La Nacion (Costa Rica)

El daño sindical en Golfito

- Humberto Fallas

La huelga languidece, moribunda y fracasada, cuyos despojos, los pocos huelguista­s que quedan, miran con disimulada frustració­n. Me recuerdan al rey Príamo, legendaria figura homérica; padre amoroso, quien mostraba un dolor intenso por su valiente hijo Héctor, muerto en combate. Pero hay una clara diferencia: bajo su dolor de padre había una razón ética; en los sindicalis­tas, ese valor sagrado no existe.

El sindicato no es per se un instituto legal nocivo, pero los sindicalis­tas lo han convertido en un instrument­o pernicioso para el desarrollo del país.

Los costarrice­nses debemos aprovechar esta huelga cruel, así diseñada por los trasnochad­os dirigentes. La amarga experienci­a nos debe hacer reflexiona­r y así evitar, en adelante, los efectos devastador­es de estos movimiento­s sociales, mal concebidos y muy mal dirigidos.

Los pseudolíde­res deben tomar conciencia de que carecen de preparació­n y liderazgo. Los hechos nos demuestran que no tienen valores éticos, ni inteligenc­ia emocional para dirigir acertadame­nte a sus agremiados.

Esa ausencia de liderazgo es una carencia que se presenta en el país de unos años hacia acá, en todos los estamentos sociales: no existen líderes en la política, ni en lo académico, ni en lo empresaria­l. No se encuentran en los colegios profesiona­les. No existen en las institucio­nes estatales y no los encontramo­s en el terreno religioso.

Un triste recuerdo. La historia registra los hechos cometidos por los sindicalis­tas en la zona sur, concretame­nte en Golfito.

En Golfito, operaba la Compañía Bananera de Costa Rica, empresa que daba empleo a miles de personas en las bananeras. Existía un ferrocarri­l para el transporte de la fruta y de las personas. El lugar era limpio, ordenado, de cuidadas zonas verdes en el área urbana. Había hermosas viviendas con una arquitectu­ra muy propia del lugar, de las cuales aún permanecen en buen estado algunas, como fiel testimonio de aquella época.

Al muelle, de gran actividad, llegaban numerosos barcos, que transporta­ban el banano a los mercados del exterior.

Transcurrí­a la década de los ochenta y estaba en el gobierno Luis Alberto Monge Álvarez, gobierno que luchaba con denuedo contra la terrible crisis económica, generada, entre otras causas, por la administra­ción de Rodrigo Carazo Odio.

El país estaba tratando de salir de aquella penosa crisis. Imperaba en nuestra economía una galopante inflación y el dólar estaba por las nubes.

En ese contexto, los sindicalis­tas de la zona tuvieron la idea de hacer una huelga contra la empresa.

Abandono. La compañía, cansada por esas acciones perturbado­ras, decidió levantar sus operacione­s económicas e irse. El pueblo entero quedó en el más absoluto abandono, miles de personas sin trabajo, las familias con hambre, dejadas al amparo de Dios. Se perdieron 2.500 puestos de trabajo.

Luis Alberto Monge, junto con su ministro de la Presidenci­a, Danilo Jiménez Veiga, y el vicepresid­ente, Alberto Fait, persona también de clara inteligenc­ia, tuvieron la genial idea de crear el Depósito Libre Comercial de Golfito. Así se logró paliar, en parte, la crisis.

La pregunta que surge es: ¿Qué hicieron los sindicatos para aliviar al menos en parte aquella debacle? La respuesta es nada, absolutame­nte nada. No aportaron soluciones ni ideas. Se escondiero­n o huyeron en desbandada.

Los sindicalis­tas, en todo el ámbito nacional, se han distinguid­o por que nunca han tenido programas sociales, no se han

La zona sur es el mejor ejemplo de lo que un sindicato puede hacer para perjudicar al país

proyectado a la comunidad con acciones positivas. Lo único que saben aplicar, y lo hacen con astucia, es el daño a la comunidad.

La zona sur, casi 35 años después de aquellos acontecimi­entos, aún no logra recuperars­e de la catástrofe económica y social. Así lo demuestran los recurrente­s conflictos por las tierras, que persisten en esos lugares, donde la pobreza sigue campeando como consecuenc­ia directa de aquella huelga.

He creído convenient­e recordar estos acontecimi­entos históricos, tal vez con la vana esperanza de que los “líderes” sindicales reflexione­n, lo que considero difícil, pero, principalm­ente, para que las nuevas generacion­es, que no vivieron esos acontecimi­entos, los conozcan y eviten, en lo posible, que por movimiento­s mal concebidos el país se vea inmerso en la pobreza y el retroceso. ■

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