La Nacion (Costa Rica)

¡Neoliberal!

- Carlos Molina Jiménez

Aprincipio­s de los años 80 del siglo pasado, el término neoliberal trascendió en ciertos países (en particular latinoamer­icanos) a la palestra pública. Esto sucedió unos 50 años después de haberse incorporad­o el vocablo al lenguaje del debate especializ­ado, y luego de haber detentado por un tiempo, aunque usted no lo crea, un significad­o casi contrario al que adquiere a partir de ese momento.

¿Qué llegó a significar entonces neoliberal? Designaba a aquellos que defendían una vasta ampliación del mercado, asociada a una disminució­n del Estado a su mínima expresión. Así, el término condensaba un concepto: una opción teórica y práctica atingente a las esferas socioeconó­mica y política, caracteriz­ada por la prepondera­ncia asignada a los mecanismos de mercado en la vida social.

Ese planteamie­nto era propulsado, sobre todo, por individuos y grupos ligados a actividade­s que habían prosperado bajo la tutela de esos mecanismos o que profesaban ideologías que reducían la acción del Estado a la pura coacción.

Era adversado por otros individuos y grupos cuyas fuentes de ingresos dependían de una amplia presencia estatal o cuyas actividade­s eran tales que solo podían desenvolve­rse de manera óptima dentro de los formatos de la acción pública. También se sumaban a este bando aquellos a quienes sus conviccion­es morales los llevaban a despreciar y condenar un ámbito de actividad presidido por el reinado del interés particular.

Cascarón.

Pero toda esta riqueza conceptual se pierde conforme neoliberal deja de ser un término portador de un concepto. ¿Qué es lo que ocurre? Que se relega su contenido sustancial para conservar tan solo su cascarón pasional y pendencier­o.

Se convierte, primero, en una divisa ideológico-política que sirve para prodigar sumariamen­te identidade­s afrentosas. Luego, deviene en insulto, apropiado para ofender y descalific­ar. Por último, desemboca en arma arrojadiza equivalent­e o, aún peor, a un mentonazo de madre.

Ser llamado neoliberal constituye así una condenator­ia total, la degradació­n a lo más vil e indigno. No obstante, el (des)calificati­vo se prodiga con extrema facilidad. En ciertos ambientes (burocrátic­o, sindical, universita­rio), se le endilga a quienquier­a que difiera de uno.

Pero esto no es ni más ni menos que una malversaci­ón del término. Su utilizació­n indiscrimi­nada y antojadiza conduce a que, por querer significar demasiado, ya no signifique nada. Se pierde todo su contenido crítico para quedar reducido a mera expresión de rabia y rechazo.

Pero los mayores perdedores no son los así (des)calificado­s, sino quienes habrían podido utilizar el concepto como herramient­a cuestionad­ora, como instrument­o de revelación y análisis de ciertos aspectos problemáti­cos del proceso socioeconó­mico.

El origen.

Es lamentable y preocupant­e que, en gran medida, esta desvirtuac­ión del término haya ocurrido en las universida­des. ¡En este caso han hecho justamente lo contrario de la tarea que les correspond­e cumplir!

El ruin resultado final es simple y sencillo: el neoliberal convertido en el malo de la película, dentro de un melodrama esquemátic­o y plañidero, digno de la peor telenovela.

¡Qué manera de dilapidar y depreciar un concepto¡ ¡Se sustituye la impugnació­n inteligent­e por el insulto grosero, sin tener que mudar de palabra!

Una única recomendac­ión: cuando usted profiera el vocablo neoliberal mantenga la lengua conectada al cerebro y no solo al hígado. Procure asignarle un contenido preciso al término para que esté en verdad diciendo algo y no solamente expresando su furor. Para esto último bastaría con un simple gruñido.

Procure asignarle un contenido preciso al término, si no, basta con un gruñido

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