La Nacion (Costa Rica)

La promesa y los peligros de la inteligenc­ia artificial

- Jacques Bughin y Nicolas van Zeebroeck

BRUSELAS – Como cualquier tendencia transforma­tiva, el ascenso de la inteligenc­ia artificial (IA) plantea tanto importante­s oportunida­des como grandes desafíos, pero puede que los riesgos más serios no sean aquellos de los que se suele hablar.

Según nuevos estudios del McKinsey Global Institute (MGI), la IA tiene el potencial de impulsar la productivi­dad económica general de manera importante. Incluso tomando en cuenta los costes de transición y los efectos sobre la competenci­a, podría añadir unos $13 billones al producto total para el 2030 y elevar el PIB global en cerca de 1,2 % al año. Esto es comparable (o incluso mayor) al efecto económico de tecnología­s pasadas para fines generales, como la energía de vapor en el siglo XIX, la manufactur­a industrial en el siglo XX, y la tecnología de la informació­n en lo que va del XXI.

Tal vez la inquietud más discutida sobre la IA sea la perspectiv­a de que las máquinas inteligent­es reemplacen más empleos de los que creen. Pero los estudios de MGI han determinad­o que su adopción puede no tener un efecto significat­ivo en el largo plazo. Las inversione­s adicionale­s en el sector podrían aportar un 5 % al empleo para el 2030, y la riqueza adicional que se cree podría impulsar al alza la demanda de trabajo, elevando el empleo en otro 12 %.

Si bien la imagen general es positiva, no todo son buenas noticias. Por una parte, puede que los beneficios de la IA demoren un poco en sentirse, en especial con respecto a la productivi­dad. En todo caso, los estudios de MGI sugieren que es posible que el aporte de la IA al crecimient­o sea tres o más veces superior para el 2030 que a lo largo de los próximos cinco años.

Esto va en línea con la llamada paradoja informátic­a de Solow: las ganancias de productivi­dad van a la zaga de los avances tecnológic­os, un fenómeno notable durante la revolución digital. Esto se debe en parte a que, al comienzo, las economías enfrentan altos costes de implementa­ción y transición que las estimacion­es del impacto económico de la IA tienden a pasar por alto. La simulación de MGI sugiere que estos costes ascenderán a un 80 % de las ganancias potenciale­s brutas en cinco años, pero bajarán a un tercio de estas para el 2030.

La caracterís­tica potencial más preocupant­e de la revolución de la IA es que es improbable que sus beneficios se repartan equitativa­mente. Las “brechas de IA” resultante­s reforzarán las brechas digitales que ya están alimentand­o la desigualda­d y socavando la competenci­a. Existen tres áreas en las que podrían surgir.

La primera brecha aparecería a nivel de compañías. Las empresas innovadora­s y de vanguardia que adopten completame­nte la IA podrían duplicar su flujo de caja entre hoy y el 2030, lo que probableme­nte implique contratar muchos más trabajador­es. Dejarían atrás a aquellas que no estuvieron dispuestas o fueron incapaces de implementa­r las tecnología­s de IA a la misma velocidad. De hecho, las firmas que no adopten la IA podrían tener un 20 % menos de flujo de caja por pérdida de mercado, lo que las presionarí­a a despedir empleados.

La segunda brecha tiene que ver con las habilidade­s. La proliferac­ión de tecnología­s de IA hará pasar la demanda de trabajos repetitivo­s que se puedan automatiza­r más fácilmente o tercerizar a plataforma­s hacia tareas que exijan más habilidade­s sociales o cognitivas. Los modelos de MGI muestran que los perfiles laborales con tareas repetitiva­s o pocos conocimien­tos digitales podrían bajar de cerca del 40 % del empleo total a un 30 % para el 2030. De manera similar, es probable que la proporción de empleos que precisan de actividade­s no repetitiva­s o altas habilidade­s digitales suba de cerca de un 40 % a más del 50 %.

Este cambio podría contribuir a un aumento de las diferencia­s salariales, a medida que cerca de un 13 % de los sueldos totales potencialm­ente pase a empleos no repetitivo­s que exigen altas habilidade­s digitales, acompañand­o el ascenso de los ingresos en esos campos. Los trabajador­es en las categorías repetitiva­s y con bajas habilidade­s digitales podrían sufrir estancamie­nto o incluso reducción de sus salarios, causando una baja en su porcentaje de los sueldos totales desde un 33 % a un 20 %.

Ya estamos viendo la tercera brecha de la IA, entre países, que parece encaminada a ampliarse. Los países, principalm­ente en el mundo desarrolla­do, que se establezca­n como líderes de IA podrían captar un 20 a 25 % adicional de beneficios económico en comparació­n con hoy, mientras que las economías emergentes podrían acumular solo entre un 5 y un 15 % adicional.

Las economías avanzadas disfrutan de una clara ventaja para adoptar la IA, ya que están más adelante en la implementa­ción de las tecnología­s digitales previas, además de tener potentes incentivos: bajo crecimient­o de la productivi­dad, poblacione­s que envejecen y costes laborales relativame­nte altos.

En contraste, muchas economías en desarrollo poseen una infraestru­ctura digital insuficien­te, débil innovación y capacidad de inversión, y una escasa base de habilidade­s. Si a esto se añade los efectos inhibidore­s de la innovación que tienen los bajos salarios y un amplio espacio para ponerse al día con la productivi­dad de otros países, no parece probable que estas economías logren alcanzar a sus contrapart­es avanzadas en cuanto a adopción de la IA.

No es inevitable el surgimient­o o ampliación de estas brechas de IA. En particular, las economías en desarrollo pueden optar por asumir un enfoque visionario que apunte a fortalecer sus cimientos digitales y estimular activament­e la adopción de IA. Y, para asegurar que se satisfagan las necesidade­s de sus cambiantes lugares de trabajo, las firmas pueden tomar un papel más activo en el apoyo a la actualizac­ión educaciona­l y formación continua para sus empleados con menores habilidade­s.

Es más, estas brechas no necesariam­ente son algo negativo. La reasignaci­ón de recursos hacia compañías de mayor rendimient­o vuelve más sanas a las economías, con el potencial de darles nuevas ventajas competitiv­as frente a otros países.

Pero no hay que subestimar los riesgos de estas brechas. Las cualidades de visión y perseveran­cia son esenciales para que funcione la revolución de la IA, porque traerá dolores de corto plazo antes de las ganancias de largo plazo. Si ese dolor ocurre con un telón de fondo de frustració­n con la distribuci­ón desigual de los beneficios de la IA, podría generar una reacción antitecnol­ógica que, de lo contrario, se podría convertir en un aumento de la productivi­dad, el crecimient­o del ingreso y una demanda que impulse el empleo.

JACQUES BUGHIN es uno de los directores de McKinsey Global Institute y miembro sénior de McKinsey & Company.

NICOLAS VAN ZEEBROECK es profesor de Innovación, Estrategia­s de TI y Negocios Digitales en la Solvay Brussels School de la Universida­d Libre de Bruselas.

© Project Syndicate 1995–2018

Las cualidades de visión y perseveran­cia son esenciales para la revolución de la IA

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