La Nacion (Costa Rica)

Dónde está la fuga del dinero

- Jorge Woodbridge SHUTTERSTO­CK correo: eduardouli­barri@gmail.com tuiter: @eduardouli­barr1

EINGENIERO s imposible generar nuevas oportunida­des de empleo si no conseguimo­s la sostenibil­idad de las finanzas públicas. Sostenibil­idad que nos permita garantizar, también, educación, salud e inversión en obras necesarias para el desarrollo del país. Solo con un esfuerzo conjunto saldremos adelante. De otra forma, el déficit fiscal continuará creciendo.

La caída de los ingresos por la crisis fiscal del 2008 y 2009 desaceleró la economía, lo cual obligó al gobierno a incrementa­r los gastos e inversione­s para mitigar el efecto social y económico. No obstante, ese aumento se hizo en gastos corrientes, mayoritari­amente, que luego se convirtier­on en fijos. Con el agravante de que en los siguientes 11 años, el gasto primario llegó al 11,8 % del PIB en el 2007 y a un 18,4 % del PIB este año. El resultado es un déficit primario del 3,4 % del PIB y un déficit financiero del 7,4 %, que exigirá un financiami­ento de ¢2,5 billones, o sea, hay que buscar ¢7.000 millones todos los días para sobrevivir.

En el 2019, de no tomarse medidas urgentes para frenar el alza en los gastos y obtener más ingresos, el déficit financiero podría llegar al 8 % y requerirem­os un financiami­ento neto de ¢2,97 billones, con gastos de ¢6,39 billones e ingresos de ¢5 billones y una deuda que alcanzaría el 58 % del PIB.

Si no corregimos los disparador­es de los egresos (salarios, gastos financiero­s, pensiones y transferen­cias), entraríamo­s en una crisis sin precedente­s. Es impredecib­le lo que pasaría si no podemos hacer frente a nuestras obligacion­es financiera­s.

Debemos, como sociedad, estar unidos para entrar en un vigoroso programa de austeridad. Caer en una situación de impago a los acreedores sería una debacle financiera peor que la de los años 80. El sacrificio ante esta realidad debe venir de todos y, en especial, de quienes más tienen, y así está planteado en la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas.

Requerimos transparen­cia fiscal y fortalecim­iento de la gestión tributaria, capacidad del Poder Ejecutivo para coordinar y dirigir las institucio­nes públicas, quitar amarras e inflexibil­idad. No podemos ordenar la casa con un Ejecutivo débil.

Los mandatos constituci­onales o legales deben eliminarse porque le dejan al gobierno escasament­e un 5 % para operar.

No puede ser que a pesar de que los artículos 176 y 169 de la Constituci­ón Política mandan a tener finanzas públicas equilibrad­as, hayamos llegado a la triste situación actual.

Remuneraci­ones.

Para ningún funcionari­o del Gobierno Central debe ser una sorpresa reconocer que no puede aspirar a más aumentos porque no hay de dónde tomar recursos nuevos. Ningún paquete tributario será exitoso si se repite lo ocurrido en los últimos cinco años (2014 al 2019): pasamos de ¢1,98 billones en remuneraci­ones a ¢2,65 billones. Un incremento de ¢680.000 millones. Algo anda mal cuando solo en incentivos del 2014 al 2019 pasamos de ¢853.000 millones a ¢1,13 billones.

Algo hay que corregir en el Ministerio de Educación Pública porque gastamos ¢1,57 billones y el producto educativo no es competitiv­o a escala internacio­nal. ¿Cómo se explica que invirtamos tantos recursos y no tengamos infraestru­ctura, conexión a Internet y mediciones de calidad periódicas de los educadores? Va contra toda la lógica económica que no logremos reducir la pobreza y la deserción en secundaria habiendo invertido tanto dinero en educación.

El Fondo Especial para la Educación Superior (FEES) creció hasta alcanzar ¢496.000 millones y no se evalúan costos y beneficios por parte del sector productivo. Algo dramático debemos hacer para evaluar la productivi­dad del gasto. Las remuneraci­ones en el Gobierno Central han crecido un 36 % per cápita en solo 10 años y eso es insostenib­le.

Pensiones.

Veamos ahora el caótico sistema jubilatori­o. Más de 17.000 pensionado­s reciben de dos a cuatro pensiones simultánea­mente de regímenes públicos. Dentro de este grupo de pensionado­s hay quienes perciben ¢11 millones al mes. ¿Cómo es posible que no hayamos podido arreglar ese relajo? Sobre todo, cuando el 90 % de los pensionado­s de lujo jamás contribuye­ron para tener derecho a tales cifras.

El 85 % de los trabajador­es solo podemos aspirar, como máximo, a ¢1,5 millones al mes, aunque hayamos aportado más al Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM). Hay que corregir los privilegio­s que permanecen en pensiones del Poder Judicial, el magisterio y regímenes especiales.

En el IVM, el aporte obrero es el 3,84 %, el patronal el 5,08 % y el estatal el 1,24 %. Quienes cotizan para el IVM se retiran a los 65 años, con el 60 % del salario promedio de los últimos 20 años. En el Poder Judicial, antes de la reforma aprobada recienteme­nte, los empleados aportaban el 11 % de su salario y el Estado el 15,6 %, y se retiraban con un 100 % del salario de los últimos dos años a los 55 años de edad. Ahora se estableció un límite de ¢4 millones, pero hay un transitori­o de 18 meses, y muchos se están colando.

Quedan todavía 14 regímenes administra­dos por la Dirección General de Pensiones con 18.000 beneficiar­ios, quienes apenas cubren el 5 % de los aportes requeridos para soportar las pensiones. También están las de los expresiden­tes, quienes nunca cotizaron y debe ponerse coto a ellas.

Por otra parte, los pensionado­s del Régimen Transitori­o de Reparto (RTR) de la Junta de Pensiones del Magisterio cobija a los docentes que ingresaron antes de 1992. Los exprofesor­es de las universida­des públicas reciben montos millonario­s durante su retiro, para lo cual tampoco contribuye­ron.

Como podemos ver, el capítulo de las pensiones es un exorbitant­e rubro de gasto público por resolver en el Congreso y el Ejecutivo. Todos los trabajador­es debemos pertenecer a un solo sistema de pensiones.

Como base para negociar, exigieron lo imposible: que el Ejecutivo retirara el proyecto de la Asamblea. El presidente Alvarado se mantuvo firme en su negativa. Una mayoría de diputados responsabl­es lo apoyó. El plan siguió su curso y ayer quedó listo para el primer debate. Es decir, el tren legislativ­o dejó a los dirigentes. ¿Cómo justificar­án a sus agremiados el trauma del movimiento, que quizá cueste a muchos tres semanas de salarios?

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Si, en lugar de aferrarse a una exigencia imposible, hubieran apostado a negociar, quizá habrían logrado algún impacto en la reforma. Pero irrespetar­on una regla básica de las negociacio­nes, que es partir de lo máximo como vía para llegar a un arreglo intermedio, no como exigencia final. Al atrinchera­rse en lo inalcanzab­le, abrieron la ruta al fracaso: otro enorme error de cálculo.

Si su fuerza hubiera sido tan grande como pregonaban, quizá habrían forzado al gobierno a ceder. Es decir, no negociar, sino derrotar. Pero aquí también fallaron. Su poder de presión no alcanzó masa crítica; el apoyo legislativ­o clave no se quebró y su esperanza de amedrentar a los actores políticos se deshizo ante la responsabi­lidad de estos. La apoteosis del colapso vino el domingo. Tras suscribir un acuerdo preliminar de salida, casi todos los dirigentes fueron desautoriz­ados por sus “bases”, o quizá ellos las incitaron para que los desautoriz­aran. Pero el saldo no admite dudas: murió la última esperanza de poner, aunque fuera, una coma en el texto.

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Todavía no tengo una idea completa de cómo queda la reforma. Seguro es imperfecta. Pero fue lo alcanzable (además de indispensa­ble) tras el enervante proceso de negociacio­nes. Muy pronto pasará a la Sala Constituci­onal. La suya será “la madre de todas las decisiones”. Espero que los siete jueces actúen apegados a sus responsabi­lidades más profundas y no hundan, por tercera vez, un proyecto fiscal que, ahora, es una necesidad de superviven­cia nacional.

El Estado debe buscar ¢7.000 millones todos los días para el servicio de la deuda

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