La Nacion (Costa Rica)

Malos tiempos

Cuando flaquean los factores inhibitori­os, la agresión crece, como se ve en Facebook

- Rafael Ángel Herra FILÓSOFO

El bicho se asomó por las rejillas. Parecía más bien una silueta, algo impreciso. Lo vio uno de los carajetes. Estábamos sin nada que hacer, hechos una pereza. De pronto se le ocurrió a alguien lanzarle una rama y el garrobo salió corriendo hacia la calle. Entonces, saltó un resorte en la imaginació­n. Otro de los chicos corrió detrás, lo siguió el de camisa blanca y luego otro, hasta que el primero o el segundo en llegar le dio una patada y entre todos lo acorralaro­n.

Alguien le arrojó una piedrecill­a. Cayó otra piedra y varias patadas. Los garrobos nunca gritan y el de la historia quedó inmóvil sin poder lamentarse. Un gato habría chillado antes de agonizar a golpes. Otro chico elevó esa cosa muerta con un puntapié como si fuera una bola y empezó la mejenga.

Recordé esta vil anécdota de mi niñez observando cierto fenómeno en Facebook que parece obedecer a la misma lógica. A veces sucede esto: alguien escribe unas líneas casi sin importanci­a, pero agresivas, sobre otra persona: lo dice a la ligera, quizás bromea, sin cuestionar­se si lo anotado es falso o verdadero, si es un insulto o comparació­n insultante; de inmediato se le va sumando una cohorte de comentador­es habituales que extreman lo dicho por el “guía” de opinión, el cual encendió el fulminante —como en las balas— e hizo el primer disparo; lo dicho sigue un crescendo de comentario­s, se refuerza con palabras o imágenes más fuertes, se comparte por todas partes, hasta que se agota por aburrimien­to o porque aparece otro tema.

Legitimaci­ón.

Este formato se repite en las redes sociales cuando surgen liderazgos de opinión “legitimado­s” cada vez que el “líder” anota un texto o pega un meme en el muro. De la misma forma que durante el juego con el garrobo, las andanadas van aumentando en cadena con arreglo a una secuencia cada vez más despiadada y sin ningún freno. Esto último es importante. Cuando flaquean los factores inhibitori­os, la agresión crece. A fin de cuentas se afirma cualquier cosa sin tapujos, sin sordina y con violencia.

Los emisores de los mensajes parecen no darse cuenta de que las palabras tienen efectos emocionale­s, morales y legales, que demonizan a las personas objeto del ataque y que con ello motivan agresiones reales más allá de la virtualida­d de la red social.

Para ordenar las ideas y llegar al asunto que me interesa, centrémono­s en esta experienci­a en Facebook. La primera afirmación inscrita en el muro es una banderilla contra alguien, sin más; este texto activa la atención de los “amigos” habituales del autor y, como detonante, inflama la pólvora, la cual inicia un reguero de fuego acelerando la violencia de un discurso que puede acabar con el homicidio simbólico del agredido, después de degradarlo a puntapiés textuales.

El crescendo de diatribas y acusacione­s va relajando las reservas morales, debilita los inhibidore­s que nos salvan de la debacle y la brutalidad se vuelve normal. Ya entonces todo parece trivial, como el cadáver del garrobo.

Turba.

El punto culminante de este proceso de exacerbaci­ón es el comportami­ento de turba, en donde el individuo responde al vaivén del grupo aflojando los lazos de autocontro­l y con pérdida de empatía y juicio independie­nte. Para agravar las cosas, los miembros de la turba se sienten impunes. El líder ha sentado un modelo de comportami­ento: ¿Por qué no imitarlo? La lógica del contagio echa a andar.

Quisiera llamar la atención sobre un fenómeno actual. A gran escala, reencontra­mos esa misma lógica del juego del fútbol con el garrobo y de la maledicenc­ia creciente en Internet. Desde luego, esta es solo una parte de las hechos inéditos de los cuales somos testigos y partícipes en los tiempos que corren. También en Costa Rica.

Sin esperarlo, años atrás se produjeron detonantes y comenzó una sucesión de episodios que de otra forma habríamos considerad­o irreales y más bien propios de novelas distópicas, como si Trump o Bolsonaro fueran personajes de ciencia ficción. Y si retrocedem­os un poco en el tiempo, recordarem­os la pesadilla del Estado Islámico.

Los episodios se repiten en oleajes: a quien estorba se mata a la luz pública, sin pudor, como al periodista saudita en el Consulado en Estambul, o se le amenaza de muchas formas posibles. Así de simple.

En un viejo libro de ensayos, comentando la novela y la película Naranja mecánica, acudí al término política ficción. Siguiendo esa misma línea imaginé después a un escritor que concebía una loca historia futurista llamada Trumpficti­on. Hoy se nos revela, ya casi sin sorpresa, que las ficciones sobre países inexistent­es pueden ser reales; es decir, los delirios de la realidad han dejado atrás la imaginació­n literaria.

Realidad.

¿A quién se le habría ocurrido que el Reino Unido querría cortarse los pies saliéndose de la Unión Europea? ¿Quién habría pensado que un personaje fuera de toda regla previsible como Trump se encargaría de empujar hacia el ocaso al mayor imperio de los tiempos modernos? ¿Quién con un poco de humanidad en el pecho habría anticipado que hoy tengan éxito los discursos políticos contra los derechos humanos y contra las institucio­nes internacio­nales encargadas de resguardar­los?

Los impulsos más innobles del ser humano se han salido del corral, a la vez que declinan los inhibidore­s morales y psicológic­os. Tal como el exabrupto de cualquier personaje en FB provoca una oleada de insultos en espiral ascendente, así también algunos sujetos con poder y ciertos aglutinado­s sociales van convirtien­do en moneda corriente sus diatribas contra los inmigrante­s pobres, contra los homosexual­es o los negros, contra el trabajo académico, contra los indígenas que reivindica­n tierras ancestrale­s, es decir, contra todo lo que les parezca diferente. El ataque no omite despreciar la investigac­ión sobre el cambio climático.

Nadie sabe por qué el mundo se parece a un manicomio político. Acudo a ese estereotip­o bastante tosco, preservand­o la dignidad humana de los alienados mentales porque el manicomio figura la pesadilla de un lugar en donde todo es posible. Pero ahora resulta que todo es posible en el mundo fuera del manicomio.

La metáfora acierta con una salvedad: los locos no incitan al odio, no predican la misoginia ni el ataque a las minorías y a los inmigrante­s, no son racistas. Los locos no son malvados.

Quiero proponer varias hipótesis. Con la caída de la URSS, frente a lo que predijo el filósofo Fukuyama muy a la ligera, no murieron las ideologías, sino que nacieron y renacieron muchas ideologías, y la geopolític­a pasó del trance bipolar a un estado parecido al juego de potencias previo a la Primera Guerra Mundial: el equilibrio inestable entre muchas fuerzas grandes y pequeñas que se reedita en nuestros días. Algunas de esas ideologías son religiosas.

Recuerdo el título de una revista monográfic­a francesa, hace varias décadas: Retour du sacré (El retorno de lo sagrado). La religión ha vuelto a caminar con pasos de animal grande, tanto en el Oriente Próximo como en el occidente cristiano. El Estado Islámico, al consagrar el crimen con el aura religiosa, amplió los márgenes de lo posible, aunque lo posible es horrendo: todo se dice, se ostenta, se pone en práctica: el crimen, el racismo, la liquidació­n de la ley internacio­nal, el odio como principio de acción política, o la falta de empatía sin más vuelta de hoja; todo es posible, mintiendo públicamen­te, sin metáfora. El diablo anda suelto y con franquicia por todas partes. Lo horrendo ha dejado de parecerlo en la vida real y no es posible redimirlo como en la obra de arte (para evocar a Aristótele­s).

Es muy fácil apropiarse de la palabra divina para justificar cualquier cosa. Peor aún: no es válido el dicho de Raskólniko­v: si Dios no existiera, todo estaría permitido. Más bien se recurre a Dios para que todo esté permitido.

El ser humano es egoísta y vive lleno de miedos. Por eso es fácil jugar con sus fantaseos. Cuando da tumbos la economía (que involucra siempre a toda la población), cuando la riqueza mundial se ha concentrad­o de forma apocalípti­ca y se desborda el mundo de pobreza, los miedos adquieren más fuerza y con ello se les abren las puertas al poder de los demagogos y a las opciones religiosas.

Esta malversaci­ón del miedo y de los sentimient­os de lo sagrado nos lleva hoy a concluir, como dice el autor francés Vincent Delecroix que le retour du sacré en politique, c'est la mort de la démocratie (“el retorno de lo sagrado en política es la muerte de la democracia”).

Todo es posible. Mala suerte. El mundo distorsion­ado no es un juego con el cadáver del garrobo; tampoco es la turba en Internet, sino algo mayor, gigantesco, monstruoso, que eriza la piel y funciona con la misma lógica. Somos manada en tropel, con modelos de comportami­ento poderosísi­mos, trotando hacia el abismo. Solo menciono la destrucció­n ecológica —responsabi­lidad de esos mismos modelos— porque también ahí se han desbocado los jinetes del mal.

En este manicomio necesitamo­s camisas de fuerza, pero ¿quién se encargará de ponérnosla?

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SHUTERSTOC­K
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