‘Esta es Costa Rica’
El presidente Alvarado volvió a la zona de la capital donde fue agredido para mostrarle al país la mejor imagen de sí mismo.
“Esta es Costa Rica”, repitió una y otra vez el presidente, Carlos Alvarado, desde la plaza de la Cultura, en cuyas inmediaciones había sido agredido horas antes por un grupo de enfurecidos sindicalistas quienes lo asediaron cuando salía de un acto celebrado en el Teatro Nacional.
Sonriente, el mandatario se tomó fotografías con quienes se lo pedían, recibió muestras de afecto y saludó a los transeúntes, entre ellos, personas que colaboraron con él en la campaña o en las instituciones donde prestó servicios. El presidente saludó a un excolaborador por su nombre y a más de uno le dedicó un “pura vida” espontáneo, sin pretensiones.
El gesto de valentía y civismo exhibió, como en vitrina, al país del cual estamos orgullosos. Era oportuno hacerlo, porque la noticia de la agresión perpetrada horas antes por el grupo de sindicalistas se había difundido por el mundo. Las condenas no tardaron en llover desde todos los rincones, pero los sectores más sensibles a la necesidad de preservar la buena imagen del país enfatizaron el daño en ese aspecto.
“La forma en la que la dirigencia sindical ha conducido su protesta ha impactado de manera negativa la experiencia de nuestros turistas, los cuales se han visto expuestos a bloqueos que causan interminables embotellamientos y atrasos impensables en su transitar por el país. Además, las manifestaciones ruidosas y hasta agresivas tiran por la borda la imagen internacional de un país de paz y sin ejército, que tanto tiempo, esfuerzo y sacrificio ha costado construir”, dice el comunicado de un nutrido grupo de empresarios turísticos.
El video del presidente, rudimentario en su factura y campechano en el lenguaje, confirma la excepcionalidad de la agresión ocurrida horas antes y, también, de los actos de violencia cometidos en las últimas semanas, en especial los cierres de vías. A los turistas atrapados en los bloqueos va a ser difícil convencerlos para que regresen al país o lo recomienden, pero es necesario limitar el daño. El video del mandatario es una importante contribución, conmovedora como despliegue de valores pacíficos y democráticos.
La iniciativa presidencial tiene, además, una importante dimensión política interna. Carlos Alvarado mostró al país una imagen de sí mismo mucho más próxima a la realidad que enorgullece a sus ciudadanos. En esa Costa Rica, el presidente puede salir a la calle sin temor y la gente se le aproxima para saludarlo, intercambiar unas palabras y tomarse una fotografía.
Las escenas marcaron un fuerte contraste con la ira del reducido grupo sindical, desesperado por la inminencia de un resultado adverso a sus pretensiones. Esa frustración, lo hemos señalado antes, representa un peligro. Con escaso apoyo ciudadano y temerosos de la desilusión y hartazgo entre quienes inicialmente se sumaron a la huelga, los dirigentes se apoyan en los grupos más radicales para mantenerse vigentes. Ya no se trata de alcanzar las desorbitadas exigencias iniciales, sino de sobrevivir a la cabeza de sus organizaciones.
Así se explica por qué, luego de desistir de las tácticas repudiadas por la población, las retomaron en los últimos días con mayor virulencia, aunque con menos participación. Saben el precio que pagar por recurrir a la violencia, pero no tienen alternativa. Están atrapados en las redes de su propia demagogia. Muchos estarán lamentando la radicalización promovida entre las bases, que desembocó en el rechazo del acuerdo negociado con el gobierno y les cerró la salida de una huelga mal concebida y peor ejecutada.
La agresión al presidente, como la violencia desplegada contra la prensa, son errores evidentes, y el mandatario los aprovechó de manera magistral. El contraste entre la ira radical y la jovialidad del presidente agredido es una lección de comunicación eficaz.
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El presidente, Carlos Alvarado, volvió a la zona de la capital donde fue agredido para mostrarle al país la mejor imagen de sí mismo
El video del presidente, rudimentario en su factura y campechano en el lenguaje, confirma la excepcionalidad de la violencia desatada horas antes