La Nacion (Costa Rica)

El eslabón perdido de la respuesta a los refugiados

- Filippo Grandi

GINEBRA – A principios de julio, visité el asentamien­to de refugiados Kutupalong en Bangladés, que hoy alberga a cientos de miles de rohinyás huidos de la horripilan­te violencia que sufrieron en Birmania. Con las lluvias monzónicas machacando el techo, vi a jóvenes de ambos sexos que aprendían los rudimentos de la lectura, la escritura y la aritmética durante apenas dos horas al día. Tras eso, había que entregar el aula al siguiente grupo de alumnos.

Era sobrecoged­or ser testigo de esta triste semblanza de escolariza­ción adecuada, más aún porque estaba muy claro que valoraban su educación. Sin ella, su futuro y el de sus familias y comunidade­s quedará irreparabl­emente dañado.

Más de la mitad de los refugiados del mundo son niños, pero entre los refugiados en edad escolar más de la mitad no reciben educación. En total, cuatro millones de mentes jóvenes no reciben la escolariza­ción que precisan para hacer realidad su potencial. Peor aún, solo el año pasado la cantidad de niños refugiados sin escolariza­ción aumentó en 500.000. Si continúa esta tendencia, cientos de miles de otros niños refugiados se añadirán a las filas de quienes carecen de educación.

Está claro que existe una urgente necesidad de más inversión en educación para los refugiados. Como parte de su Agenda de Desarrollo Sostenible para el 2030, los Estados miembros de las Naciones Unidas se comprometi­eron a promover “oportunida­des educativas permanente­s para todos”. Y en la Declaració­n de Nueva York sobre Refugiados y Migrantes del 2016, los gobiernos prometiero­n compartir la responsabi­lidad por los refugiados del mundo y mejorar el acceso a la educación para los niños refugiados. Fueron compromiso­s importante­s, pero sonarán vacíos hasta que los jóvenes refugiados tengan las mismas oportunida­des que los demás para ir a la escuela.

Los actos de violencia y persecució­n que quitan sus hogares a la gente, destruyen vidas de familias estables y obligan a muchos a vivir en la pobreza también dañan el bienestar físico y psicológic­o de los niños, que suelen ser los más afectados a medida que las crisis de refugiados se profundiza­n y multiplica­n por el mundo.

Pero su resistenci­a es extraordin­aria. Encuentran maneras de enfrentar su situación mediante el aprendizaj­e, los juegos y la exploració­n. Y si se les da la oportunida­d, incluso pueden florecer. Por esta razón en la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) consideram­os la educación como una parte fundamenta­l de la respuesta a los refugiados. Puesto que las poblacione­s desplazada­s hoy pasan años y hasta décadas en el exilio, un niño refugiado puede llegar a pasar toda su infancia sin regresar a casa.

Más aún, los jóvenes refugiados tienden a ser desplazado­s varias veces antes de cruzar una frontera. Para los niños cuyas vidas se han interrumpi­do de este modo, la escuela suele ser un espacio donde recuperar un grado mínimo de seguridad, amistad, orden y paz.

Con independen­cia de su nacionalid­ad o estatus legal o el de sus padres, los niños refugiados tienen el derecho a recibir las lecciones formales que les permitan prosperar. Dos horas al día no es suficiente. Necesitan un plan de estudios adecuado que cubra la escuela primaria y secundaria para adquirir las habilidade­s necesarias para una formación universita­ria o superior.

Para que ello ocurra, los niños refugiados se deben incluir en los sistemas educativos nacionales de los países anfitrione­s. En Bangladés, muchos niños y niñas rohinyás van a la escuela por primera vez, lo cual es un avance bienvenido. Pero la falta de maestros formados y planes de estudios formales limitará gravemente sus perspectiv­as en el futuro.

Por supuesto, el poder de la educación es más profundo que las calificaci­ones académicas. El aprendizaj­e puede ayudar a los jóvenes a sanar y revivir países enteros. Los niños refugiados que reciban una educación adecuada crecerán para contribuir tanto a sus sociedades anfitriona­s como a sus hogares cuando la paz les permita regresar.

Este potencial a largo plazo hace de la educación una herramient­a clave para resolver las crisis mundiales. Hemos visto a jóvenes refugiados que reciben educación continua hasta convertirs­e en cirujanos, pilotos, abogados, estadístic­os, periodista­s, líderes comunitari­os, biólogos moleculare­s y profesores de la generación siguiente.

Pero también hemos visto que los sueños de demasiados jóvenes refugiados acaban frustrados. Menos de un cuarto de los refugiados del mundo logra acceder a la educación secundaria, y apenas un 1 % llega a niveles superiores. El problema es que un 92 % de los refugiados en edad escolar del mundo se encuentra en países en desarrollo con escuelas terribleme­nte mal financiada­s. Algunos gobiernos ya están intentando integrar a los niños refugiados a sus sistemas educativos nacionales, pero si han de lograrlo necesitan mucho más apoyo para ampliar la infraestru­ctura necesaria.

La solución al problema educaciona­l de los refugiados no pasa por lanzar niños a un sistema paralelo de escolariza­ción que dependa de materiales obsoletos, aulas precarias o profesores sin formación. La educación improvisad­a nunca será lo suficiente­mente buena.

Por eso, las organizaci­ones humanitari­as, los gobiernos y el sector privado deben unir esfuerzos por ampliar los fondos destinados a educación y crear programas innovadore­s y sostenible­s para apoyar las necesidade­s educaciona­les específica­s de los refugiados. Tenemos que ir cumpliendo el compromiso de la Declaració­n de Nueva York y pasar de las palabras a los hechos.

Más entrado este año, la Asamblea General de la ONU adoptará el Pacto Global sobre Refugiados, que describe un marco para el logro de los objetivos de la Declaració­n de Nueva York de mejorar la autonomía de los refugiados y alivianar la carga de los países anfitrione­s.

Para tal fin, toda iniciativa de transforma­ción de las vidas de los refugiados debe incluir un impulso concertado para que accedan a más oportunida­des y recursos educaciona­les. Es la única manera de recuperar sus perspectiv­as de futuro, y una de las mejores formas de asegurar un mundo mejor para todos.

Un niño refugiado puede llegar a pasar toda su infancia sin regresar a su casa

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