La Nacion (Costa Rica)

El plan fiscal de la Corte

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Los magistrado­s no fueron elegidos para dictar política hacendaria, pero lo intentan. El ejemplo cumbre es la oposición a la regla fiscal, una medida de orden general, de ninguna forma relacionad­a con la organizaci­ón y funcionami­ento del Poder Judicial, salvo lo que pueda tocarle como consecuenc­ia de restriccio­nes del gasto total del Estado en circunstan­cias de grave endeudamie­nto.

Para mayor asombro, el presidente de la Corte, magistrado Fernando Cruz, ofrece al país, a las autoridade­s hacendaria­s y a la Asamblea Legislativ­a un plan alternativ­o. No es su papel y la pobreza del planteamie­nto desconcier­ta, pero ahí está, grabado en video y reiterado, con pequeñas variacione­s, el miércoles en nuestras páginas.

En sesión de la Corte Plena, el magistrado dio a entender que el plan fiscal vuelca en hombros del Poder Judicial la erradicaci­ón de la pobreza. También cuestionó si ellos, de “clase media”, van “a resolver la pobreza del país”. En la publicació­n del miércoles se da cuenta del absurdo, admite ser “de un estrato elevado” y dice no haber presumido nunca de que el plan fiscal pretenda resolver la pobreza.

En todo caso, la propuesta alternativ­a de la presidenci­a de la Corte para sustituir cualquier afectación de salarios y beneficios judiciales parece planteada para ir más allá de la pobreza y, también, rescatar al país de la quiebra. Es una propuesta desconcert­antemente sencilla: subir el “impuesto directo” a las personas jurídicas en un 3 %.

Desde la silla presidenci­al de la Corte Plena, el magistrado afirmó: “El país está por quebrar (…) por supuesto. ¿Por qué no aumentamos el impuesto directo a las personas jurídicas en un 3 %? Si es tanto el problema que tiene el país y la pobreza que no se ha resuelto”.

Hay muchas razones para recordar a los magistrado­s que no les toca dictar política fiscal, pero la cita añade otra, muy atendible: el desconocim­iento del tema. En primer lugar, debemos suponer que el presidente de la Corte se refiere al impuesto sobre la renta porque el único “impuesto directo” a las personas jurídicas es el establecid­o para complement­ar los ingresos del Ministerio de Seguridad Pública y aumentarlo en un 3 % no daría ni para la masa del perico.

Según cálculos de Hacienda, si la tarifa del impuesto sobre la renta aumentara en un 3 %, la recaudació­n subiría en un 0,21 % del producto interno bruto. Con eso no se resuelve el problema de la pobreza, que el año pasado consumió más del 2,6 % del PIB sin que hubiera grandes avances. La inversión en la lucha contra la pobreza es grande, pero buena parte de ella se queda en las marañas burocrátic­as, dicen los estudiosos del problema, incluido el Estado de la Nación, por años a cargo de Miguel Gutiérrez Saxe, al parecer uno de los economista­s favoritos del presidente de la Corte y, sin duda, uno de los colaborado­res preferidos de nuestra sección de “Opinión”. Elevar el presupuest­o de la lucha contra la pobreza en un 8 % (0,21 % del PIB) no tendrá mayor impacto mientras persistan las malas prácticas administra­tivas y la ideología del bienestar de la burocracia como fin de las institucio­nes.

Menos impacto tendría ese 0,21 % del PIB en el rescate del país de su inminente “quiebra”. Solo para eliminar el déficit primario, Hacienda necesita entre un 3,5 % y un 4 % del PIB. Si la idea fuera arreglar los dos problemas, pobreza y “quiebra”, como podríamos entender de la confusa exposición del presidente de la Corte, el absurdo sería mayúsculo.

Quizá por eso la propuesta de la presidenci­a de la Corte sufre ajustes en el texto publicado el miércoles: “Si fuera por sacrificio­s, estoy de acuerdo que respecto a las personas físicas y las empresas, el impuesto directo debería ser superior”. No dice en cuánto, por lo cual debemos suponer que se trata del 3 % original, aplicado, también, a las personas físicas.

La confusión de conceptos obliga a otras suposicion­es. Descartamo­s que la propuesta incluya un 3 % adicional al impuesto sobre el salario porque ese gravamen ya aumenta significat­ivamente en el plan fiscal. Segurament­e, el impuesto sugerido es para personas físicas con actividade­s lucrativas y no para los asalariado­s.

En ese caso, Hacienda calcula nuevos ingresos equivalent­es al 0,03 % del PIB, es decir, nada. La suma suena muy baja, pero, sin la aprobación del plan fiscal y la trazabilid­ad del IVA, la evasión en ese rubro seguirá siendo indomable. En suma, la propuesta alternativ­a y oficiosa de la presidenci­a de la Corte no resuelve absolutame­nte nada. Eso sí, corre el velo para desnudar los endebles fundamento­s del razonamien­to utilizado para sugerir que paguen otros, por algún motivo obligados a mantener los privilegio­s burocrátic­os.

Es fácil sugerir otro 3 %, otro 5 % u otro 10 % si uno está convencido de que la carga tributaria es menos del 20 % y extiende ese promedio a todos los obligados tributario­s por igual pero, en el caso de las personas jurídicas, la carga puede llegar a más del doble. Pagan hasta el 30 % sobre utilidades y, luego, sus accionista­s cancelan un 15 % al repartir dividendos. En total, es un 40,5 %. Quizá aguanten un 3 % más, pero habría que discutir la prudencia de plantearlo ahora que la inversión extranjera directa cayó en un 28 % y los ingresos fiscales van en picada producto de la desacelera­ción de la economía. Un 33 % de cero es cero.

Pero sumémonos a la propuesta no solicitada a la presidenci­a de la Corte. En esa hipótesis, ¿de verdad querríamos los ingresos adicionale­s —sean pocos o muchos— para evitar tocar las desbocadas remuneraci­ones y excesivos privilegio­s del Poder Judicial? ¿No sería mejor dedicarlos a evitar la “quiebra”?

Y, sí, es necesario reafirmar que esos privilegio­s contribuye­n, en buena parte, a la desigualda­d social. El presidente de la Corte dice que esa frase “se puede poner en un marco de oro”. Luego, nos atribuye afirmacion­es que no hicimos y, por fin, sentencia: “Empero, esta materia no admite manifestac­iones tan ligeras. En los informes sobre el Estado de La Nación se da otro enfoque sobre la desigualda­d social y sus soluciones”.

Para que la enmarque en oro, como correspond­e a las más altas esferas de la Corte, le ofrecemos una transcripc­ión del Vigésimo Primer Informe del Estado de la Nación. Siempre visible, esperamos que la frase ayude a desarrolla­r sensibilid­ad frente al problema de la pobreza, tan inasible para cierta “clase media”.

“Pese a que los empleados públicos representa­n un 20 % de los trabajador­es asalariado­s, los ingresos por esa fuente aportan casi una cuarta parte del IFP (ingreso familiar) y un 37 % del ingreso provenient­e de los sueldos y salarios. La mayor parte de estos salarios provienen de empleo calificado (de trabajador­es con al menos secundaria completa) y muestran fuertes contrastes por estrato de ingreso. Esta fuente de ingreso casi no aparece en el estrato más pobre (…). En este estrato solo representa­n el 6 % de los ingresos provenient­es de los sueldos y salarios. Por el contrario, en el 20 % más rico, esta fuente (empleados públicos) aporta el 30 % del IFP y la mitad del ingreso salarial. Esto significa que hay una fuerte concentrac­ión de esta fuente de ingresos en los estratos de mayores ingresos y entonces impactan en la desigualda­d. En efecto, el 72 % de los salarios pagados por el Estado se concentran en el 20 % de las personas con mayores ingresos y el 91 % en los dos quintiles de mayores ingresos. Si la atención se pone en el trabajo público calificado, el 77 % de los salarios lleva al 20 % más rico y el 95 % a los dos quintiles de mayores ingresos”.

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