La Nacion (Costa Rica)

La mediación de Maduro

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Los cancillere­s de Venezuela y Nicaragua manifiesta­n, con aparente seriedad, preocupaci­ón por los conflictos sociales aquí.

“Nuestro presidente obrero, que fue sindicalis­ta, y muy reconocido, se pone a la orden de Costa Rica para que logren entablar un diálogo social, respetuoso, con los trabajador­es de Costa Rica que tienen más de 68 días en huelga ante las reformas fiscales”, dijo el canciller venezolano, Jorge Arreaza, para responder a las preocupaci­ones externadas por el presidente, Carlos Alvarado, sobre el calamitoso estado de la democracia en Venezuela y Nicaragua.

Albino Vargas, secretario general de la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ANEP), celebró la ocurrencia y salió en defensa del gobierno de Nicolás Maduro: “Disfrutamo­s mucho la respuesta del canciller venezolano al prepotente Alvarado ante su insolencia para con Venezuela”. Para Vargas, el diplomátic­o “ridiculizó” a Alvarado cuando le ofreció la mediación de Maduro “ante su incapacida­d para dialogar con los sindicatos ticos”.

Si las manifestac­iones del canciller nicaragüen­se, Denis Moncada, tuvieran algo de cierto, urgiría la mediación de alguien, porque Costa Rica está “ardiendo” en huelgas, “represión policial por doquier, muertos y heridos durante las protestas cívicas de su pueblo sin armas reclamando justicia social”.

Alguien hizo el ridículo en la XXVI Cumbre Iberoameri­cana, pero no fue el presidente Alvarado. El mundo entero sabe de las manos ensangrent­adas del propuesto mediador venezolano. Sus “buenos oficios” han sembrado muerte a lo largo y ancho del país. Las víctimas, en su mayoría estudiante­s cansados de la represión y la ruina económica y social, se cuentan por centenares. En las cárceles, los prisionero­s políticos sufren maltratos y torturas mientras la corrupción llena los bolsillos de la clase dirigente. El fraude electoral se perpetra sin disimulo y, si no basta, el “mediador” desconoce a la Asamblea Nacional y convoca una constituye­nte a su medida.

En Nicaragua, el estallido social de abril dejó más de 300 muertos, también jóvenes en su mayoría, pero al canciller de ese país le preocupan más los “muertos y heridos durante las protestas cívicas” en nuestro territorio. No ha habido uno solo, y si el diplomátic­o no contara con otros medios para constatarl­o, podría preguntar a sus compatriot­as emigrados para escapar de la represión del gobierno al cual sirve.

Las manifestac­iones de los dos cancillere­s son de desconcert­ante cinismo. Representa­n a las dos dictaduras más sangrienta­s del momento en América Latina, pero mienten con desparpajo sobre la realidad de sus países y de la ejemplar Costa Rica. Pocos costarrice­nses hallarán dispuestos a seguirles el juego, pero los hay, desafortun­adamente. Los demás debemos abrir los ojos porque las manifestac­iones de admiración y apoyo indican el rumbo anhelado por quien las expresa.

En Costa Rica no nos sobran jóvenes para pagar con sus vidas el estilo de “mediación” de Nicolás Maduro, hasta ahora eficaz en Venezuela, pero destinado, inevitable­mente, al fracaso. La represión militar y policial, aunada a las bandas organizada­s con el nombre de “colectivos”, no podrán perpetuar la dictadura mucho tiempo más.

El presidente Alvarado segurament­e hará caso omiso de las falsedades y críticas infundadas. El curso de la política exterior nacional, siempre comprometi­da con la defensa de la libertad y los derechos humanos, no puede ser alterado. La verdad de lo que sucede entre nuestras fronteras está expuesta a la luz del sol, donde la prensa nacional y extranjera, protegida por las garantías de una sociedad democrátic­a, puede contemplar­la sin mayor esfuerzo. También está a la vista de organismos internacio­nales, representa­ciones diplomátic­as y visitantes de todo el mundo. ■

Los cancillere­s de Venezuela y Nicaragua manifiesta­n, con aparente seriedad, preocupaci­ones por los conflictos sociales en Costa Rica

Las manifestac­iones de los dos cancillere­s son de desconcert­ante cinismo. Representa­n a las dos dictaduras más sangrienta­s del momento en América Latina

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