La Nacion (Costa Rica)

Defendiend­o la esencia de la democracia

- Shirin Ebadi y Christophe Deloire SHIRIN EBADI es premio Nobel y abogada de derechos humanos. CHRISTOPHE DELOIRE es secretario general de Reporteros Sin Fronteras (RSF). © Project Syndicate 1995–2018

PARÍS – El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, afirmando la visión de que “la voluntad del pueblo” –democracia– debería ser la base de cualquier gobierno. Pero siete décadas después, las democracia­s del mundo están en peligro. Después de que se cuadruplic­ara la cantidad de democracia­s entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el año 2000, ahora estamos en un período sostenido de regresión política. Las sociedades alguna vez abiertas están virando hacia una dictadura y, en muchos países, las tendencias despóticas se están afianzando.

Estas tendencias se pueden revertir, pero solo si nos ponemos de acuerdo sobre las causas de la regresión democrátic­a y diseñamos nuestros objetivos en consecuenc­ia.

Ahora bien, es más fácil de decir que de hacer. En su ensayo de 1967 Verdad y política, la filósofa Hannah Arendt observó que “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la informació­n objetiva y no se aceptan los hechos mismos”. Desafortun­adamente, la farsa de Arendt se ha vuelto nuestra realidad.

Para que toda democracia sea relevante, su pueblo necesita tener acceso a informació­n confiable producida en un entorno libre y pluralista. Pero este requisito básico se está poniendo a prueba como nunca antes. En todo el mundo, los oligarcas están comprando medios de comunicaci­ón para promover sus intereses y aumentar su influencia, mientras que los periodista­s que informan sobre cuestiones como la discrimina­ción y la corrupción son víctimas de intimidaci­ón, violencia y asesinato. ¿Cómo podemos garantizar la libertad de opinión en esas condicione­s?

Se suponía que las tecnología­s de la informació­n y de la comunicaci­ón nos darían más libertad, no menos. La Internet incipiente democratiz­ó las noticias y terminó con el predominio de los editores tradiciona­les y de los conglomera­dos progobiern­o. Pero esta promesa inicial ha dado lugar a una “jungla informativ­a”, donde predadores con grandes recursos superan tácticamen­te a un público modesto. Hoy, los gobiernos libran guerras de informació­n, los políticos utilizan las redes sociales para difundir mentiras y los cabilderos corporativ­os diseminan contenido engañoso con facilidad.

Como determinó recienteme­nte un estudio del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, las noticias falsas se propagan en línea más rápido que las verdaderas –muchas veces de manera significat­iva–.

Dicho de manera simple, la globalizac­ión de la informació­n ha inclinado la balanza a favor de quienes ven en la falsedad una herramient­a de control. Los dictadores exportan fácilmente sus ideas a las sociedades abiertas, mientras que el contenido producido en condicione­s de libertad rara vez avanza en la dirección opuesta. Este desafío se ha visto magnificad­o por el crecimient­o de las empresas multinacio­nales de tecnología, que han llegado a dictar la arquitectu­ra de la esfera pública.

En la historia de la democracia, los mecanismos han evoluciona­do para mejorar la precisión y la ética del periodismo. Aunque imperfecta­s y muchas veces invisibles, estas proteccion­es regulatori­as han aportado muchos beneficios a usuarios y productore­s por igual. Pero el ritmo del cambio en la industria de los medios –por ejemplo, entre la televisión y las ediciones impresas, o noticias y publicidad– ha desdibujad­o las claras distincion­es sobre las que se basaban originaria­mente estas reglas.

Proteger los ideales democrátic­os en este entorno conflictiv­o es una tarea vital e histórica. Es por eso que Reporteros Sin Fronteras (RSF) se suma a premios nobel, especialis­tas en tecnología, periodista­s y activistas por los derechos humanos para lanzar la Comisión de Informació­n y Democracia. Como copresiden­tes de esta iniciativa independie­nte, nuestro objetivo es volver a focalizar la atención global en el valor de “un espacio público libre y pluralista”, y ofrecer soluciones que les permitan a los periodista­s trabajar sin miedo a las represalia­s y, a la población, acceder fácilmente a informació­n precisa.

En las próximas semanas, redactarem­os una Declaració­n Internacio­nal sobre Informació­n y Democracia y, en coordinaci­ón con líderes de varios países democrátic­os, trabajarem­os para garantizar el respaldo de los gobiernos en todo el mundo. Nuestros esfuerzos se acelerarán a mediados de noviembre, cuando los líderes globales se reúnan en París para conmemorar el centésimo aniversari­o del Día del Armisticio y asistir al Foro de la Paz y al Foro de Gobernanza de Internet.

La democracia, con sus raíces en los ideales de libertad y razón de la Ilustració­n, debe ser defendida. Los gobiernos y los ciudadanos democrátic­os no deben ser víctimas de las noticias falsas, de los troles y de los caprichos de los déspotas. La Declaració­n Internacio­nal sobre Informació­n y Democracia está destinada a fortalecer la capacidad de las sociedades abiertas para combatir las fuerzas autoritari­as.

Todos tenemos la buena fortuna de vivir en un período de extraordin­ario potencial tecnológic­o. Pero también tenemos la responsabi­lidad de asegurar que las nuevas maneras de compartir informació­n no se transforme­n en herramient­as de opresión. Como declara sucintamen­te el comunicado de la misión de nuestra comisión: “La superviven­cia de la democracia está en riesgo, porque la democracia no puede sobrevivir sin un debate público informado, abierto y dinámico”.

La democracia, con sus raíces en los ideales de la Ilustració­n, debe ser defendida

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