Preparar a los jóvenes para fundar familias
EDIPLOMÁTICO l Instituto de Investigaciones Sociales de Nueva York (Social Trends Institute) acaba de publicar un informe que sitúa a 75 países con una tasa de fecundidad muy por debajo del nivel de reemplazo —dos hijos por mujer—, lo necesario para mantener la mano de obra en los niveles actuales, y señala, como ejemplo, el estancamiento económico de Japón, por su déficit de natalidad, originado en los años 70, del siglo pasado, y la caída del índice de fecundidad en China, en los posteriores años noventa.
China anunció la eliminación del control natal para el 2020, en vista de su envejecimiento, según publicó el diario español El País. Son ejemplos de que Costa Rica también podría sufrir si no diseña una estrategia para el crecimiento de su población. No tendremos una generación joven y fuerte para el 2050, debido al notorio envejecimiento de la población, expuesto ya en varios de los informes del Estado de la Nación.
Estabilidad, bien estratégico.
Los países del Extremo Oriente y el Oriente Próximo son las zonas del mundo en donde hay más niños criados por padres de familia casados. Hay pocos hijos fuera del matrimonio, según estudios del Social Trends Institute, cuyas sedes están en Nueva York y Barcelona.
Allá, los hijos tienen la posibilidad de ser mayoritariamente criados por sus padres. En la India, un territorio inmenso, tiene menos del 1 % de niños criados fuera del matrimonio. El Instituto, en su estudio sobre estos indicadores internacionales de la familia, señala, además, que la tasa más elevada de nacimientos fuera del matrimonio se concentra en Latinoamérica: está entre un 55 % y un 74 %. Suecia ostenta el récord en Europa, con un 55 % de hijos fuera del matrimonio.
Otro dato para no tomar a la ligera es que naciones como China y Japón están a punto de perder su mano de obra en un 20 % de aquí al 2050 debido a la persistente caída de nacimientos.
La lección que deben extraer los países es que un estado de bienestar solo saldrá adelante si tiene una tasa de fecundidad lo suficientemente alta como para evitar disminuir la mano de obra necesaria en una nación.
Generador económico.
La familia basada en el matrimonio de un hombre y una mujer es reconocida universalmente como un elemento natural y fundamental, dice la declaración de los derechos humanos en el artículo 16.
De manera que es vital estudiarla a largo plazo, concretamente cuando se introducen leyes y resoluciones que la afectan. Independientemente de los debates, es célula fundamental, no puede estar supeditada al vaivén de la sociedad, requiere seguridad, solidez y apoyo.
La familia, como institución, ha recibido numerosos ataques: desde los que abogan por el control de nacimientos, el aborto y la violencia hasta el desinterés de algunos políticos en sostenerla como elemento central de la sociedad.
Familia tradicional.
La base de la familia siempre será el matrimonio contraído libremente por un hombre y una mujer. Este es reconocido por las leyes y su consistencia dependerá también del apoyo que encuentre en la sociedad.
El deterioro de esta célula básica social levanta instituciones de protección social para los más necesitados, como el Patronato Nacional de la Infancia y Asignaciones Familiares, que deben resolver los graves problemas del abandono familiar, de los huérfanos y de tantas agresiones que existen en nuestra sociedad.
El Social Trends Institute sugiere algunas ideas para mantener la solidez de la institución familiar:
Las empresas podrían usar su influencia para respaldar las campañas a favor de las familias y la educación pública.
Los países deben facilitar el acceso a la sanidad y a la educación para fortalecer los fundamentos económicos de la vida familiar.
Las políticas deberían apoyar el matrimonio y la paternidad responsable mediante, por ejemplo, créditos a los matrimonios con hijos en el hogar.
La política pública y corporativa debería honrar los ideales de las familias trabajadoras, facilitándoles la flexibilidad para conseguir conciliar la vida familiar y laboral según sus necesidades.
Sostenibilidad social.
La formación con toda libertad a temprana edad de la juventud para el matrimonio y el respeto de toda dignidad humana, con el objetivo de nunca agredir a nadie, es consecuencia del necesario equilibrio que debe darse en todo país.
Nuestro sistema educativo no ha sido capaz de formar líderes jóvenes que sostengan la unidad familiar. Se ha convertido en un sistema que apuesta por el envejecimiento de la población y no por la constitución de jóvenes responsables para sacar adelante la hoja de ruta en sus vidas. El embarazo juvenil es muestra de crisis.
El manejo político de la familia por parte de algunas pequeñas fracciones parlamentarias y las iniciativas de la Sala Constitucional demuestran no tener criterio de su importancia, y parece que a algunos les importa poco su abandono.
Existe en el país una mayoría silenciosa que no se expresa mucho, pero si continúa el ataque para desagregar la familia costarricense, el enfrentamiento se hará presente. Tenemos que saber conciliar objetivos nacionales en esta materia. Perú y Panamá son ejemplos vivos de esos desencuentros.
Los asesinatos, las venganzas, los enfrentamientos sociales y la venta de drogas solo se detendrán si de nuevo recuperamos las virtudes nacionales.
Ha llegado la hora de buscar, con nuestros propios medios, maneras de llevar adelante la promoción de las familias con más liderazgo.
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RPOLITÓLOGO ara vez hago una recomendación de lectura. Sin embargo, esta vez pienso en un libro publicado este año por dos politólogos que, creo, podría estimular una reflexión colectiva sobre el destino de las democracias contemporáneas: Cómo mueren las democracias (How Democracies Die, en inglés), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.
Dicen los autores, que estas mueren hoy distinto que antaño, cuando fenecían a causa de golpes de Estado militares, con apoyo civil o sin él. En estos tiempos mueren “desde adentro” por la erosión del régimen de libertades y derechos ciudadanos y de las instituciones del Estado de derecho.
Resulta que, cada vez más, líderes proautoritarios son elegidos por medios democráticos, montados sobre una ola de malestar ciudadano. Una vez arriba, socavan la democracia y acumulan poder para sí, en nombre del pueblo que los eligió: atacan a la prensa libre, secuestran los poderes del Estado –en especial el judicial–, violan normas y costumbres con impunidad, reprimen a opositores, primero selectivamente y, luego, masivamente.
Es un guion que se ha aplicado en muchos países, con distinto grado de avance, por personajes de muy diversa orientación ideológica: Venezuela, Filipinas, Nicaragua, Hungría, Polonia y Estados Unidos, entre otros. En Brasil, existe una alta probabilidad de que un impresentable como Jair Bolsonaro sea elegido presidente. Un apologista de la tortura, la violación de mujeres, el racismo y la represión de quienes piensan distinto a él, está a punto de hacerse con el mando de una de las democracias más grandes del mundo.
Los autores dicen que para que esos personajes lleguen al poder se requiere que fuerzas políticas, especialmente los partidos, les abran las puertas creyendo que son un riesgo manejable, que lograrán atajarlos y usarlos en su propio beneficio. Sin embargo, una y otra vez, los autoritarios terminan comiéndose a los incautos. Por supuesto, el telón de fondo son democracias minadas por la corrupción, incapaces de satisfacer las demandas ciudadanas y de enfrentar la creciente desigualdad.
Veo este diagnóstico y no tengo duda de que mi país tiene comprados varios tiquetes de esa rifa: descontento ciudadano, sistema disfuncional, partidos en crisis, líderes ambiciosos dispuestos a jugar con fuego y hasta gritones demagogos. Sin embargo, a diferencia de las otras naciones, aún tenemos tiempo para elaborar respuestas democráticas para el peligro.
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Nuestro sistema apuesta por el envejecimiento de la población y no por la generación de relevo