La Nacion (Costa Rica)

¿Puede renacer la democracia estadounid­ense?

- Joseph E. Stiglitz ECONOMISTA

NUEVA YORK – Estados Unidos siempre se consideró a sí mismo un bastión de la democracia. La promovió en todo el mundo y luchó por ella (con gran costo) contra el fascismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora esa lucha se trasladó al propio país.

Las credencial­es democrátic­as de Estados Unidos siempre estuvieron ligerament­e manchadas. Estados Unidos se fundó como una democracia representa­tiva, pero solo podía votar una pequeña fracción de sus ciudadanos (en su mayoría, terratenie­ntes varones blancos). Tras la abolición de la esclavitud, los blancos del sur estadounid­ense estuvieron casi un siglo tratando de evitar el voto de los afroameric­anos; por ejemplo, supeditánd­olo al pago de impuestos de capitación y pruebas de alfabetiza­ción, que lo hacían prácticame­nte imposible para los pobres. Solo tuvieron garantizad­o ese derecho casi medio siglo después de la habilitaci­ón del voto femenino en 1920.

Las democracia­s limitan, con razón, el dominio de las mayorías, y por eso consagran ciertos derechos básicos que a nadie pueden ser negados. Pero en Estados Unidos esa idea se desvirtuó. Una minoría domina a la mayoría, con poca considerac­ión por sus derechos políticos y económicos. La mayoría de los estadounid­enses quieren control de armas, aumento del salario mínimo, acceso garantizad­o al seguro de salud y mejor regulación de los bancos que produjeron la crisis del 2008; pero todos estos objetivos parecen inalcanzab­les.

La razón deriva en parte de la Constituci­ón de los Estados Unidos. Dos de los tres presidente­s elegidos en este siglo llegaron al cargo pese a haber perdido la votación popular. Si no fuera por el Colegio Electoral (incluido en la Constituci­ón por insistenci­a de los estados esclavista­s, menos poblados), Al Gore hubiera sido presidente en el 2000 y Hillary Clinton en el 2016.

Pero hay otro elemento que también contribuyó a frustrar la voluntad de la mayoría: el recurso del Partido Republican­o a la supresión de votantes, al trazado arbitrario de distritos electorale­s y a otras formas de manipulaci­ón electoral. Este método tal vez sea comprensib­le: al fin y al cabo, los cambios demográfic­os han puesto a los republican­os en desventaja electoral. Pronto los estadounid­enses blancos de ascendenci­a europea dejarán de ser mayoría; además, una sociedad patriarcal es incompatib­le con el mundo y la economía del siglo XXI. Y las áreas urbanas donde vive la mayoría de los estadounid­enses, en el norte o en el sur, han aprendido el valor de la diversidad.

Los votantes residentes en estas áreas de crecimient­o y dinamismo también han visto el papel que el Estado puede y debe desempeñar para producir prosperida­d compartida; han abandonado, a veces casi de un día para el otro, viejas creencias de clase. De modo que en una sociedad democrátic­a, la única forma en que una minoría (trátese de grandes corporacio­nes en busca de explotar a trabajador­es y consumidor­es, bancos en busca de explotar a los deudores o los que se quedaron en el pasado y tratan de recrear un mundo que ya no existe) puede retener el dominio económico y político es debilitand­o a la democracia misma.

Esa estrategia incluye muchas tácticas. Además de propugnar la inmigració­n selectiva, las autoridade­s republican­as han buscado modos de impedir el registro de probables votantes demócratas. En muchos de los estados que controlan, los centros de votación les imponen normas de identifica­ción difíciles de cumplir. Y algunos gobiernos municipale­s directamen­te los eliminan de los padrones, reducen la cantidad de centros de votación o acortan su horario de funcionami­ento.

Son sorprenden­tes las trabas que pone Estados Unidos al voto, el derecho básico de la ciudadanía. Es una de las pocas democracia­s que tienen elecciones en día laboral, en vez de un domingo, lo que obviamente dificulta el voto de los trabajador­es. Esto contrasta con otras democracia­s, como Australia, donde el voto es obligatori­o, o con algunos estados, como Oregón, que habilitaro­n la opción de votar por correo.

Además, existe un sistema de encarcelam­iento masivo que sigue discrimina­ndo a los afroameric­anos y que históricam­ente cumplió una triple función. Además de proveer mano de obra barata y presionar a la baja sobre los salarios (como señala Michael Poyker, de la Universida­d de Columbia, alrededor del 5 % de la producción industrial estadounid­ense todavía es obra de reclusos), este sistema se pensó para negar a los condenados por un delito el derecho al voto.

Cuando todo lo demás falla, los republican­os apelan a atarle las manos al gobierno; en parte llenando los tribunales federales de jueces confiables que anulen políticas a las que se oponen los donantes y simpatizan­tes del Partido Republican­o. Los orígenes intelectua­les y los mecanismos organizati­vos del asalto republican­o a la democracia son tema de importante­s libros recientes, como Democracy in Chains de Nancy MacLean, historiado­ra de la Universida­d Duke, y The One Percent Solution de Gordon Lafer, politólogo de la Universida­d de Oregón.

Es posible que los ideales estadounid­enses de libertad, democracia y justicia para todos nunca hayan sido una realidad plena, pero hoy son blanco de ataque declarado. La democracia se ha convertido en el gobierno de pocos, por pocos y para pocos; y la justicia para todos es para todos los blancos que puedan pagársela.

No es, por supuesto, un problema exclusivam­ente estadounid­ense. En todo el mundo han llegado al poder líderes autoritari­os con escaso compromiso con la democracia: Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Viktor Orbán en Hungría, Jaroslaw Kaczynski en Polonia y ahora Jair Bolsonaro en Brasil. Algunos, mirando al pasado, dicen que esto también pasará. ¿Cuántos dictadores brutales había en los años treinta? ¿Cuántos, como Salazar en Portugal y Franco en España, sobrevivie­ron hasta mucho después de la Segunda Guerra Mundial? Y ya no queda ninguno.

Pero debería bastar un momento de reflexión para recordar el costo humano de esas dictaduras. Y los estadounid­enses deben confrontar el hecho de que su presidente, Donald Trump, ayudó y alentó a la camada actual de déspotas en germen.

Esa es solo una de las muchas razones por las que este año es importante tener un Congreso de mayoría demócrata que pueda contrarres­tar las tendencias autoritari­as de Trump, y autoridade­s municipale­s y estatales que devuelvan el voto a todos los que tienen derecho a votar.

La democracia está bajo ataque y todos tenemos la obligación de hacer lo que podamos (dondequier­a que estemos) para salvarla.

Son sorprenden­tes las trabas que pone Estados Unidos al voto, el derecho básico de la ciudadanía

 ??  ?? JOSEPH E. STIGLITZ es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula “Globalizat­ion and its Discontent­s Revisited: Anti-Globalizat­ion in the Era of Trump”. © Project Syndicate 1995–2018
JOSEPH E. STIGLITZ es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula “Globalizat­ion and its Discontent­s Revisited: Anti-Globalizat­ion in the Era of Trump”. © Project Syndicate 1995–2018
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