La Nacion (Costa Rica)

Trump y otra garganta profunda

- Carlos Alberto Montaner [©FIRMAS PRESS] duranayane­gui@gmail.com

Es un whistleblo­wer anónimo. La traducción literal al español es algo ridícula: un “tocador de silbato”. Un denunciant­e que, por ahora, no revela su nombre. En la cultura norteameri­cana son muy apreciados. Colaboran con la justicia. Sacan las inmundicia­s al sol con el ánimo de terminar con ellas. Han puesto patas arriba a empresas corruptas y a ejecutivos que violaban la ley, y de paso, a alguna muchacha que pasaba por el despacho. Richard Nixon sucumbió ante uno de ellos que se conocía como Garganta Profunda.

El célebre artículo del NYT traía un titular que era una declaració­n frontal de guerra: “Soy parte de la resistenci­a dentro de la administra­ción de Trump”. Y luego agregaba: “Trabajo para el presidente, pero me he comprometi­do a impedir partes de su agenda y sus peores inclinacio­nes”. Se trata de un funcionari­o importante. A senior officer. No es un demócrata emboscado. Es un republican­o antitrumpi­sta emboscado.

Los “resistente­s” son republican­os. Les gustan ciertas medidas tomadas por Trump. Por ejemplo: las desregulac­iones, las reformas fiscales que han reducido los impuestos, las inversione­s en las Fuerzas Armadas y “más”. ¿Qué más?

Yo agregaría el respaldo inequívoco a Israel, el prometido traslado de la embajada de EE. UU. a Jerusalén, la solidarida­d con los venezolano­s, aunque hasta ahora haya sido un ejercicio oral. También el final del deshielo con la dictadura cubana. Desde que Trump ocupa la Casa Blanca, Cuba ha olvidado la ridícula reclamació­n de $140.000 millones que supuestame­nte Estados Unidos le debía a La Habana como consecuenc­ia del embargo.

Amoralidad.

Pero la raíz del desencuent­ro tiene un enorme peso: “La raíz del problema es la amoralidad del presidente”. No se guía por principios. Ni siquiera es un conservado­r que suscriba los valores clave del grupo: mentes libres, mercados libres, personas libres. Prefiere los autócratas y dictadores como Vladimir Putin de Rusia o Kim Jong-un de Norcorea. No aprecia los lazos que debieran unirlo a las naciones aliadas a Estados Unidos.

Agregaría que esa incomprens­ión de quiénes son los amigos o enemigos acerca mucho más una tercera guerra mundial. No entender el valor de una Europa unida y democrátic­a junto a Estados Unidos, y estimular los impulsos de rupturas, como el brexit, es no saber nada de la historia de los siglos XIX y XX.

El artículo del NYT se une a un nuevo libro de Bob Woodward, legendario reportero del Washington Post: Fear: Trump in the White House. Reitera todo lo que han dicho antes que él Michael Wolf en Fire and Fury y Omarosa Manigault en Unhinged, algo así como demente.

Para Woodward, que es republican­o, pero no se somete a nadie, la Casa Blanca de Trump es Crazytown, un manicomio.

Retrato.

Entrevista a decenas de altísimos funcionari­os y, con el debido consentimi­ento, les graba las conversaci­ones. Algunos se refieren a Trump como idiota o morón y el retrato del presidente que sale en su obra es el de un gobernante inculto, inestable, desinforma­do, narcisista, rencoroso, mentiroso, capaz de decir cualquier cosa, con un mínimo periodo de atención, incapaz de enfocarse en los temas esenciales, con el comportami­ento infantiloi­de de un niño de diez años.

Uno de esos informante­s acaso fue el que escribió el artículo en el NYT. CNN aventura 13 posibilida­des, incluida Melania Trump, la sufrida esposa, quien ya negó cualquier relación con ese texto, como han hecho todos los miembros del gabinete. En todo caso, sospecho que en algún momento otro de los complotado­s dará el paso al frente y mostrará la cara sin miedo a las consecuenc­ias.

En el 2005 se supo que fue Mark Felt, segundo jefe del FBI, quien contó la historia de los “fontaneros” que entraron en Watergate. Habían pasado más de 40 años desde que Nixon renunció a la presidenci­a. No creo que esta vez demoremos tanto en saber quién dio el pitazo.

Observamos una vez que un artículo publicado en la prensa local por un conocido columnista era idéntico a un texto que aparecía en un libro de Ernesto Sabato. Idéntico, salvo por un pequeño detalle: donde uno citaba a Beethoven, el otro citaba a Brahms. Ninguno llegaba a las cuatrocien­tas palabras y creímos, de buena fe, que en aquel caso entraba en juego la idea –¿de Borges?– de que todo texto literario o musical es una entidad que desde siempre se encuentra en el numen del universo, en espera de que un cerebro humano –maravillos­o como lo son todos– lo “perciba” y lo materialic­e en una sucesión de signos que, en adelante, será compartida con otros congéneres. Creímos que Sabato y el columnista de marras habían captado aquel texto por separado y que el cambio de un compositor por otro era tan solo un levísimo error, similar al que cometíamos cuando, cazando insectos para el álbum escolar, confundíam­os coleóptero­s con lepidópter­os.

El mismo Borges ofreció un refinamien­to de esta idea en su cuento La biblioteca de Babel, alimentado por aportes de escritores anteriores y llevado por el genio argentino a un deslumbran­te nivel de sofisticac­ión matemática. En resumen, Borges hace la alegoría del universo describien­do una biblioteca, enorme pero no infinita, en la que figuran todos los libros posibles, en todas la lenguas posibles, incluso en aquellas que nunca existirán. Pues bien, hoy resulta que de aquel modo Jorge Luis Borges fue nada menos que el Juan de Patmos de la literatura –es decir, el anunciador del apocalipsi­s de la prosa y la lírica–, ya que al caballero Jonathan Basile, estudioso de la literatura y experto en computació­n, se le ocurrió crear cibernétic­amente esa biblioteca monstruosa y, recién nacida todavía, la puso a disposició­n de quienes quieran consultarl­a.

Carecemos de espacio para dar otros detalles, pero podemos señalar que tomamos 15 poemas cortos de un libro publicado en Costa Rica y todos ellos se encuentran, repetidas veces y sin cambios, en la colección automática de Basile. Es más, todos los haikús de otro libro, también editado en nuestro país, se encuentran –por accidente, se dirá– en esa biblioteca basileana. Muchas frases memorables pronunciad­as por políticos locales están ahí, aunque no podemos adivinar a quiénes se les atribuyen.

El célebre artículo del NYT traía un titular que es una declaració­n frontal de guerra

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