Pro/contra
Hay una política pro y una política contra. Es fácil adivinar cuál genera mayores aportes y cuál exacerba los riesgos democráticos. Nuestro debate público se ha estado deslizando hacia la segunda, impulsado por simplismos, prejuicios, poses, etiquetas, oportunismo, agendas mediáticas reduccionistas y el uso extremo de las redes sociales para crispar y polarizar.
La política pro se centra en articular soluciones y estimular la discusión severa, pero respetuosa. Su principal ancla es racional, aunque no descuide las emotivas. Concibe a los militantes de otros bandos como adversarios, no enemigos, y respeta las vías democráticas para resolver disputas, aunque los resultados le sean adversos. Sabe que no hay democracia sin denuncia, crítica y confrontación, pero también que, cuando estas se degradan hasta los insultos, la intolerancia, la manipulación, el dogmatismo, la exclusión, el odio, o los artilugios retóricos para encubrir causas inconfesables, se vuelven tóxicas. En esto consiste la política contra: intoxicar.
Intuyo que, en los hechos y las identidades más profundas, la actitud pro aún prevalece en Costa Rica. Allí están el acuerdo multipartidista para impulsar una reforma fiscal imperfecta, pero salvadora, o la apertura a las alianzas públicoprivadas. Presumo, además, que una mayoría de la población está abierta a explorar horizontes para superar el inmovilismo en que nos quieren enterrar los intereses creados y que rechaza los saltos al vacío impulsados por “salvadores” de diverso cuño: recordemos la segunda vuelta electoral.
Sin embargo, la estridencia contra ha secuestrado parte sustancial del debate. Ha convertido la desconfianza en un poderoso lente de las percepciones públicas; ha propiciado la tendencia a confundir error con perversión, y a ahogar los argumentos con consignas.
Estos males trascienden a los dirigentes gremiales más primitivos o a los políticos más dogmáticos. Han migrado a otros sectores, alimentados por cuentas pendientes, miopía, ligereza o una torpe noción de cómo mejorar la aceptación ciudadana. Falta mucho para las próximas elecciones, pero si los demócratas en serio no superamos, desde ya, estos instintos suicidas e impulsamos con vigor la buena política, quizá pronto sería tarde. ¿Verdad, Bolsonaro?
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