La Nacion (Costa Rica)

Arbitrajes para ponerse a llorar

- Danilo Jiménez PERIODISTA danilojs62@hotmail.com

Se equivocan todos, jóvenes y viejos; nuevos y experiment­ados. Errar es de humanos, claro, pero a los hombres del silbato se les va la mano.

Los jueces del fútbol costarrice­nse parecen dispuestos a quebrar su propia marca de la impericia, con rendimient­os pobrísimos que atizan la polémica y desbordan acusacione­s y señalamien­tos en cada postjuego.

La última jornada del Torneo de Apertura se llenó de damnificad­os: nueve de los 12 equipos de la Primera División se quejaron y el que menos pidió, reclamó la cabeza de Ricardo Cerdas y el asesor guatemalte­co de la Comisión de Arbitraje, Carlos Batres.

¿Por qué se torna tan complejo aplicar un reglamento de pocas normas, dejar conformes a todos y no incidir en el resultado, como parte de una actividad que, se acepte o no, se ha profesiona­lizado al punto de que puede generarle a un central casi ¢1 millón por mes si pita cuatro juegos?

A los árbitros les falta carácter, capacidad para manejar el entorno y valor para tomar la decisión que correspond­a, se enoje quien se enoje, porque esa es la esencia de su función.

Cuando un juez de campo se acomoda, ve pero no pita y se desentiend­e de su tarea básica que es señalar lo que ocurre y cobrar falta o sancionar, se producen los remedos que indistinta­mente vemos en el Eladio Rosabal Cordero, Alejandro Morera Soto, Ricardo Saprissa o José Rafael Meza, por mencionar las sedes de los cuatro equipos más tradiciona­les.

Quizá no estaba tan perdido Ricardo Cerdas al recomendar apoyo psicológic­o para los silbateros, aunque, claro, las intimidade­s se ventilan en casa y no delante de la prensa.

Esa falta de tino que baja desde la cabeza es un indicador de que la sensatez escasea en un gremio en donde se rinde examen en cada jornada y si fallas en lo más importante que es la claridad mental, el resto acaba mal.

Jueces lejos de la acción, asistentes sin visión panorámica para ver si la primera puntada de una acción que termina en gol es lícita o irregular, complement­an las tareas pendientes de los tríos arbitrales en cada jornada.

No existen arbitrajes perfectos, se sabe, pero al menos estos profesiona­les del silbato deberían reducir el margen de error para que al menos después de cada partido impere la charla futbolera y se desinfle la polémica arbitral.

Y si le suman coherencia a las decisiones, se lo vamos a agradecer.

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