La Nacion (Costa Rica)

La crisis fractura a las familias venezolana­s

→Grupos familiares quedan separados en varios países por la migración forzada →Personas salen vía terrestre a destinos de América del Sur debido al bajo costo

- Ximena Alfaro M. ximena.alfaro@nacion.com

– ¿Cómo es vivir con la familia dividida en varios países?

– Horrible, horrible. Mientras yo estaba aquí el año pasado mi hermano menor murió en Venezuela y no pude decirle adiós ni ir al entierro. No he visto a mi mamá después de eso y es durísimo, porque ese momento lo pasé sin nadie. Me acuerdo que el único abrazo que recibí por la muerte de mi hermano me lo dio una clienta de Uber con la que tuve que desahogarm­e.

El relato lo cuenta Juan Pablo Palomo, un venezolano de 31 años que cuando llegó a Costa Rica –en diciembre del 2016– tenía el plan de quedarse por unos meses para realizar presentaci­ones como cantante de salsa. Sin embargo, su estadía se prolongó, pues mientras trabajaba aquí, en Venezuela seguía profundizá­ndose la crisis económica y los billetes empezaron a dejar de circular.

Comprar un producto en un supermerca­do –si se encontraba– o sacar dinero de un cajero automático se convirtier­on casi en odiseas en ese país acechado también por la violencia.

Fue así como

Juan Pablo tomó la decisión de quedarse a vivir en Costa Rica, donde ahora además de trabajar como cantante es chofer de la empresa Uber.

Él fue el primero de su familia en emigrar. Le siguieron los primos y los tíos con los que creció y quienes ahora están repartidos entre Perú, Ecuador y Colombia. Tiene un hermano en Chile y otro en Australia. Su papá fue el último en dejar el país suramerica­no y desde hace tres meses lo acompaña en Costa Rica; mientras que su madre y su hermana más pequeña siguen en Venezuela.

La separación del núcleo familiar así como de la familia extendida es una dramática consecuenc­ia de la crisis venezolana y gesta un patrón que se repite con más frecuencia desde fines del 2017 cuando comenzó la última ola migratoria.

A partir de entonces, miles de venezolano­s están “en fuga” impulsados por la grave escasez de alimentos, medicinas y dinero. Para ellos, huir, ya sea por aire, tierra o mar, se volvió una de las opciones más viables para resguardar su vida. La Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) estima que, en promedio, una familia venezolana está compuesta por entre cuatro y cinco miembros, de los cuales al menos dos son migrantes. Además, calcula que a diario unas 5.000 personas abandonan el país.

El “punto de encuentro” de la familia de Juan Pablo es un grupo de WhatsApp que se llama Primos. “Es como nuestra ancla. Ahí nos contamos lo que nos pasó en el trabajo y cada quien echa su cuento desde el país en el que está sobre las cosas que está viviendo”, asegura.

Juan Pablo, quien es vecino de Guadalupe, no cree que en el corto o mediano plazo pueda ocurrir una reunificac­ión de todo su grupo familiar.

El dinero que gana le alcanza solo para comprar comida y enviar una parte a su mamá en Venezuela. Luego de la muerte de uno de sus hijos, ella se niega a irse del país. Mientras tanto, Juan Pablo lleva la cuenta del tiempo que acumula sin verla: 704 días, sumaba al momento de la entrevista.

“Ninguno de la familia tiene la posibilida­d económica de visitar a alguien en otro país. Veo bien difícil que nosotros podamos reencontra­rnos como antes que hacíamos fiestas los domingos o para el Día de la Madre. Eso ahorita es imposible y lo será en los próximos 10 o 20 años”, afirma.

Solo este año, la cifra de venezolano­s que son parte de la diás- pora alcanzó los tres millones. Colombia, que comparte 2.000 kilómetros de frontera con Venezuela, acoge al menos a 1,2 millones de personas provenient­es de la nación vecina.

Menos recursos. En la actualidad, la falta de dinero hace que los destinos de América del Sur sean los predilecto­s por los venezolano­s, porque a estos pueden llegar en autobuses o caminando. El costo del traslado es mucho más bajo en comparació­n con la compra de un tiquete aéreo o el pago de un pasaporte, cuya tramitació­n puede tardar varias semanas.

Aarón, el hermano de Darinska Otamendy –una venezolana residente en Costa Rica–,

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AFP Una familia de venezolano­s se dirigió a un campamento cerca de una terminal de autobuses, en Bogotá, Colombia, el 13 de noviembre.

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