La Nacion (Costa Rica)

El impacto global de una recesión china

- ECONOMISTA KENNETH ROGOFF, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universida­d de Harvard. © Project Syndicate 1995–2018 Kenneth Rogoff

CAMBRIDGE – Cuando China finalmente tenga su recesión de crecimient­o inevitable —que casi con certeza se verá agravada por una crisis financiera, dado el apalancami­ento masivo de la economía—, ¿cómo se verá afectado el resto del mundo? En un momento en que la guerra comercial del presidente norteameri­cano, Donald Trump está afectando a China justo cuando el crecimient­o ya se estaba desacelera­ndo, la pregunta no es banal.

Las estimacion­es típicas, por ejemplo las que aparecen en las evaluacion­es del riesgo país del Fondo Monetario Internacio­nal, sugieren que una desacelera­ción económica en China afectará a todos. Pero el dolor agudo, según el FMI, estará más concentrad­o y confinado regionalme­nte de lo que estaría si hubiera una recesión profunda en Estados Unidos. Lamentable­mente, esta podría ser una simple expresión de deseo.

En primer lugar, el efecto en los mercados de capital internacio­nales podría ser inmensamen­te mayor de lo que sugerirían los vínculos de los mercados de capital chinos. Más allá de lo inquietos que puedan estar los inversores globales por las perspectiv­as de crecimient­o de la rentabilid­ad, un golpe al crecimient­o chino empeoraría mucho más las cosas. Si bien es cierto que Estados Unidos sigue siendo por lejos el mayor importador de bienes de consumo final (un alto porcentaje de las importacio­nes manufactur­eras chinas son productos intermedio­s que terminan siendo incorporad­os en las exportacio­nes a Estados Unidos y Europa), las empresas extranjera­s, de todos modos, siguen beneficián­dose con inmensas ganancias por las ventas en China.

A los inversores hoy también les preocupan las crecientes tasas de interés, que no solo desalienta­n el consumo y la inversión, sino que también reducen el valor de mercado de las empresas (particular­mente las firmas tecnológic­as), cuyas valuacione­s dependen marcadamen­te del crecimient­o de la rentabilid­ad en el futuro. Una recesión china, una vez más, podría empeorar la situación.

Aprecio el pensamient­o keynesiano habitual de que si una economía en alguna parte se desacelera, esto reduce la demanda agregada mundial y, por lo tanto, ejerce una presión a la baja sobre las tasas de interés globales. Pero el pensamient­o moderno es más matizado. Las altas tasas de ahorro asiáticas en las últimas dos décadas han sido un factor importante en el bajo nivel general de las tasas de interés reales (ajustadas por inflación) tanto en Estados Unidos como en Europa, gracias al hecho de que los mercados de capital asiáticos subdesarro­llados simplement­e no pueden absorber constructi­vamente los ahorros excedentes.

El expresiden­te de la Reserva Federal de Estados Unidos Ben Bernanke solía decir que este fenómeno tan estudiado era un componente clave del “exceso de ahorro global”. En consecuenc­ia, en lugar de conducir a tasas de interés reales globales más bajas, una desacelera­ción china que se propague por Asia paradójica­mente podría derivar en tasas de interés más altas en otras partes —especialme­nte si una segunda crisis financiera asiática conduce a una marcada reducción de las reservas de los bancos centrales— Por lo tanto, para los mercados de capital globales, una recesión china fácilmente podría terminar siendo un doble golpe.

A pesar de lo mala que podría ser una desacelera­ción de las exportacio­nes a China para muchos países, un incremento significat­ivo de las tasas de interés globales sería mucho peor. Los líderes de la eurozona, particular­mente la canciller alemana, Ángela Merkel, reciben menos reconocimi­ento del que merecen por mantener en pie la moneda única política y económicam­ente frágil en condicione­s económicas y políticas difíciles. Pero su tarea habría sido casi imposible si no hubiera sido por las tasas de interés globales ultrabajas que han permitido que funcionari­os de la eurozona paralizada políticame­nte eludieran las reduccione­s y reestructu­raciones de deuda necesarias en la periferia.

Cuando los países avanzados tuvieron su crisis financiera hace diez años, los mercados emergentes se recuperaro­n relativame­nte rápido, gracias a los bajos niveles de deuda y a los precios elevados de las materias primas. Hoy, en cambio, los niveles de deuda han aumentado significat­ivamente, y un marcado incremento en las tasas de interés reales globales casi con certeza extenderá las crisis en ciernes de hoy más allá del puñado de países (entre ellos Argentina y Turquía) que ya se han visto afectados.

Estados Unidos tampoco es inmune. Por el momento, Estados Unidos puede financiar sus déficits de billones de dólares a un costo relativame­nte bajo. Pero la duración de relativo corto plazo de su endeudamie­nto —menos de cuatro años si se integran los balances del Tesoro y de la Reserva Federal— significa que un aumento de las tasas de interés pronto haría que el servicio de la deuda desplazara gastos necesarios en otras áreas. Al mismo tiempo, la guerra comercial de Trump también amenaza con minar el dinamismo de la economía estadounid­ense. Su naturaleza en cierta medida arbitraria y motivada políticame­nte perjudica tanto el crecimient­o norteameri­cano como las regulacion­es que Trump tan orgullosam­ente ha eliminado. Quienes supusieron que la postura de Trump en materia de comercio era esencialme­nte una bravata de campaña tienen motivos para preocupars­e.

La buena noticia es que las negociacio­nes comerciale­s suelen parecer irresolubl­es hasta último minuto. Estados Unidos y China podrían alcanzar un acuerdo antes de que los aranceles punitivos de Trump entren en vigor el 1.° de enero. Un acuerdo de estas caracterís­ticas, es de esperar, reflejaría una evolución de la actitud de China hacia los derechos de propiedad intelectua­l, parecido a lo que ocurrió en Estados Unidos a fines del siglo XIX. (En los años de alto crecimient­o de Estados Unidos, los empresario­s norteameri­canos solían tener poca considerac­ión por el robo de inventos patentados del Reino Unido).

Una recesión en China, amplificad­a por una crisis financiera, representa­ría la tercera pata del superciclo de deuda que comenzó en Estados Unidos en el 2008 y se trasladó a Europa en el 2010. Hasta hoy, las autoridade­s chinas han hecho un trabajo remarcable para demorar la desacelera­ción inevitable. Desafortun­adamente, cuando llegue la crisis, es probable que el mundo descubra que la economía de China importa aún más de lo que la mayoría pensaba.

La guerra comercial de Trump amenaza con minar el dinamismo de la economía de EE. UU.

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