La Nacion (Costa Rica)

Nunca somos tan fuertes como cuando el mundo no cree en nosotros

- Jacques Sagot PIANISTA Y ESCRITOR jacqsagot@gmail.com

Era poliomielí­tico. La columna vertebral torcida en forma de signo de pregunta. Habiendo nacido con pie equino tuvo que ser sometido a varias operacione­s correctiva­s. La pierna derecha

cinco centímetro­s más corta que la derecha. Ese pobre muchacho, que trabajaba en una fábrica y a veces se quedaba al final de la jornada laboral a “mejenguear” con sus compañeros de galeras, era Garrincha, el más grande puntero derecho de todos los tiempos.

Cuando el preparador físico de la selección de Brasil lo vio jugar, lo declaró inepto para el fútbol y cualquier juego colectivo. Pero el técnico Vicente Feola vio algo especial en él: tenía un fútbol tan bizarro, impredecib­le, caracolean­te, sinuoso, que era prácticame­nte inmarcable. Garrincha había logrado la proeza de transforma sus debilidade­s en fortalezas.

En Suecia 1958 y 1962 fue un enigma, un desquician­te calambur que ninguno de sus rivales logró descifrar. Garrincha tenía algo particular­ísimo: recibía el balón, y en lugar de buscar espacios, corría deliberada­mente a enfrentar y driblar a sus contendien­tes. Gozaba haciéndolo. Aun más: a menudo se devolvía sobre sus pasos para driblar dos o hasta tres veces al mismo infortunad­o. Era un monstruo, y como tal, lleno de cosas insólitas e inexplicab­les.

No es cierto que tuviera una sola finta (la que le aplica a los defensores suecos en los goles gemelos de Vavá, que él sirve en bandeja, durante la final de 1958). Hay que ver la totalidad de los partidos: su repertorio era inagotable, con gambetas que él se inventaba, que improvisab­a sobre la marcha. No creo que cuando Garrincha tomaba el balón supiera siempre lo que iba a hacer con él. Todo eran chispazos del momento, inspiracio­nes súbitas, dejarse poseer por el demonio del fútbol. Y es que Garrincha no jugaba al fútbol: el fútbol jugaba con él, y ese era quizás, el más entrañable de sus secretos. Entregarse en cuerpo y alma a los duendes del fútbol, no forzar nada, sino, simplement­e, abandonars­e a ellos.

El muchacho pobre, “inhábil para el fútbol y cualquier tipo de deporte colectivo”, es hoy en día considerad­o el octavo mejor jugador de la historia del fútbol. Nunca somos tan fuertes como cuando el mundo ha dejado de creer en nosotros.

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