La Nacion (Costa Rica)

HORIZONTES

- Jaime Daremblum POLITÓLOGO

Un exagente de la Agencia de Inteligenc­ia rusa (GRU), Sergei Skripal, de 66 años, buscó cobijo en los entornos de Londres en los primeros meses de este año. Al amparo de su relativo alejamient­o en la zona de Salisbury, el viudo había logrado traer de Rusia a su hija Yulia, una atractiva dama de 33 años que llegó a alegrar su existencia.

Sin embargo, había alguien en Moscú que conocía cada paso de su compleja vida y hasta su domicilio en el Reino Unido. Con detalle sabía de sus andanzas como espía y, posteriorm­ente, de su retiro y de su tránsito hasta Salisbury. Este importante personaje que lo analizaba desde Moscú era Vladimir Putin, presidente y déspota de todas las Rusias.

Putin y Skripal fueron amigos desde la adolescenc­ia y en la academia militar. El hoy amo ruso tenía entonces ambiciosos planes y confiaba en que Skripal, junto con otros amigos de su generación, lo acompañarí­an en sus luchas y en los altos mandos del gobierno y las fuerzas armadas en la Rusia de Putin.

Sin embargo, Skripal tomó un rumbo diferente del que Putin planteaba. Las crónicas subrayan que los sentimient­os negativos de Putin se transforma­ron en odio, un odio visceral y violento difícil de sortear. Las cartas habían sido echadas y no favorecían en lo más mínimo a Skripal.

Y así, Skripal ingresó en la esfera del espionaje internacio­nal. Con el tiempo, ya en su retiro, Skripal decidió viajar para promover consejería­s y hasta abrazar a algunos militares golpistas en otras naciones. Asimismo, tomó el camino riesgoso de aconsejar a los gobiernos cómo derrotar el golpismo y, sobre todo, a las mafias que ya habían tendido sus redes. Esto último mortificó a Putin, quien se dice tenía pactos con el bajo mundo ruso.

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Skripal bendijo su retiro. Había acumulado algunos ahorros de asesorías y su pensión que le brindaban respiro. Y en una tarde primaveral, junto con Yulia, se sentaron en unas mesas rústicas al aire libre. Horas más tarde, ambos sufrieron desmayos y descomposi­ciones. Los científico­s dictaminar­on que se trataba de un envenenami­ento por contacto con una sustancia mortífera, Novichok, nueva en el arsenal ruso.

Fue sorprenden­te que las víctimas lograran superar el atentado. En cuanto a los asesinos, en su troupe a casa aprovechar­on para matar a otro ruso y sin contratiem­pos llegaron a Rusia. Entre tanto, la historia de Skripal pende ahora en los tribunales ingleses.

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