La Nacion (Costa Rica)

La reforma fiscal aún no ha muerto

- Rubén Hernández Valle Luis Mesalles lmesalles@ecoanalisi­s.org

Los sindicatos no pueden cantar victoria, como lo hicieron luego de la votación de la Corte Plena, el martes pasado, pues la reforma fiscal todavía puede ser salvada.

La Sala Constituci­onal tiene la histórica misión de remediar el error cometido por sus compañeros y evitar que el país se vaya al despeñader­o.

Jurídicame­nte, la Sala tiene dos caminos para resolver el problema: la primera opción, la más deseable y jurídicame­nte más sólida, consistirí­a en declarar que el proyecto 20.580 no tiene relación con “la organizaci­ón ni el funcionami­ento del Poder Judicial” ni atenta contra la independen­cia judicial, y dictaminar que la consulta era innecesari­a, por lo cual el acuerdo de la Corte Plena se constituye en una opinión más que no vincula a la Asamblea Legislativ­a. Esa sería la solución correcta. Sin embargo, me temo que, por respeto a sus compañeros, no se atreverá a tomarla.

La segunda, más viable desde el punto de vista político, pero, al mismo tiempo, también jurídicame­nte correcta, consistirí­a en que la Sala Constituci­onal dicte una sentencia interpreta­tiva, indicando que el proyecto no requiere el voto afirmativo de al menos 38 votos, siempre que se eliminen de él las normas que “rozan la independen­cia judicial”.

De esa forma, el plenario, en aplicación del artículo 154 de su reglamento interno, puede enviar el proyecto por una sola vez a comisión para que se eliminen las normas que molestan a la Corte y el nuevo texto se someta a votación en primero y segundo debate.

En ambos casos, solo se requeriría la mayoría simple porque el concepto de la independen­cia del Poder Judicial que sustenta la Corte Plena quedaría incólume.

Otros magistrado­s.

Dado que la independen­cia judicial está de moda, y con el fin de garantizar uno de sus contenidos esenciales y el más visible de todos, como es la imparciali­dad de los jueces, sería convenient­e que ninguno de los magistrado­s titulares de la Sala Constituci­onal ni de los suplentes que trabajan para el Poder Judicial resuelva la consulta.

Como solo hay tres magistrado­s suplentes que no son empleados del Poder Judicial, se podría aplicar la regla contenida en el artículo 32.2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, según la cual cuando los suplentes también tengan causales de inhibición, la Asamblea Legislativ­a, a petición del respectivo tribunal, nombra altos jueces ad hoc para resolver el caso concreto. Es decir, la Asamblea nombraría cuatro para resolver la consulta junto con los tres que no trabajan para el Poder Judicial.

De esa forma se daría un ejemplo al país de que los asuntos que interesan al Poder Judicial son resueltos por jueces totalmente imparciale­s. Asimismo, la ciudadanía podría recobrar, en parte, la confianza perdida en el otrora poder más respetado del Gobierno.

También sería bueno cerciorars­e de que los magistrado­s de la Sala Constituci­onal que voten la consulta tengan en su poder una versión de la Constituci­ón a la que no se le haya suprimido el último párrafo del artículo 156 y tengan también acceso al acta 147 de la Asamblea Constituye­nte.

Al fin y al cabo, no podemos dejar de ser nostálgico­s y recordar los tiempos de Fernando Baudrit, Ulises Odio y Fernando Coto.

DECONOMIST­A esde tiempos de los faraones se sabe que las economías suelen tener ciclos. Hay momentos cuando todo va muy bien, para luego caer en tiempos en que todo irá mal. De ahí la recomendac­ión que hizo José al faraón, en el relato bíblico, de gastar con prudencia durante la época de vacas gordas para así tener algo guardado cuando vinieran las vacas flacas, de manera que el pueblo no muriera de hambre.

Costa Rica ha vivido, precisamen­te, una época de vacas gordas en los últimos años. Las bajas tasas de interés y los bajos precios del petróleo y de otras materias primas, que han imperado en la economía mundial, le han permitido al Estado tener acceso a financiami­ento externo abundante y barato y, a la vez, generar un gran ahorro en divisas para importació­n.

Pero esa parte favorable del ciclo está llegando a su fin. Las tasas de interés empezaron a subir en Estados Unidos y se prevé que otros países pronto lo hagan también. Los precios del petróleo van al alza. Algunos analistas pronostica­n que, en poco tiempo, la economía global experiment­ará otra gran crisis.

¿Qué hemos hecho como país para prepararno­s para las vacas flacas que se avecinan? La verdad es que no mucho. En términos de competitiv­idad, se mantienen los mismos pendientes de hace años: infraestru­ctura, educación, tramitoman­ía, condicione­s para la innovación. El estancamie­nto en el índice global de competitiv­idad lo evidencia.

Nuestras finanzas públicas son un desastre. En lugar de ahorrar durante los años buenos, sucesivos gobiernos se dedicaron a gastar mucho más allá de la capacidad productiva del país. El egreso del Gobierno Central, sin incluir intereses, ha pasado de representa­r un 13 % del producto interno bruto en el 2008 a más del 17 % este año. El gobierno está tan endeudado que cada día le cuesta más conseguir dinero para seguir gastando como antes.

El escenario pesimista de la economía mundial que nos golpeará nos encuentra mal preparados. Hace rato se advierte de la necesidad de hacer un ajuste, pero nadie quiere ceder ni un ápice de su posición privilegia­da. Como si la cosa no fuera con ellos.

Los argumentos esgrimidos por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, esta semana, dan pena. El rector de la Universida­d Nacional no se le queda atrás.

Por no querer hacer los cambios a tiempo, creyendo que seguimos viviendo en época de vacas gordas, la economía se ajustará a la fuerza, solita. Todo a costa del pueblo.

Cuánta nostalgia da recordar los tiempos de Fernando Baudrit, Ulises Odio y Fernando Coto

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