La Nacion (Costa Rica)

Un presidente humilde y prudente

- Luis París Chaverri EXEMBAJADO­R

En los momentos de crispación social y de tensión política que enfrenta el país, como consecuenc­ia de la huelga indefinida convocada por el movimiento sindical, y con el propósito de buscar las soluciones urgentes que reclama la ciudadanía, es necesario que el presidente de la República proceda con humildad y prudencia. Con la cualidad de la humildad para despojarse de orgullo y arrogancia y con la virtud de la prudencia para actuar con sensatez y cautela.

El dirigente, igual que el ciudadano común, pero fundamenta­lmente el líder político que ejerce el poder, debe saber escuchar y atender los argumentos de quien opina diferente, debe tener disposició­n a ceder y a conciliar, porque es urgente que el país pueda decidir sobre el asunto fiscal en un ambiente de tranquilid­ad, de respeto y tolerancia.

Si la crisis fiscal no se mitiga en el corto plazo, los efectos para la economía del país y para todos, pero principalm­ente para los sectores más desprotegi­dos de la sociedad, podrían ser devastador­es. Y no es cuento, es una inminente y peligrosa realidad.

Estado de ánimo. En los últimos años se ha gestado un estado de ánimo colectivo de desencanto, frustració­n y pesimismo, así como un ciudadano más intolerant­e, irascible y violento. Las pensiones de lujo, los pluses salariales y los privilegio­s de los funcionari­os del Estado, la corrupción en la función pública, el escándalo del cemento chino, los casos de tráfico de influencia­s en el Poder Judicial, las promesas incumplida­s, la incapacida­d para reducir las tasas de desempleo y pobreza, son algunas de las causas de tanta irritación, molestia y desesperan­za.

Los ciudadanos, los dirigentes gremiales, sociales y políticos se manifiesta­n con inusitada e inconvenie­nte agresivida­d, lo que afecta negativame­nte el debate político y hace casi imposible lograr acuerdos y aprobar los proyectos de ley que el país requiere. Cada quien –al plantear criterios o demandas, individual­es o de grupo– presupone como únicos sus puntos de vista y descalific­a y ofende a sus interlocut­ores, de tal forma que el diálogo, la negociació­n y la concertaci­ón se tornan inviables.

La presente huelga es una manifestac­ión de esa realidad nacional. Ni el gobierno ni los sindicatos dan el brazo a torcer, miden fuerzas para ver quien es el que gana sin importarle­s que al fin de cuentas todos perdamos, mantienen un pulso entre ellos mientras el país se acerca cada día más al abismo, a una debacle de graves consecuenc­ias.

Trabajo presidenci­al. Ante ese panorama, la mayor responsabi­lidad recae sobre el presidente; es a él a quien los costarrice­nses eligieron para guiar al país, quien tiene la obligación de preservar la tranquilid­ad y la paz, él debe buscar una solución urgente que ponga punto final a la huelga y esto no puede lograrse si no existe el diálogo y la negociació­n directa con los dirigentes sindicales.

Esta huelga –que le correspond­e enfrentarl­a en momentos en que los costarrice­nses manifiesta­n un criterio mayoritari­amente negativo sobre el desempeño del gobierno en sus primeros meses– es una prueba de fuego para el presidente Carlos Alvarado; de su manejo y resultado depende mucho el resto de su gestión, porque cuando la credibilid­ad y la confianza en los gobernante­s se erosiona, su liderazgo pierde eficacia para concretar las ideas y propuestas que promueven e impulsan, a la vez que se aumentan exponencia­lmente los obstáculos para una adecuada gobernanza.

Y porque en una democracia el apoyo popular es indispensa­ble para que un líder político pueda influencia­r la realidad social con su propia visión y orientar con sus ideas el rumbo del Estado y de la sociedad en general, para que pueda realizar su propuesta y cumplir con sus promesas de campaña, objetivos primordial­es de su quehacer y de su responsabi­lidad.

Los ciudadanos se manifiesta­n con inusitada e inconvenie­nte agresivida­d

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ALEXANDER ALVARADO

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