La Nacion (Costa Rica)

La ira ciega del descontent­o

La necesidad de cambio se puede convertir en una apuesta contra la sensatez

- Velia Govaere Vicarioli CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

La desesperan­za es la peor consejera de los pueblos. Desengaños alimentado­s por abandonos llenan la copa hasta el desborde. La necesidad de cambio se puede convertir en una apuesta contra la sensatez. Cuando los partidos sacan de las encuestas idéntica narrativa, la ilusión de cambio florece donde la insatisfac­ción encuentra eco. Mientras más iracundo, mejor. ¿Cómo, si no, entender la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil?

No existe posibilida­d de exceso al describir sus obscenas patologías políticas. Ese Trump paulista se mantuvo 27 años diciendo barbaridad­es como diputado. Pero sus bravuconad­as ya no dan risa porque están transforma­das en peligros inminentes. Lo peor es posible. Alguno de sus prejuicios puede traducirse en política pública amenazante. Es el Halloween brasileño con máscaras de espanto incluidas. Brasil y el mundo deben tomar nota de sus nefastos dogmas ideológico­s: abiertamen­te homófobo, furiosamen­te misógino y en extremo racista, hace apología de la tortura y se relame con la nostalgia de feroces dictaduras militares del oscuro pasado brasileño. Una aventura militar contra Venezuela no puede excluirse.

Esa pesadilla de ayer es el espectro de mañana. En mayo, la encuesta A Cara da Democracia no Brasil muestra que el 53 % de la población justificar­ía un golpe de Estado militar como respuesta al crimen y un 47 %, contra la corrupción. Por otra parte, la satisfacci­ón con la democracia se desploma con apenas un 19 %. La confianza en los partidos políticos llega apenas a un 7 %, contra el 50 % que sí confía en las fuerzas armadas.

Clima será víctima.

No es cualquier pequeña república bananera donde ocurren esos desabridos, sino en la primera economía de América Latina. Todo un subcontine­nte que aloja el mayor pulmón del planeta, lo ofrece ahora, con Bolsonaro, como presa de la expansión sin rienda de la agroindust­ria brasileña. Entre Bolsonaro y Trump, desfallece, sin remedio, la lucha contra el cambio climático.

¿Hasta qué grado de indignació­n tiene que llegar un pueblo para pasar por encima de semejante expediente ideológico y abrir con el voto el espectro real de cambios catastrófi­cos? En Brasil, el incendio se alimentó de corrupción y abandono.

La historia de Brasil está marcada por alternanci­as entre democracia y dictadura. El último período democrátic­o tiene escasos 30 años. Ese breve espacio difícilmen­te puede generar impronta cultural. Pero si la democracia no tiene raíces profundas, la corrupción sí.

Desde la Constituci­ón de 1988, transcurri­eron cuatro gobiernos. Dos de sus presidente­s fueron acusados y otro, Lula, está en la cárcel. Pero es toda la clase política la que se ha visto envuelta en escándalos, desde el gobierno central hasta los estatales y municipale­s.

Curiosamen­te, en la administra­ción de Cardoso, Brasil enfrentó de forma ejemplar sus problemas fiscales. Un aumento de impuestos venía vinculado con un sistema de estímulos fiscales a la producción y la creación de empleo, condiciona­dos al encadenami­ento productivo, la inversión en zonas de menor desarrollo y la innovación tecnológic­a. Es la Lei do bem. Cardoso reconoció que aumentos impositivo­s deben estar acompañado­s siempre de estímulos productivo­s.

La oposición a su reforma fue mínima al mostrar cómo los nuevos recursos serían empleados en crecimient­o económico, no solo en alimentar pago de planillas. Brasil creció y el siguiente gobierno usó los nuevos recursos para aumentar la inversión social, no siempre exenta de corrupción. Pero el estímulo productivo dejó de ser prioridad y Brasil terminó en la peor recesión de su historia.

Escándalos.

Las empresas estatales, en especial la petrolera, alimentaro­n amplias redes de corrupción en todo el aparato estatal. Un sistema de coimas, prebendas y sobornos permeó la administra­ción, como componente intrínseco de la función pública (recomiendo encarecida­mente El mecanismo, en Netflix).

Dos casos impactaron el mundo, el Lava Jato y los sobornos de Odebrecht. Esos escándalos alimentaro­n la ola de furor ciudadano que llevó la bravuconer­ía a la victoria.

Pero esa no fue su única ola. En Brasil también existe un mapa muy parecido al que se dibujaba en Costa Rica en las elecciones de primera ronda: dos Brasiles, como dos Costa Ricas y, en ambas, la fuerza política de las sectas religiosas de la Teología de la Prosperida­d, pescando en las aguas olvidadas de los perdedores de la globalizac­ión. Desde el 2010, un evangelist­a, Marcelo Crivella, es alcalde de Río de Janeiro. Otro, Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal, es dueño de la segunda televisora del país. Los neopenteco­stales están en todas partes: en el aparato judicial, en el legislativ­o con 90 diputados, en la Policía y en las Fuerzas Armadas.

Brasil no es un caso aislado de democracia enferma. La peste de la insatisfac­ción política se expande por el globo. El brexit del Reino Unido todavía no es capítulo cerrado, y en Italia la Unión Europea se enfrenta ahora a un peligro mucho mayor que el que tuvo con Grecia. El populismo del norte privilegia­do y el populismo del sur abandonado lograron hacer gobierno con una premisa de euroescept­icismo común.

Su abultado presupuest­o deficitari­o se enfrenta en curso de colisión con el ya anunciado “veto” comunitari­o. Una crisis en Italia, el tercer mercado de bonos del planeta, estremecer­ía todos los cimientos de la estabilida­d financiera internacio­nal.

Parteaguas.

Todo ocurre al tiempo que Estados Unidos se apresta a elecciones legislativ­as de medio período. Esa es la agenda más importante de la política mundial porque podrán ser un parteaguas del actual mandato o marcarán una continuida­d que amenace al mundo con una segunda administra­ción Trump. Algunos dicen que es un referendo frente a Trump. Yo pienso que también es un referendo de la resilienci­a de la institucio­nalidad estadounid­ense. Más importante aún, no se vislumbran en el horizonte político internacio­nal ideas fuertes que nos rescaten de la ira ciega del descontent­o.

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NORBERTO H. LABIOSA
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