de Justicia sean más importante­s que el resto de los jueces. En sus competenci­as, toda la función jurisdicci­onal es primordial.

Son pocos los procesos judiciales elevados ante alguna de las Salas de la Corte. La mayoría encuentran solución en juzgados de menor rango: violencia doméstica, materia laboral, desahucios, juicios ejecutivos por falta de pago de algún electrodom­éstico y asuntos contravenc­ionales, entre otros. Son los jueces del primer peldaño en la jerarquía quienes mantienen la paz social. Los magistrado­s de la Corte Suprema de Justicia resuelven para un menor número de ciudadanos.

Si de la Sala Tercera se trata, podrían cerrarla y no se notaría su ausencia. Bajo la presidenci­a de Carlos Chinchilla Sandí —a contrapelo de las resolucion­es vinculante­s de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos— la Sala cerró el recurso de casación penal al punto que casi el 90 % de las impugnacio­nes se declararon inadmisibl­es.

Con eso, la casación penal pasó a ser privilegio de pocos. Por ello, los tribunales de segunda instancia penal son los que controlan el quehacer de los tribunales de juicio. Si los legislador­es no piensan integrar la Sala Tercera con abogados de línea democrátic­a, la mejor decisión es reformar el ordenamien­to y cerrarla porque sale cara y no brinda servicio.

Algo similar ocurrirá con la Sala Constituci­onal, pues, en buena parte, el control de las garantías va pasando a manos de la jurisdicci­ón contencios­a, con lo cual el alto tribunal viene perdiendo vigor hace rato.

Sin repuesta razonable.

En ese contexto, cabe preguntars­e por qué el salario del magistrado, quien resuelve menos, y cuando lo hace es ayudado por un equipo de letrados, es mucho, pero mucho más alto que el del resto de los jueces. No hay respuesta razonable.

No están lejanos los tiempos cuando magistrado­s del peso de Daniel González, Alfonso Chaves, Mario Houed y Rodrigo Castro sentaron precedente­s que abrieron la casación penal para dar acceso a todas las partes procesales. Entonces, las razones de condenados, de víctimas y del Ministerio Público eran escuchadas, examinadas y resueltas.

Hoy, cualquiera puede recibir una condena de 50 años de prisión y, si el recurso incumple las misteriosa­s formas exigidas por la Sala Tercera, ni siquiera se estudian sus argumentos; las víctimas o sus parientes pueden ver frustrado su recurso de casación contra una absolutori­a porque el documento impugnativ­o no llenó los enigmático­s requisitos no previstos por la ley. Eso no es justicia ni la seguridad jurídica que supone predictibi­lidad de los fallos.

Para progresar económicam­ente y acceder a préstamos de vivienda y asegurar la buena educación de sus hijos, el juez de primera instancia debe aspirar a un cargo en la segunda. Para una vida de lujo, el juez de segunda instancia debe llegar a la magistratu­ra. No se trata de la vocación por hacer justicia en primera instancia, por controlar la legalidad y el mérito de los fallos en segunda instancia ni por cumplir la función nomofiláct­ica (protección de la norma jurídica) de la casación. Aspirar se reduce a un cálculo económico —en muchos de los casos— y por ello se cuelan y llegan a la magistratu­ra personas sin vocación y sin valores, como se conoció en las últimas semanas.

Como la cúpula deben llenarla aquellos identifica­dos con la función y no con los ingresos, la solución —según mi criterio— debe fundamenta­rse en el salario único de los jueces en la base (los magistrado­s en el mismo renglón junto a todos los juzgadores), haciendo diferencia solamente por la antigüedad en el cargo, sin importar el puesto en el escalafón. Así, nadie estará obligado a buscar ascensos para prosperar económicam­ente. Eso favorecerá la independen­cia judicial.

El salario base debe ser lo suficiente­mente seductor para que los buenos abogados se decidan por trabajar en la judicatura. Debe ser suficiente para una vida con decoro, por encima de la pobreza, pero sin lujo, a sabiendas de que se trata de ingresos que permitirán vivir en la clase media.

Quienes pretendan lucrar en vez de aspirar a la magistratu­ra deben ir a la competenci­a profesiona­l del litigio. Este sería un primer paso para horizontal­izar la justicia.

Quienes pretendan lucrar con el puesto deben ir a la competenci­a profesiona­l del litigio

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