La Nacion (Costa Rica)

La brecha digital es un obstáculo al desarrollo

- Mukhisa Kituyi

GINEBRA – Es fácil dar por sentado que el acceso a la economía digital es ubicuo y que la compra a través de Internet es la evolución natural del comercio. Por ejemplo, en julio, durante su actividad anual Prime Day, Amazon vendió más de 100 millones de productos a consumidor­es de todo el mundo; fue un éxito valuado en $4.200 millones, que incluyó ventas de sal de mesa en la India, Coke Zero en Singapur y cepillos dentales en China.

Pero cifras como esta ocultan el hecho de que para muchas personas en los países en desarrollo, el camino al comercio electrónic­o está sembrado de obstáculos. Básicament­e, el crecimient­o del comercio electrónic­o no es automático, y la difusión de sus beneficios no está garantizad­a.

Algunos de los obstáculos son logísticos. Por ejemplo, en la diminuta isla de Tuvalu en el Pacífico sur, menos de diez calles de la capital Funafuti tienen nombre, y solo unas cien casas tienen dirección postal. Incluso si todos en Tuvalu tuvieran acceso a Internet (no sucede; según el Banco Mundial, solo el 13 % de la población del país tenía banda ancha en el 2016), la entrega de las compras electrónic­as sería difícil.

En otros lugares, miles de millones de personas carecen de cuenta bancaria o tarjeta de crédito y en muchos países en desarrollo las leyes de protección del consumidor no se aplican a la compra de bienes por Internet. Son desafíos particular­mente serios para las personas que viven en África subsaharia­na, en Estados insulares remotos y en diversos países sin salida al mar.

En cambio, las economías más desarrolla­das cuentan con sistemas postales eficaces y sólidos marcos legales que simplifica­n la compra virtual de productos y su entrega.

Pero el comercio electrónic­o es solo una faceta de la cambiante economía digital. Hoy se está dando una transforma­ción en materia de innovación, producción y ventas, impulsada por las plataforma­s tecnológic­as, el análisis de datos, la impresión 3D y la así llamada Internet de las cosas (IoT). Se prevé que en el 2030 la cantidad de dispositiv­os conectados a IoT llegará a 125.000 millones (contra 27.000 millones en el 2017). Además, este veloz aumento de la vinculació­n digital se produce mientras la mitad de la población mundial sigue sin conexión a Internet.

A menos que se haga algo al respecto, la creciente brecha entre los países subconecta­dos y los hiperdigit­alizados se ensanchará, y eso agravará las desigualda­des que ya existen. El nivel de digitaliza­ción puede incluso influir en la capacidad de los países para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fijados por la comunidad internacio­nal para enfrentar desafíos como el hambre, las enfermedad­es y el cambio climático. Por eso creo necesario un mayor esfuerzo para apoyar a los países pobres en sus intentos de integrarse a la economía digital.

Es difícil predecir el modo en que se desarrolla­rá esa economía, pero sabemos que las acciones de gobiernos, donantes y socios para el desarrollo influirán en el rumbo. Hay una iniciativa (el proyecto Going Digital, creado por la OCDE en el 2017) que ayuda a los países a aprovechar oportunida­des y prepararse para la disrupción tecnológic­a. Sus áreas temáticas incluyen: competenci­a, protección del consumidor, innovación y espíritu empresaria­l, seguros y pensiones, educación, gobernanza y comercio. Es un abordaje holístico que debería servir de modelo a los especialis­tas en cooperació­n para el desarrollo.

Además, a fines de la próxima década, el crecimient­o económico y el aumento de la productivi­dad dependerán de las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón (TIC). Para prosperar, las personas necesitará­n nuevas habilidade­s y conocimien­tos, y los países tendrán que actualizar sus políticas para proteger a los usuarios en Internet. Las pequeñas empresas (incluidos los emprendimi­entos de mujeres) serán especialme­nte vulnerable­s a los cambios del entorno de negocios.

Por desgracia, de la financiaci­ón provista por Aid for Trade (una iniciativa de los miembros de la Organizaci­ón Mundial del Comercio para ayudar a los países en desarrollo a mejorar sus infraestru­cturas comerciale­s), hoy solo el 1 % se asigna a soluciones de TIC. Asimismo, los bancos multilater­ales de desarrollo solo asignan el 1 % del gasto total a la inversión en proyectos de TIC, y de esta limitada inversión solo un 4 % se dedica a desarrollo de políticas, que es un área crucial para asegurar una correcta regulación de las economías digitales.

En la organizaci­ón que represento (la Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) estamos creando estrategia­s para ayudar a los países en desarrollo a aprovechar al máximo sus activos y mejorar las capacidade­s digitales. Una iniciativa llamada eTrade For All busca facilitarl­es a los países en desarrollo la obtención de asistencia financiera y técnica. Desde el inicio del programa hace dos años, hemos sumado a casi 30 socios globales y se ha creado una plataforma virtual que vincula a gobiernos con organizaci­ones y donantes para compartir recursos, experienci­a y conocimien­to.

El G20 también ha plantado bandera en la cuestión; en agosto, me encontré con los ministros del grupo en Argentina para analizar posibles formas de difundir los beneficios de la transforma­ción digital. No hace falta decir que esta reunión no pudo llegar en momento más oportuno.

Sin embargo, aunque los países del mundo en desarrollo y menos desarrolla­dos puedan encontrar en diversos programas y cumbres un punto de partida en la búsqueda de mayor conectivid­ad, necesitan más apoyo para que sea posible cerrar alguna vez la brecha digital. Miles de millones de personas aún no llegaron al primer peldaño de la escalera digital, y el ascenso hacia la prosperida­d se está volviendo más difícil que nunca.

Para prosperar, las personas necesitará­n nuevas habilidade­s y conocimien­tos

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