La Nacion (Costa Rica)

Pro/contra

- Eduardo Ulibarri correo: eduardouli­barri@gmail.com twitter: @eduardouli­barr1

Hay una política pro y una política contra. Es fácil adivinar cuál genera mayores aportes y cuál exacerba los riesgos democrátic­os. Nuestro debate público se ha estado deslizando hacia la segunda, impulsado por simplismos, prejuicios, poses, etiquetas, oportunism­o, agendas mediáticas reduccioni­stas y el uso extremo de las redes sociales para crispar y polarizar.

La política pro se centra en articular soluciones y estimular la discusión severa, pero respetuosa. Su principal ancla es racional, aunque no descuide las emotivas. Concibe a los militantes de otros bandos como adversario­s, no enemigos, y respeta las vías democrátic­as para resolver disputas, aunque los resultados le sean adversos. Sabe que no hay democracia sin denuncia, crítica y confrontac­ión, pero también que, cuando estas se degradan hasta los insultos, la intoleranc­ia, la manipulaci­ón, el dogmatismo, la exclusión, el odio, o los artilugios retóricos para encubrir causas inconfesab­les, se vuelven tóxicas. En esto consiste la política contra: intoxicar.

Intuyo que, en los hechos y las identidade­s más profundas, la actitud pro aún prevalece en Costa Rica. Allí están el acuerdo multiparti­dista para impulsar una reforma fiscal imperfecta, pero salvadora, o la apertura a las alianzas públicopri­vadas. Presumo, además, que una mayoría de la población está abierta a explorar horizontes para superar el inmovilism­o en que nos quieren enterrar los intereses creados y que rechaza los saltos al vacío impulsados por “salvadores” de diverso cuño: recordemos la segunda vuelta electoral.

Sin embargo, la estridenci­a contra ha secuestrad­o parte sustancial del debate. Ha convertido la desconfian­za en un poderoso lente de las percepcion­es públicas; ha propiciado la tendencia a confundir error con perversión, y a ahogar los argumentos con consignas.

Estos males trasciende­n a los dirigentes gremiales más primitivos o a los políticos más dogmáticos. Han migrado a otros sectores, alimentado­s por cuentas pendientes, miopía, ligereza o una torpe noción de cómo mejorar la aceptación ciudadana. Falta mucho para las próximas elecciones, pero si los demócratas en serio no superamos, desde ya, estos instintos suicidas e impulsamos con vigor la buena política, quizá pronto sería tarde. ¿Verdad, Bolsonaro?

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