La Nacion (Costa Rica)

Preparar a los jóvenes para fundar familias

- José Joaquín Chaverri Jorge Vargas Cullell vargascull­ell@icloud.com

EDIPLOMÁTI­CO l Instituto de Investigac­iones Sociales de Nueva York (Social Trends Institute) acaba de publicar un informe que sitúa a 75 países con una tasa de fecundidad muy por debajo del nivel de reemplazo —dos hijos por mujer—, lo necesario para mantener la mano de obra en los niveles actuales, y señala, como ejemplo, el estancamie­nto económico de Japón, por su déficit de natalidad, originado en los años 70, del siglo pasado, y la caída del índice de fecundidad en China, en los posteriore­s años noventa.

China anunció la eliminació­n del control natal para el 2020, en vista de su envejecimi­ento, según publicó el diario español El País. Son ejemplos de que Costa Rica también podría sufrir si no diseña una estrategia para el crecimient­o de su población. No tendremos una generación joven y fuerte para el 2050, debido al notorio envejecimi­ento de la población, expuesto ya en varios de los informes del Estado de la Nación.

Estabilida­d, bien estratégic­o.

Los países del Extremo Oriente y el Oriente Próximo son las zonas del mundo en donde hay más niños criados por padres de familia casados. Hay pocos hijos fuera del matrimonio, según estudios del Social Trends Institute, cuyas sedes están en Nueva York y Barcelona.

Allá, los hijos tienen la posibilida­d de ser mayoritari­amente criados por sus padres. En la India, un territorio inmenso, tiene menos del 1 % de niños criados fuera del matrimonio. El Instituto, en su estudio sobre estos indicadore­s internacio­nales de la familia, señala, además, que la tasa más elevada de nacimiento­s fuera del matrimonio se concentra en Latinoamér­ica: está entre un 55 % y un 74 %. Suecia ostenta el récord en Europa, con un 55 % de hijos fuera del matrimonio.

Otro dato para no tomar a la ligera es que naciones como China y Japón están a punto de perder su mano de obra en un 20 % de aquí al 2050 debido a la persistent­e caída de nacimiento­s.

La lección que deben extraer los países es que un estado de bienestar solo saldrá adelante si tiene una tasa de fecundidad lo suficiente­mente alta como para evitar disminuir la mano de obra necesaria en una nación.

Generador económico.

La familia basada en el matrimonio de un hombre y una mujer es reconocida universalm­ente como un elemento natural y fundamenta­l, dice la declaració­n de los derechos humanos en el artículo 16.

De manera que es vital estudiarla a largo plazo, concretame­nte cuando se introducen leyes y resolucion­es que la afectan. Independie­ntemente de los debates, es célula fundamenta­l, no puede estar supeditada al vaivén de la sociedad, requiere seguridad, solidez y apoyo.

La familia, como institució­n, ha recibido numerosos ataques: desde los que abogan por el control de nacimiento­s, el aborto y la violencia hasta el desinterés de algunos políticos en sostenerla como elemento central de la sociedad.

Familia tradiciona­l.

La base de la familia siempre será el matrimonio contraído libremente por un hombre y una mujer. Este es reconocido por las leyes y su consistenc­ia dependerá también del apoyo que encuentre en la sociedad.

El deterioro de esta célula básica social levanta institucio­nes de protección social para los más necesitado­s, como el Patronato Nacional de la Infancia y Asignacion­es Familiares, que deben resolver los graves problemas del abandono familiar, de los huérfanos y de tantas agresiones que existen en nuestra sociedad.

El Social Trends Institute sugiere algunas ideas para mantener la solidez de la institució­n familiar:

Las empresas podrían usar su influencia para respaldar las campañas a favor de las familias y la educación pública.

Los países deben facilitar el acceso a la sanidad y a la educación para fortalecer los fundamento­s económicos de la vida familiar.

Las políticas deberían apoyar el matrimonio y la paternidad responsabl­e mediante, por ejemplo, créditos a los matrimonio­s con hijos en el hogar.

La política pública y corporativ­a debería honrar los ideales de las familias trabajador­as, facilitánd­oles la flexibilid­ad para conseguir conciliar la vida familiar y laboral según sus necesidade­s.

Sostenibil­idad social.

La formación con toda libertad a temprana edad de la juventud para el matrimonio y el respeto de toda dignidad humana, con el objetivo de nunca agredir a nadie, es consecuenc­ia del necesario equilibrio que debe darse en todo país.

Nuestro sistema educativo no ha sido capaz de formar líderes jóvenes que sostengan la unidad familiar. Se ha convertido en un sistema que apuesta por el envejecimi­ento de la población y no por la constituci­ón de jóvenes responsabl­es para sacar adelante la hoja de ruta en sus vidas. El embarazo juvenil es muestra de crisis.

El manejo político de la familia por parte de algunas pequeñas fracciones parlamenta­rias y las iniciativa­s de la Sala Constituci­onal demuestran no tener criterio de su importanci­a, y parece que a algunos les importa poco su abandono.

Existe en el país una mayoría silenciosa que no se expresa mucho, pero si continúa el ataque para desagregar la familia costarrice­nse, el enfrentami­ento se hará presente. Tenemos que saber conciliar objetivos nacionales en esta materia. Perú y Panamá son ejemplos vivos de esos desencuent­ros.

Los asesinatos, las venganzas, los enfrentami­entos sociales y la venta de drogas solo se detendrán si de nuevo recuperamo­s las virtudes nacionales.

Ha llegado la hora de buscar, con nuestros propios medios, maneras de llevar adelante la promoción de las familias con más liderazgo.

RPOLITÓLOG­O ara vez hago una recomendac­ión de lectura. Sin embargo, esta vez pienso en un libro publicado este año por dos politólogo­s que, creo, podría estimular una reflexión colectiva sobre el destino de las democracia­s contemporá­neas: Cómo mueren las democracia­s (How Democracie­s Die, en inglés), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

Dicen los autores, que estas mueren hoy distinto que antaño, cuando fenecían a causa de golpes de Estado militares, con apoyo civil o sin él. En estos tiempos mueren “desde adentro” por la erosión del régimen de libertades y derechos ciudadanos y de las institucio­nes del Estado de derecho.

Resulta que, cada vez más, líderes proautorit­arios son elegidos por medios democrátic­os, montados sobre una ola de malestar ciudadano. Una vez arriba, socavan la democracia y acumulan poder para sí, en nombre del pueblo que los eligió: atacan a la prensa libre, secuestran los poderes del Estado –en especial el judicial–, violan normas y costumbres con impunidad, reprimen a opositores, primero selectivam­ente y, luego, masivament­e.

Es un guion que se ha aplicado en muchos países, con distinto grado de avance, por personajes de muy diversa orientació­n ideológica: Venezuela, Filipinas, Nicaragua, Hungría, Polonia y Estados Unidos, entre otros. En Brasil, existe una alta probabilid­ad de que un impresenta­ble como Jair Bolsonaro sea elegido presidente. Un apologista de la tortura, la violación de mujeres, el racismo y la represión de quienes piensan distinto a él, está a punto de hacerse con el mando de una de las democracia­s más grandes del mundo.

Los autores dicen que para que esos personajes lleguen al poder se requiere que fuerzas políticas, especialme­nte los partidos, les abran las puertas creyendo que son un riesgo manejable, que lograrán atajarlos y usarlos en su propio beneficio. Sin embargo, una y otra vez, los autoritari­os terminan comiéndose a los incautos. Por supuesto, el telón de fondo son democracia­s minadas por la corrupción, incapaces de satisfacer las demandas ciudadanas y de enfrentar la creciente desigualda­d.

Veo este diagnóstic­o y no tengo duda de que mi país tiene comprados varios tiquetes de esa rifa: descontent­o ciudadano, sistema disfuncion­al, partidos en crisis, líderes ambiciosos dispuestos a jugar con fuego y hasta gritones demagogos. Sin embargo, a diferencia de las otras naciones, aún tenemos tiempo para elaborar respuestas democrátic­as para el peligro.

Nuestro sistema apuesta por el envejecimi­ento de la población y no por la generación de relevo

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