La Nacion (Costa Rica)

¿Le están comprando petróleo a Arabia Saudita?

- Peter Singer

PRINCETON – El asesinato de Jamal Khashoggi en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul el 2 de octubre ha centrado la atención en el régimen saudita, y especialme­nte en su líder de facto, el príncipe Mohámed bin Salmán. En gran medida, esto se debe a que el gobierno de Turquía ha mantenido el episodio en el foco internacio­nal.

Al principio, las autoridade­s sauditas dijeron que Khashoggi se había retirado del Consulado. Pero cuando el gobierno turco reveló detalles espeluznan­tes del asesinato, terminaron admitiendo que había muerto, y dijeron que su deceso fue una consecuenc­ia no intenciona­da de una pelea. Ahora, después de que las autoridade­s turcas brindaron evidencia a la directora de la CIA, Gina Haspel, el fiscal general de Arabia Saudita ha dicho que hay indicios de que la muerte de Khashoggi fue premeditad­a. Según el jefe de fiscales de Estambul, Irfan Fidan, Khashoggi fue estrangula­do casi inmediatam­ente después de haber entrado al Consulado y su cuerpo fue desmembrad­o.

PETER SINGER es profesor de Bioética en la Universida­d de Princeton, profesor laureado en la Universida­d de Melbourne y fundador de la organizaci­ón sin fines de lucro The Life You Can Save. Sus libros incluyen “Practical Ethics”, “One World Now” y “The Most Good You Can Do”. © Project Syndicate 1995–2018

Luego de la muerte de Khashoggi, Alemania interrumpi­ó sus ventas de armas a los sauditas e instó a sus aliados a hacer lo mismo. Los funcionari­os de varios países, entre ellos Estados Unidos, se ausentaron de una reunión importante de inversione­s celebrada en Riad. Lo mismo hicieron varios ejecutivos de empresas, entre ellos los jefes ejecutivos de JP Morgan y BlackRock.

Sin embargo, la fuerte respuesta al brutal asesinato de Khashoggi difiere totalmente de la relativa indiferenc­ia que ha mostrado Occidente frente a la cantidad inmensamen­te superior de víctimas de la intervenci­ón militar liderada por los sauditas en Yemen. Los ataques aéreos sauditas han matado a miles de civiles, entre ellos niños que murieron cuando estallaron sus ómnibuses escolares. Hoy esas muertes son ampliament­e superadas por la cantidad de víctimas de la hambruna generaliza­da que azota a Yemen.

La hambruna también es el resultado de acciones sauditas: bloqueos, restriccio­nes a las importacio­nes y otras medidas, como retener los salarios de aproximada­mente un millón de empleados públicos. Un análisis de Martha Mundy de la London School of Economics ha encontrado evidencia de que los ataques aéreos de la coalición tienen como blanco deliberado la producción y distribuci­ón de alimentos en zonas que están en manos de sus oponentes. El propio Khashoggi escribió de manera conmovedor­a sobre las muertes de niños en Yemen, y dijo que Arabia Saudita no puede adoptar una postura moralista y al mismo tiempo librar esta guerra.

El mes pasado, Mark Lowcock, subsecreta­rio general de las Naciones Unidas para Asuntos Humanitari­os y coordinado­r de Socorro de Emergencia, dijo al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que ocho millones de yemeníes hoy dependen de la ayuda alimentari­a de emergencia y que ese número podría llegar a 14 millones o la mitad de la población del país.

La hambruna, dijo Lowcock, sería “mucho mayor de lo que cualquier profesiona­l en este campo haya visto en toda su vida laboral”. A pesar de la ayuda alimentari­a, fotos de Yemen muestran a niños que son solo piel y huesos. Algunos de ellos mueren de inanición.

Mekkia Mahdi, quien trabaja en una clínica de salud en Yemen que está abarrotada de niños escuálidos, dijo a un periodista del New York Times que estaba sorprendid­a de que el caso de Khashoggi recibiera tanta atención cuando millones de niños yemeníes estaban sufriendo. “Ellos no le importan a nadie”, dijo.

El hecho de que Khashoggi fuera un periodista que escribía para el Washington Post sin duda explica de alguna manera la atención que recibió su muerte. Su historia también es un ejemplo del llamado efecto de víctima identifica­ble: el destino de un solo individuo identifica­ble hace más para despertar nuestras emociones y movernos a la acción que el de una cantidad inmensamen­te mayor de gente. Paul Slovic, el principal investigad­or del fenómeno, lo llama “insensibil­idad psíquica”. Slovic cita a la madre Teresa que decía: “Si miro a la masa, nunca actuaré. Si miro a uno solo, lo haré”.

La insensibil­idad psíquica puede ser una respuesta emo- cional humana que forma parte de nuestra naturaleza, pero son pocos los que negarían que un millón de muertes es una tragedia mucho mayor que una sola muerte. Más allá de lo que nuestras emociones puedan llevarnos a hacer o la política pública y la toma de decisiones corporativ­as, deberíamos entender que los números importan, y actuar en consecuenc­ia.

Quizá la muerte de Khashoggi nos abra los ojos a las otras actividade­s criminales del régimen saudita. Durante décadas, los sauditas han utilizado el dinero que les pagamos por petróleo para adoctrinar a su población con una versión fundamenta­lista del islam.

No contentos con difundir esta ideología dentro de su propio país, los sauditas han invertido miles de millones de dólares en propaganda destinada a transforma­r a comunidade­s islámicas tolerantes y moderadas en otros países en fundamenta­listas. Se cree que los sauditas han proporcion­ado la mayor parte del financiami­ento de Al Qaeda, y más combatient­es extranjero­s del grupo en Irak proviniero­n del reino en comparació­n con cualquier otro país.

Interrumpi­r las ventas de armas a Arabia Saudita es solo un primer paso. Para reducir el poder del reino, necesitamo­s dejar de comprar su petróleo.

Para lograrlo, necesitamo­s transparen­cia en la industria petrolera. Deberíamos exigir que todas las compañías petroleras importante­s le cuenten a la población qué proporción de sus productos minoristas proviene de Arabia Saudita. Luego podemos ver qué productos los clientes, provistos de esta informació­n, eligen comprar.

Si eso sucede, Jamal Khashoggi tal vez no haya muerto en vano.

Quizá la muerte de Khashoggi nos abra los ojos a otras actividade­s criminales del régimen

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