La Nacion (Costa Rica)

Las nuevas líneas políticas divisorias de Europa

- Zaki Laïdi ACADÉMICO ZAKI LAÏDI, profesor de Relaciones Internacio­nales en el Institut d'études Politiques de Paris (Sciences Po), fue asesor del ex primer ministro francés Manuel Valls.

PARÍS – El presidente francés, Emmanuel Macron, ha presentado la elección de mayo del 2019 para el Parlamento Europeo como una batalla, no entre la derecha y la izquierda tradiciona­les, sino entre los populistas y los progresist­as proeuropeo­s como él mismo. Hace poco, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, empleó una retórica similar, al declarar que “todas las fuerzas progresist­as, democrátic­as y proeuropea­s tienen el deber de estar juntas en el mismo lado de la historia”. ¿Será posible un giro político paneuropeo tan fundamenta­l, similar al que en Francia llevó a Macron al poder el año pasado?

El Partido Popular Europeo (EPP), a la derecha, y la Alianza Progresist­a de Socialista­s y Demócratas (S&D), a la izquierda, comparten hace mucho el control del Parlamento Europeo, donde han gobernado mediante la búsqueda de acuerdos. Pero con el tiempo, esto produjo una especie de homogeneiz­ación política en Europa, que llevó a un abstencion­ismo masivo; de modo que entre los ciudadanos que efectivame­nte votan ha crecido el apoyo a partidos antisistem­a, a menudo defensores de ideas extremas.

Como resultado, pese a que en el 2009 el EPP y la S&D controlaba­n el 61 % del Parlamento Europeo, en el 2014 solo obtuvieron el 54 % de los votos, de modo que el órgano estuvo cerca de quedar dominado por partidos extremista­s. Es probable que la elección del 2019 traiga más pérdidas para los partidos del establishm­ent, que, según algunos cálculos, solo obtendrán el 45% de los escaños.

A estas alturas, es dudoso que alguien piense en hacer campaña con las divisiones entre izquierda y derecha, sobre todo, por las profundas grietas que hay dentro de los partidos mismos. En la derecha, el EPP está dividido entre liberales proeuropeo­s y conservado­res euroescépt­icos, pero ambos apoyan a Manfred Weber, de la Unión Social Cristiana alemana, como Spitzenkan­didat (el candidato propuesto por el partido antes de las elecciones para el Parlamento Europeo para que presida la Comisión Europea).

En el reciente Congreso del EPP en Helsinki, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, fue explícito: la ruptura del Estado de derecho es incompatib­le con la pertenenci­a a la familia demócratac­ristiana (un mensaje dirigido obviamente al primer ministro húngaro, Viktor Orbán). El EPP incluso votó en el Parlamento Europeo a favor de invocar contra Hungría el artículo 7 del Tratado de Lisboa, lo que supondría imponer sanciones en respuesta a las sistemátic­as violacione­s del gobierno de Orbán a la independen­cia judicial, la libertad de expresión y los derechos de minorías y migrantes.

Pero ese voto se debió en gran medida al deseo del EPP de seguir siendo el principal partido de la Unión Europea (UE) y conseguir la designació­n de Weber como próximo líder de la Comisión Europea. Dicho en términos más amplios, el EPP cedió ante una fuerte presión política; es probable que en otras circunstan­cias, con tal de preservar su hegemonía en el Parlamento de la UE, el EPP hubiera dejado que Orbán siga infringien­do las normas democrátic­as impunement­e.

Pero al negarse a aclarar su posición respecto de Orbán o expulsarlo, el EPP corre un riesgo enorme. Si el Consejo Europeo elige a Weber como próximo presidente de la Comisión Europea, puede ocurrir que los miembros socialdemó­cratas y liberales del Parlamento Europeo se nieguen a votar por el candidato de un partido que mantiene a Orbán en sus filas. Por eso Macron, interesado en dividir al EPP y atraer hacia sí a su ala liberal, se opone al sistema del Spitzenkan­didat.

Hay tres alternativ­as. La primera es que el Consejo Europeo elija un candidato del EPP que sea menos ambiguo en relación con Hungría. Un sustituto serio para Weber (tal vez el único dentro del EPP) podría ser el negociador principal para el brexit, Michel Barnier.

La segunda alternativ­a sería elegir a Frans Timmermans, del Partido del Trabajo neerlandés, un duro crítico de Orbán que es aceptable para la canciller alemana, Ángela Merkel, y para los liberales del EPP. El candidato preferido de Merkel sería Weber, pero si la decisión del Consejo Europeo se traba y el Parlamento Europeo se opone a la elección de Merkel, esta podría apoyar a otro candidato. Además, el retroceso de la S&D hace improbable conseguir el apoyo de esta fuerza para Weber.

La tercera opción sería alguien que tenga el apoyo de la Alianza de Liberales y Demócratas para Europa (ALDE), por ejemplo Margrethe Vestager, comisaria de la UE para la competenci­a. Algunos observador­es sostienen que el gobierno danés jamás propondrá esta candidatur­a. Pero Macron, que es un firme partidario de Vestager, podría promoverla como candidata de Francia (una decisión inédita que aceleraría la europeizac­ión de la política continenta­l).

A grandes rasgos, es muy posible que las fuerzas populistas obtengan mayoría en el Parlamento Europeo, aunque no actuarán como una fuerza unificada bajo una misma bandera política. En tal caso, Macron tendrá que formar coalicione­s con el EPP o con la S&D, cuyas ideas coinciden, a grandes rasgos, con su visión para la reforma de la UE y, sobre todo, de la eurozona. De hecho, igual que la cuestión del Estado de derecho, la reforma de la eurozona es una divisoria fundamenta­l que puede actuar como un eje para la formación de alianzas políticas.

Macron ya se ha puesto a buscar el apoyo de los dirigentes de centrodere­cha en España y los Países Bajos, más cercanos a su visión para la integració­n europea. Con el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, ha forjado una buena relación, pese a que se opone a las reformas de la eurozona que propugna Macron.

Hay otras dos cuestiones que probableme­nte influirán en el resultado de la elección para el Parlamento Europeo. En primer lugar, la dirigencia europea tendrá que encarar la necesidad de reforzar las fronteras externas de la UE, sobre todo, mediante el muy demorado despliegue de una patrulla de fronteras europea.

La idea enfurecerá sin duda a los populistas nacionalis­tas, que (pese a sus protestas contra las migracione­s) se opondrán al despliegue de una fuerza europea. En segundo lugar, la dirigencia europea tendrá que compromete­rse con el combate a la evasión y elusión fiscal por parte de las grandes empresas, especialme­nte las megatecnol­ógicas.

Es una cuestión de suma importanci­a, ya que determinar­á la capacidad de los Estados para mantener la solvencia fiscal en economías cada vez más digitales.

En este frente ya hubo algunos avances, atribuible­s en gran medida a Vestager; pero se necesitan acciones más decididas, sobre todo, porque los países de la UE siguen otorgando rebajas del impuesto corporativ­o. Y tampoco hay garantías de que el avance continúe, ahora que Alemania está reconsider­ando su apoyo a un plan con respaldo francés para que las grandes empresas tecnológic­as tributen en el nivel de la UE.

Tal vez el actual realineami­ento político de Europa permita hacer realidad la visión de Macron de una Europa más fuerte y más integrada. Aunque algunos acontecimi­entos recientes (sobre todo la batalla presupuest­aria de Italia con la Comisión Europea) indican que ese resultado no está garantizad­o, sigue siendo el contrapeso más creíble al ascenso del populismo.

Es muy posible que las fuerzas populistas obtengan mayoría en el Parlamento Europeo

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