‘Barras del público’ en el Congreso
La galería de la Asamblea Legislativa debe permanecer abierta para fines formativos, pero con acceso regulado.
Los Parlamentos modernos suelen destinar una sala o galería para la observación de sus actividades. Son espacios con fines formativos y, por lo común, los ocupan estudiantes y ciudadanos interesados en conocer de cerca el funcionamiento de las instituciones. A los visitantes se les pide un comportamiento discreto, acorde con la solemnidad de los procedimientos.
En Costa Rica, al espacio de observación le llamamos “barra” y desde hace tiempo fue cedido a activistas y manifestantes cuya conducta, en muchas ocasiones, merecería censura aunque la desplegaran en plaza pública. Su objetivo es presionar a los legisladores, no aprender u observar, y todo lo hacen en nombre de la democracia.
En el país impera una lamentable confusión, estimulada por sectores interesados en crear una nebulosa sobre el concepto de la democracia, precisamente para justificar comportamientos vulgares y, en ocasiones, ilícitos. Pero no hay razón para mantener la “barra del público” abierta y, mucho menos, para tolerar comportamientos inapropiados de quienes la aprovechan.
El principio de publicidad y transparencia, a cuya falta no puede haber democracia, se satisface eficazmente con la labor de los medios de comunicación, incluida la transmisión en directo de las sesiones completas, por lo demás almacenadas para consulta y estudio de quien no haya podido verlas en el instante.
El derecho a manifestarse, también importante para la práctica democrática, no puede ejercerse en todo momento o lugar. Ni los quirófanos ni el plenario legislativo son sitios adecuados, para mencionar dos de muchos. Los diputados tienen derecho a deliberar con tranquilidad como lo hacen los jueces o el Consejo de Gobierno. Por su parte, los ciudadanos tienen derecho a manifestarse y pueden hacerlo cuando gusten, en el marco de la ley y el respeto al derecho ajeno.
Además, todos tenemos derecho a saber cómo operan nuestras instituciones, para lo cual hay una vasta cantidad de medios, entre ellos el menos eficaz y utilizado es la llamada “barra del público”. La galería de la Asamblea Legislativa debe permanecer abierta para fines formativos, con acceso regulado, como sucede en Parlamentos de muchos otros países, tan democráticos como el nuestro. Nada pierde la democracia si se le permite al Primer Poder de la República sesionar en paz, libre de insultos o agresiones. Quien perturbe el orden debe ser expulsado del recinto.
El jueves, manifestantes identificados con sindicatos de la educación —para mayor vergüenza— se dedicaron a tratar a los diputados de ratas y pusieron especial atención en algunas legisladoras para dirigirles insultos machistas y misóginos. Esos “educadores” encuentran una relación directa entre la apariencia de una mujer y sus argumentos en el terreno político. En ejercicio de la “democracia” y para enriquecer el debate ciudadano acusan de feas a las legisladoras enfrentadas con sus pretensiones. Tan amplio es el espectro de sus argumentos que incursionan en la crítica de moda y comparan la vestimenta de las diputadas con las cortinas de sus casas.
Esos reducidos grupos representan muy mal a los educadores y a la ciudadanía en general. Nada se pierde dejándolos ventilar sus furias en espacios abiertos, donde no resulten tóxicos para la democracia bien entendida y para el debate civilizado. Es aterrador pensar que algunos de ellos se plantan frente a niños y adolescentes con toda la influencia conferida por la noble función docente, pero, al menos, no hay motivo para dejarles abiertas las puertas del Congreso.
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La galería de la Asamblea Legislativa debe permanecer abierta para fines formativos, con acceso regulado, como sucede en Parlamentos de muchos otros países
El principio de publicidad, a cuya falta no puede haber democracia, se satisface eficazmente con la labor de los medios, incluida la transmisión en directo de las sesiones parlamentarias