Retos y riesgos en el Brasil de Bolsonaro
No hubo sorpresa en el balotaje brasileño del pasado 28 de octubre. Jair Mesías Bolsonaro, candidato hasta ahora del minúsculo Partido Social Liberal, convertido tras las elecciones del pasado 7 de octubre en la segunda bancada más numerosa del legislativo, derrotó de forma clara, 55,13 % a 44,87 %, a Fernando Haddad, candidato sustituto del expresidente Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, fuerza política que gobernó Brasil entre el 2003 y el 2016.
La victoria de Bolsonaro se explica por varias razones, pero, sobre todo, porque logró con su propuesta de “limpiar la política” canalizar a su favor el fuerte sentimiento antiPT y anti-Lula. También contribuyó la profunda desafección que existe hacia los partidos tradicionales. Además, Bolsonaro (quien no se vio salpicado por el megaescándalo Lava Jato) capitalizó el enojo ciudadano frente a la mediocre situación económica (bajo crecimiento y elevado desempleo), la extendida corrupción y los altos niveles de inseguridad. A ello debemos agregar su capacidad para articular una amplia red de alianzas con los evangélicos, el mercado y un amplio sector de militares retirados, varios de los cuales estarán en su gabinete.
Los retos del futuro. Los principales desafíos que tendrá que afrontar el futuro gobierno giran en torno a cuatro aspectos principales: la delicada situación económica, el grave problema de la inseguridad (64.000 homicidios al año), la lucha frontal contra la corrupción y los lineamientos de la nueva política exterior.
Para afrontar estos retos, Bolsonaro ya ha fichado a tres hombres fuertes, quienes desempeñarán un papel central en su futuro gabinete. El cuarto nombre, quien tendrá la responsabilidad de liderar Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores), será anunciado en breve.
Onyx Lorenzoni, como ministro de la Casa Civil, tendrá la responsabilidad de tejer las alianzas que garanticen la gobernabilidad en un Congreso muy fraccionado donde el PSL solo tiene 52 diputados de los 513 que componen la Cámara. La nueva administración encontrará sus primeros apoyos en las bancadas temáticas (las famosas tres bes: bala, biblia y buey) y en febrero, probablemente, muchos diputados decidirán cambiar de partido —como lo permite la ley— y terminarán engrosando las filas del PSL. Pero el ejecutivo necesitará, para llevar a cabo sus reformas más ambiciosas, cerrar acuerdos también con los partidos tradicionales de centroderecha (PSDB y MDB) y derecha (DEM).
Solo si asegura una amplia mayoría legislativa, Bolsonaro podrá hacer frente al principal desafío del país: el económico; ámbito en el que existen dos problemas principales: uno agudo, su alto déficit fiscal; el otro crónico, su bajo nivel de crecimiento, combinado con un elevado desempleo (13 millones de personas). Para resolver el primero, es imprescindible hacer la reforma del sistema de pensiones. La respuesta al problema crónico pasa por abrir la economía.
El mercado le dio a Bolsonaro un voto de confianza, pero no un cheque en blanco. Fitch Rating ya le envió un primer mensaje advirtiéndole que “persisten las incertidumbres sobre el ritmo y la profundidad de las reformas en un momento cuando las presiones en cuanto al déficit y la deuda son altas”.
El mercado también observa con especial atención cuáles son las principales propuestas del superministro de Economía, el ultraliberal Pablo Guedes. Las dos principales prioridades se relacionan con el plan de privatizaciones de un gran número de las 141 empresas públicas existentes y la reforma del sistema de pensiones que ya consume el 40 % del gasto público.
Por ello, sin estas reformas será imposible reducir el déficit fiscal (7.5 % del PIB) y la abultada deuda pública (cercana al 80 % del PIB) a menos que se aumenten los impuestos, pero estos ya son muy altos; la carga tributaria es del 35 % del PIB.
Moro. El tercer ministro de peso, Sergio Moro (“juez estrella” del Lava Jato y quien envió a la cárcel, entre otros, a Marcelo Odebrecht y a Lula), encabezará el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, con el desafío de liderar una rápida y eficaz lucha contra la corrupción y la inseguridad, pero en el marco del respeto de la Constitución y los derechos humanos.
Cabe señalar que esta decisión de Moro (quien en el 2016 negó categóricamente su pase de la justicia a la política) disparó todo tipo de reacciones. Mientras un primer grupo le brinda apoyo y un segundo lo acepta con reservas, un tercer grupo argumenta que con su ingreso al gobierno Moro arriesga afectar la credibilidad de Lava Jato a la vez que arroja dudas acerca de la imparcialidad de su lucha contra la corrupción.
Finalmente, en materia de política exterior, urge que Bolsonaro confirme la persona encargada de liderar Itamaraty para evitar dañar relaciones con socios estratégicos, como consecuencia de diversos anuncios contradictorios que tanto el presidente electo como Guedes han formulado durante la etapa de transición. Bolsonaro expresó su intención de alinearse con los EE. UU. y señaló que Trump es uno de sus referentes más importantes.
Su intención, ahora en suspenso, de trasladar la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén ha generado malestar en el mundo árabe. La relación con China (con la cual Brasil tiene un superávit comercial de $20.000 millones) ha sido hasta ahora áspera y con idas y venidas.
Ha prometido, asimismo, “desideologizar” los vínculos de Brasil con el mundo y preferir negociaciones comerciales individuales entre países ajenos a la estructura de bloques. En este contexto se inserta su apuesta de abrir y flexibilizar al Mercosur sin que ello implique abandonarlo, anuncio que coincide con las negociaciones que actualmente este bloque lleva a cabo con la UE para firmar un acuerdo de libre comercio.
Reflexión final. Dos décadas después de la llegada del chavismo al gobierno de Venezuela, movimiento liderado por un candidato antisistema y populista de izquierda, otro exmilitar, Bolsonaro, vistiendo también el traje de candidato antisistema, ha prometido resolver los graves problemas que aquejan al país más grande de la región con una propuesta populista de extrema derecha.
Bolsonaro, al igual que lo fue Chávez en su inicio, es una incógnita. A partir del 1.° de enero del 2019, como bien apunta Bastos Arantes, se abren tres escenarios: un gobierno basado en un presidencialismo de coalición respetuoso de la Constitución, un régimen basado en un “autoritarismo legal” o un gobierno sin rumbo definido, paralizado como consecuencia del enfrentamiento institucional y social, que arriesga terminar en un juicio político.
Los tres escenarios están abiertos. Esperemos que la democracia brasileña corra mejor suerte que la sufrida Venezuela. ■
Esperemos que la democracia brasileña corra mejor suerte que la sufrida Venezuela