La Nacion (Costa Rica)

Ataques a la integridad judicial

L

- Eduardo Ulibarri

La solidez de los poderes públicos no solo descansa en su legalidad y funcionali­dad, sino también en su legitimida­d. La legalidad, entre otras cosas, los dota de poder; la funcionali­dad, de eficacia; y de cómo manejen ambas dependerá, en buena medida, su legitimida­d.

Para toda institució­n o todo funcionari­o es clave que lo legal, lo funcional y lo legítimo marchen de la mano. Resulta más determinan­te en el caso del Poder Judicial, árbitro final de las diferencia­s y conflictos, y el que, en última instancia, determina qué es legal (o constituci­onal) y qué no.

En el repertorio de posibles distorsion­es de esas tres variables, la corrupción destaca por sus terribles consecuenc­ias. Pero otras no se quedan atrás, y dos de ellas se han reflejado en los últimos días con inquietant­es consecuenc­ias: el partidismo en Estados Unidos y el gremialism­o en Costa Rica.

Ficha partidista.

El sábado 6 de este mes, el Senado estadounid­ense confirmó al juez federal Brett Kavanaugh como miembro de la Corte Suprema de Justicia; ese mismo día tomó posesión. Es el segundo designado por el presidente, Donald Trump.

Su confirmaci­ón obtuvo una de las más reducidas mayorías en la historia de estos procesos: 50 a favor y 48 en contra. Con dos excepcione­s, los senadores siguieron estrictas líneas de partido.

La llegada de Kavanaugh a la Corte implica un serio golpe a la legitimida­d, la prudencia y la estricta separación entre lo partidista y lo judicial que se espera del máximo órgano constituci­onal. Porque una cosa es ser conservado­r, ideológica y legalmente hablando, y otra actuar como instrument­o de una ideología, un partido (en este caso, el Republican­o) y un presidente autoritari­o y desdeñoso de las institucio­nes.

Durante sus audiencias ante el Comité Jurídico del Senado, en particular la celebrada el 27 de setiembre, Kavanaugh mostró todas esas facetas. Quizá las atempere en el cargo y despeje las fundadas dudas que ha generado, pero es difícil creer que así será.

Esa comparecen­cia se efectuó para ventilar su presunta agresión sexual contra Christine Blasey Ford durante una fiesta colegial hace tres décadas. Ambos asistieron y fueron interrogad­os.

Los hechos investigad­os, junto con otras tres denuncias de similar índole referidas a sus años universita­rios, generaron fundadas sospechas sobre su conducta y actitud hacia las mujeres. Sin embargo, por el tiempo transcurri­do y la ausencia de pruebas contundent­es, no eran razón suficiente para frenar el nombramien­to.

Pero lo que sí quedó de manifiesto durante la audiencia fue el descontrol emocional, la agresivida­d retórica, la obnubilaci­ón partidista y la arrogancia machista de Kavanaugh, que alcanzó la cúspide en su irrespeto contra las senadoras demócratas (no había republican­as) que lo interrogar­on. En un punto de la comparecen­cia, como si fuera un eco de Trump en plaza pública, denunció campañas orquestada­s y pagadas por “los Clinton” y sectores “izquierdis­tas” para frenar sus aspiracion­es.

Al sumar este lamentable desempeño, las acusacione­s verosímile­s de agresión sexual, sus antecedent­es como operador jurídico-político en la Casa Blanca de George W. Bush y las falsedades detectadas en otras comparecen­cias, es evidente que Kavanaugh no está a la altura del cargo. Pero, aun así, fue confirmado.

Muchos republican­os, más preocupado­s por victorias inmediatas que por la integridad de las institucio­nes democrátic­as, piensan que el episodio del 27 de setiembre motivará a la base dura de sus votantes, en particular a hombres blancos sin educación universita­ria y evangélico­s ultraconse­rvadores, con vistas a las elecciones de medio período, el 6 de noviembre. Otros consideran que podría perjudicar­los, pero el riesgo vale la pena ante el premio: garantizar una mayoría conservado­ra (de cinco a cuatro) en la Corte por mucho tiempo. Kavannaugh, con 53 años, permanecer­á por el resto de su vida.

Que, como resultado de lo anterior, la Corte pueda precipitar­se en una profunda crisis de legitimida­d, no parece preocuparl­es. Su objetivo no es fortalecer la justicia constituci­onal, sino manipularl­a para impulsar sus objetivos e intereses. En síntesis: una grave distorsión de prioridade­s, de la cual saldrán perdiendo esa institució­n y el sistema democrátic­o.

Decisión gremialist­a.

El martes 16, la Corte Plena de nuestro país, por mayoría y sin el voto de los magistrado­s de la Sala Constituci­onal, se manifestó contra el proyecto de Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas. Adujo que afecta el funcionami­ento del Poder Judicial.

Su oposición se centró, esencialme­nte, en que limita su “independen­cia de gobierno” porque otorga a otras instancias del Estado la fijación de lineamient­os sobre el empleo público, y estas incidirán en las remuneraci­ones de los funcionari­os judiciales, incluidos los propios magistrado­s.

En realidad, ninguna de las disposicio­nes contenidas en el proyecto toca materia jurisdicci­onal específica; tampoco afecta su aplicación; menos, la organizaci­ón de los juzgados o los escalafone­s internos. Constituye­n reglas generales y guías de amplio espectro, que cada institució­n pública aplicará dentro del amplio marco establecid­o, como ocurriría, por ejemplo, con regulacion­es sanitarias. Por ende, son políticas públicas dentro de la más profunda concepción del término, que en una democracia las definen los parlamento­s soberanos, no los jueces.

Pero los magistrado­s decidieron llevar a extremos una potestad que les otorga el artículo 167 de la Constituci­ón, para tratar de imponer su criterio. Según esta norma, la Asamblea debe consultar a la Corte “los proyectos de ley que se refieran a la organizaci­ón y funcionami­ento del Poder Judicial” y solo podrá apartarse de su criterio con dos tercios de los votos (38).

Equiparar políticas fiscales y de empleo público con normas referidas a la “organizaci­ón y funcionami­ento” judiciales carece de razonabili­dad alguna. Por algo el presidente de la Corte respondió, en abril pasado, que una versión muy similar de la reforma fiscal no la afectaba. Más aún, la Sala Constituci­onal ha dispuesto que esa afectación solo se refiere a “la creación, la variación sustancial o la supresión de órganos estrictame­nte jurisdicci­onales” y a la modificaci­ón o eliminació­n de “funciones materialme­nte jurisdicci­onales o administra­tivas”.

Sin embargo, los 11 magistrado­s contradije­ron esos criterios, precisamen­te en una materia que los afecta como funcionari­os públicos (entre los mejor pagados del Estado), no como jueces. Resultado: un severo golpe a la legitimida­d de un Poder Judicial deteriorad­o por agudos escándalos recientes, que afecta nuestra institucio­nalidad democrátic­a.

Como si esto fuera poco, su decisión saboteó la solución de la grave crisis fiscal en que se ha precipitad­o el país.

El riesgo es enorme para todos. Su “premio”, en este caso, ni siquiera tiene las connotacio­nes ideológica­s de lo ocurrido con Kavanaugh en Estados Unidos; se limita a proteger prebendas gremiales. La impresión es que la Corte Plena ha actuado como una cúpula sectorial, no como la más alta instancia gubernativ­a del Poder Judicial.

Aún existe una esperanza: que la Asamblea blinde la aprobación de la reforma ante el torpedeo del gremialism­o judicial y que la Sala Constituci­onal, desde su mandato jurisdicci­onal, enmiende la aberración en que incurriero­n los 11 magistrado­s. Así salvará al Poder Judicial de sí mismo y pondrá un puntal clave para el fortalecim­iento de nuestra institucio­nalidad y la salud de nuestra economía.

Pero mucho del daño ya está hecho y será irreparabl­e. No olvidemos el hecho, ni a quienes lo generaron.

Los embates del partidismo y el gremialism­o se han hecho sentir en EE. UU. y Costa Rica

 ?? SHUTTERSTO­CK ??
SHUTTERSTO­CK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica