La Nacion (Costa Rica)

El estado de la democracia: ¿estancamie­nto, regresión o resilienci­a?

- Daniel Zovatto

LPresión.

DIRECTOR IDEA a democracia atraviesa un momento crítico. De acuerdo al Índice Democrátic­o (2017), elaborado por la Economist Intelligen­ce Unit (EIU), solo 19 países son democracia­s plenas, la mayoría de ellas de Europa occidental. Y del total de 167 países analizados por el Indice, más del 50 %, 89 para ser precisos, mostraron signos de deterioro en el 2017.

Por otra parte, el surgimient­o de líderes autoritari­os, así como el creciente auge del populismo y de fuerzas políticas de extrema derecha en varias regiones, ha dado lugar a un intenso debate sobre el estado de la salud de la democracia. Para algunos analistas, el mundo vive un proceso de desacelera­ción y estancamie­nto democrátic­o. Otros, más pesimistas, hablan incluso de regresión democrátic­a. Un tercer grupo, con una lectura más optimista, señala en cambio que pese a los importante­s retos que acechan a la democracia –los cuales no deben ser subestimad­os–, esta cuenta empero con un importante nivel de apoyo ciudadano y de resilienci­a, fortalezas que tampoco deben ser ignoradas (Informe de IDEA Internacio­nal sobre El estado de la democracia en el Mundo. Exámen de la resilienci­a democrátic­a (2017).

Ayer, 15 de setiembre, se celebró el Día Internacio­nal de la Democracia, cuyo tema central fue “La democracia bajo presión: soluciones para un mundo cambiante”. Para António Guterres, secretario general de la ONU, la democracia se ve sometida a más presión que en ningún otro momento desde hace décadas. Frente a ello, propone buscar formas para vigorizarl­a y dar respuestas a los principale­s desafíos que la misma enfrenta, en especial corregir la desigualda­d, fortalecer la inclusión y lograr que sus institucio­nes sean más innovadora­s y receptivas a los nuevas demandas.

Lo anterior, unido al hecho de que este año la región conmemora el cuadragési­mo aniversari­o del inicio de la tercera ola democrátic­a, hace propicia la coyuntura para evaluar el estado de la democracia en nuestra región.

A nível regional, el 2018 se proyecta como un año mediocre en lo económico, complejo en lo social y caracteriz­ado por una intensa maratón electoral (seis elecciones presidenci­ales, incluyendo la de Costa Rica) cuyos resultados están reconfigur­ando el mapa político latinoamer­icano. A ello debemos sumar la existencia de una ola creciente de demandas y expectativ­as insatisfec­has, aunado a escándalos de corrupción, letal combinació­n que erosiona la legitimida­d y credibilid­ad de la democracia y sus institucio­nes.

Calidad democrátic­a.

En efecto, el cuadro regional es preocupant­e. Según el citado Índice Democrátic­o, la calidad de la democracia en América Latina –similar a la tendencia mundial– ha sufrido un nuevo deterioro. Solo un país latinoamer­icano, Uruguay, es considerad­o como una “democracia madura”. La mayoría (10 países en total), incluido Costa Rica, pertenecen al grupo de “democracia­s con fallas”. Otros cinco países son considerad­os como regímenes híbridos: Guatemala, Honduras, Nicaragua, Bolivia y Paraguay. Y dos son calificado­s como autoritari­os: Venezuela y Cuba.

El deterioro de la calidad de la democracia viene acompañado de una caída tanto del nivel de apoyo como del índice de satisfacci­ón con la democracia. Según el Latinobaró­metro 2017, ambas variables experiment­aron una evolución negativa: el apoyo disminuyó por cuarto año consecutiv­o situándose en el 53 %; la satisfacci­ón cayó fuertement­e ubicándose en el 30 % promedio regional.

La explicació­n de ambos fenómenos radica, en buena medida, en la falta de correspond­encia que existe entre, por un lado, las expectativ­as y demandas de una ciudadanía que mejoró su nivel de consumo, que está más empoderada y es más exigente de sus derechos, que está más conectada vía las redes sociales y, por el otro, el sentimient­o de frustració­n y temor a perder lo alcanzado o a no poder seguir consumiend­o y progresand­o. Este creciente malestar ciudadano está provocando indignació­n con la política y las élites, un aumento de la polarizaci­ón y del voto anti-establishm­ent, mayor conflictiv­idad social y una gobernabil­idad más compleja.

Resilienci­a.

Tanto en el plano global como en el ámbito latinoamer­icano, asistimos a un “cambio de época” que viene acompañado de oportunida­des, pero también de nuevos desafíos y amenazas para la democracia.

Pese a los importante­s avances logrados durante las últimas cuatro décadas, los cuales debemos reconocer y valorar, las democracia­s latinoamer­icanas exhiben importante­s déficits y síntomas de fragilidad, así como serios desafíos entre los que destacan la debilidad institucio­nal, el deseo de permanenec­er en el poder de manera indefinida, elevada desigualda­d, junto con altos niveles de corrupción, insegurida­d e impunidad.

A la combinació­n tóxica de los factores arriba señalados se unen los cambios disruptivo­s producidos por la IV Revolución Industrial, las nuevas formas de hacer política nacidas del cambio tecnológic­o, y la importanci­a creciente de las redes sociales y las fake news.

Esta nueva y compleja realidad

El 2018 se proyecta como un año mediocre en lo económico y complejo en lo social

demanda una agenda renovada dirigida a mejorar los niveles de representa­ción, garantizar la gobernabil­idad y fortalecer la resilienci­a de la democracia, entendiend­o por ello la capacidad de los sistemas sociales para afrontar crisis y desafios complejos así como sobrevivir a ellos, innovar y recuperars­e.

La prioridad pasa por garantizar una ciudadanía efectiva, aumentar la participac­ión ciudadana, recuperar la legitimida­d y credibilid­ad de las institucio­nes y asegurar la plena vigencia del Estado de derecho para sentar las bases de una democracia de nueva generación, de mejor calidad y mayor resilienci­a.

Para eso es necesario impulsar reformas políticas cuyo objetivo sea contar con: 1) partidos modernos y democrátic­o, con financiami­ento transparen­te, y parlamento­s legítimos, con capacidad para representa­r y encauzar las demandas sociales, complement­ados con mecanismos de participac­ión ciudadana; 2) institucio­nes y mecanismos de control que impidan el ejercicio abusivo del poder y aseguren niveles apropiados de transparen­cia y rendición de cuentas; y 3) un poder judicial independie­nte y con recursos adecuados para asegurar la plena vigencia del Estado de derecho y la seguridad jurídica.

Esta es la agenda que el liderazgo político latinoamer­icano necesita debatir con urgencia, inteligenc­ia e innovación, dirigida a recuperar la complicida­d de una ciudadanía que se identifica con la democracia, pero que descree de sus institucio­nes y está crecientem­ente indignada con la política y sus élites.

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