Un crimen geopolíticamente errado
Como si se tratara de una novela de la escritora británica Agatha Christie, recuerdo haber leído hace muchos años Muerte en el Nilo y Asesinato en el Expreso de Oriente, este último escrito en un hotel en Estambul. La muerte del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul y la trama para perpetrar semejante atrocidad son similares a los que Hércules Poirot, personaje creado por la escritora, solía investigar.
Ya no será Agatha Christie quien escriba una novela sobre Khashoggi, o como bien lo hiciera Noam Chomsky cuando describió el complot para asesinar al Papa en 1981.
Profesión peligrosa.
El asesinato de este periodista no es ni más ni menos de lo que sufren otros en el mundo cuando se dedican al periodismo investigativo serio. Se ha vuelto peligroso para quienes son corresponsales de guerra o periodistas, pues son asesinados por encargo del crimen organizado o por el terrorismo de Estado, como sucede en ciertos países.
Cada día se conocen más detalles macabros de la muerte de Khashoggi, víctima aparente de la represión de una petromonarquía absolutista en la que muchas democracias tienen sus mejores relaciones en todo y en venta de armas.
Al parecer, los captores de Khashoggi tenían órdenes de secuestrarlo y llevarlo a Arabia Saudita, pero ante la fallida operación, hicieron lo que se conoce como “control de daños”, lo estrangularon y luego lo descuartizaron, y “lanzaron” a la calle, según las cámaras externas, a un doble para hacer creer que salió con vida del Consulado. Pero el doble era tan malo que encontraron diferencias entre el Khashoggi que entró al Consulado y el que salió.
Una vida valiosa.
Si bien fue Turquía la que descubrió toda la trama, este país está bastante lejos de ser el guardián del libre pensamiento periodístico. No obstante, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha sabido utilizar el incidente para debilitar el liderazgo de los saudi- en el mundo árabe, disputa centenaria por el dominio del Oriente Próximo, y que se acrecentó con la guerra en Siria.
Catar, bajo amenaza de los sauditas desde hace un año y “disidente” del golfo, está aprovechando a Al-Yazira, su poder suave, para machacar al príncipe Bin Salmán. En Occidente, toma fuerza congelar la venta de armas a los sauditas y el mundo empresarial se ha opuesto a hacer negocios con una monarquía abyecta, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Vale tanto una vida como para frenar contratos de miles de millones de dólares? Ante esto Trump aseguró que sería “estúpido” cancelar las exportaciones de armamento a su aliado saudita porque al joven príncipe no le faltará el dinero para comprarle a China o a Rusia, lo cual perjudicaría los intereses de Estados Unidos.
Todo este idealismo tiene un límite frente a una realidad geopolítica que se impone a favor de quienes pagan al contado.
¿El príncipe a prueba?
Khashoggi no era un periodista cualquiera. Durante años trabajó como asesor para la casa real de Arabia Saudita, le confiaron información vital y trabajó en los aparatos de inteligencia. Su error fue escribir en contra de las políticas del príncipe heredero Bin Salmán. Es así como el joven príncipe terminó mostrando su verdadero rostro y continuador de la guerra en Yemen y el desastre humanitario que allí impera.
¿Será que no pudo evitar la tentación de liquidar opositores, tarea que no podía evadir antes de asumir el cargo que le espera y ser capaz de seguir la tradición? Por más reformista que parezca, llevado esto al plano geopolítico, Arabia Saudita seguirá representando al islam radical wahabí monárquico y Turquía, que hoy hace clavos de oro, seguirá representando al islam republicano o populista que se nutre de los movimientos de masas.
La trama de esta novela policíaca debilita a los sauditas en el desempeño de la coalición militar que adversa con Irán en las zonas islamistas chiíes en Siria e Irak y la guerra en Yemen.
Decencia versus hipocresía.
El efecto Khashoggi es un disparo a la geopolítica regional de los sauditas y de EE. UU., quienes con denuedo arremeten contra Irán y los derechos humanos, un ejercicio de hipocresía de las democracias occidentales que pactan con la monarquía absolutista saudita que ha violado los derechos humanos por décadas.
Desde la perspectiva saudita, la malévola jugada contra el periodista disidente se convirtió en un efecto bumerán que ya le cuesta caro al reino y, por presión de la opinión pública occidental, así como del esfuerzo de los rivales de Arabia Saudita.
Más temprano que tarde, a la misma velocidad de la información, el asesinato de Khashoggi ya se convirtió en un acto geopolíticamente errado con la exposición del Estado verdugo. Los países con sesgos claramente autoritarios deben tomar nota de esto y los que dicen ser muy democráticos, por ética y decencia, repensar su relación con los gobiernos autoritarios.
Quienes segaron la vida del periodista Khashoggi no tuvieron la genialidad de Agatha Christie para cometer el crimen perfecto. ■
La malévola jugada contra el periodista disidente se convirtió en un efecto bumerán