La Nacion (Costa Rica)

Problemas de representa­ción

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Los políticos electos y los burócratas designados tienen sus propios intereses, muchas veces en conflicto con los de los demás ciudadanos .

En las democracia­s representa­tivas, como la costarrice­nse, los representa­dos son todos los habitantes del país y hay dos tipos de representa­ntes: los políticos electos para ocupar cargos en los supremos poderes y los servidores públicos nombrados por largos períodos. Los representa­ntes deberían procurar la mejor forma de satisfacer los intereses de los representa­dos, pero ese no es siempre el caso, pues los políticos electos y los burócratas designados tienen sus propios intereses, muchas veces en conflicto con los de los demás ciudadanos.

El estudio de las propuestas fiscales para reducir el altísimo déficit del sector público contribuye a dibujar la naturaleza de muchas de esas diferencia­s. Los líderes sindicales organizan bloqueos de calles y servicios públicos, en contra del mejor interés de los representa­dos, para defender una serie de costosos privilegio­s que, con el paso del tiempo, han venido obteniendo.

Veamos la evidencia. Según informamos recienteme­nte (“Mitad de pensionado­s de lujo son de “U” públicas”, La Nación, 10/9/2018), unas 3.800 personas gozan de jubilacion­es superiores a los ¢2,5 millones por mes con cargo al presupuest­o nacional. El monto bruto de muchas pensiones ronda los ¢12 millones y, aún con rebajas, las sumas son elevadísim­as, incompatib­les con las posibilida­des de financiami­ento de un país de ingreso medio como Costa Rica. Esos montos (que en el decimoterc­er mes son cobrados libres de rebajas) superan en mucho las pensiones máximas del Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM) administra­do por la Caja Costarrice­nse de Seguro Social.

Muchos salarios de las universida­des públicas no son tan elevados y las altas pensiones demuestran que, de alguna manera, se está en presencia de un riesgo moral consistent­e en la colaboraci­ón de los propios centros de estudio para elevar la paga mediante recargo de funciones, nombramien­tos por más de tiempo completo, etc., en los meses inmediatam­ente anteriores al retiro. Para controlar en algo el citado riesgo moral, el costo de las pensiones de los exservidor­es de las universida­des públicas debería contabiliz­arse como parte del Fondo Especial de Educación Superior (FEES).

Nuestro sector público está conformado por unas 330 entidades y muchas de ellas negocian, de tiempo en tiempo, convencion­es colectivas con manojos de beneficios, como el pago semanal en vez de mensual (con lo cual, cada año, los empleados ganan un decimocuar­to mes), reconocimi­ento del cien por ciento de las incapacida­des (que pasa a engrosar los costos de los salarios y todo lo que de ellos dependa, como las pensiones), 20 años de cesantía, vacaciones hasta por 30 días hábiles (unos 45 días calendario) al año, anualidade­s, ayuda económica para compra de útiles y salario escolar, entre otros. La lista es grande.

De lo negociado en esas convencion­es difícilmen­te se enteran los representa­dos, es decir, los ciudadanos que con impuestos deben pagar la cuenta. Y una vez concedido un beneficio, existe la tentación de considerar­lo un “derecho adquirido”, irreversib­le y, a lo sumo, con posibilida­d de enmiendas aplicables solamente a las nuevas contrataci­ones. Falso. Con semejante filosofía no lograremos controlar el gasto público indebido.

En muchos casos, se trata de una silenciosa explotació­n del interés general por un minúsculo, pero sonoro grupo de servidores públicos y puede corregirse con reformas legales aplicables de inmediato. En sentido estricto, los derechos adquiridos son los que pasaron a formar parte del patrimonio de sus receptores, pero no los beneficios futuros. Estos últimos son meras expectativ­as de derecho y pueden modificars­e. Si por convención colectiva un empleado acumula un derecho a 15 o 16 años de cesantía (lo cual supera lo dispuesto por el Código de Trabajo), el conteo debe parar en el momento de la reforma.

Urge reducir a un número manejable y controlabl­e la cantidad de dependenci­as públicas y es necesario adoptar un sistema de supervisió­n de ejecutoria y de informació­n ciudadana automatiza­do que permita a los pagadores de impuestos, los representa­dos, conocer en cada momento cuáles son los bienes o servicios ofrecidos por los entes públicos y los costos en que se incurre para proporcion­arlos. Si no se procede de esta forma, el interés de los servidores públicos continuará imponiéndo­se sobre el de los representa­dos.

Los políticos electos y los burócratas designados tienen sus propios intereses, muchas veces en conflicto con los de los demás ciudadanos

Nuestro sector público está conformado por unas 330 entidades y muchas de ellas negocian convencion­es colectivas de las cuales no se entera el ciudadano

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