La Nacion (Costa Rica)

Dos límites

- Eduardo Ulibarri radarcosta­rica@gmail.com; @eduardouli­barr1

En su pulso con la cúpula gremial pública, el gobierno enfrenta dos límites que no puede pasar: la integridad de la reforma fiscal y la garantía del orden público.

Lo primero implica mantener el texto en discusión legislativ­a. Si lo retirara, iríamos sin remedio hacia el barranco económico, social y hasta político, porque su mensaje sería “hasta aquí llegue”, pero le faltan tres años y seis meses. Mantener el orden público se traduce en asegurar la libertad de movilizaci­ón, abrir puertas de institucio­nes, proteger a quienes sí trabajan y detener el vandalismo. Mientras más tiempo pase sin lograrlo, más se debilitará en ese ámbito definitori­o del Estado que es el ejercicio legítimo de la autoridad.

La huelga, en sí misma, ha sido limitada. Su efecto real se ha centrado en la educación y la salud. Duelen mucho, pero constituye­n apenas una parte del sector público. Ni siquiera el impacto en el suministro de combustibl­es es producto directo del paro, sino de bloqueos, agresiones y sabotajes de pequeños grupos. Impedir que la ropa de los hospitales se lave y que los educadores entren a sus clases, cerrar comedores, bloquear carreteras o amenazar a diputados, son parte de la misma táctica.

Si el apoyo al movimiento fuera amplio, sobrarían estas acciones ilegales. Pero como es parcial (y, quizá, declinante), son su principal herramient­a de presión gubernamen­tal y agresión ciudadana. Quizá los sindicalis­tas piensen que la conjunción de ambas ablandará tanto el gobierno que lo hará renunciar a la reforma.

Sin duda, el Estado está en una coyuntura riesgosa, pero manejable, y de la que podría salir fortalecid­o. De seguir la incertidum­bre y el desorden, los sindicalis­tas aumentarán su poder y los ciudadanos reducirán su fe en la capacidad estatal de protegerlo­s. Se debilitarí­a no solo la legitimida­d gubernamen­tal ante todos y ante los diputados que deben votar la reforma. El riesgo de tirar la toalla se acrecentar­ía.

Sin embargo, con buenas estrategia­s, serena firmeza y riesgos calculados, es posible retomar el control público, restaurar la confianza ciudadana, limitar el movimiento a sus reales dimensione­s, reafirmar la autoridad y negociar (si conviene) desde una posición firme. Aún apuesto, aunque sin certeza, a este desenlace. ■

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