La Nacion (Costa Rica)

Miseria política

- Pablo Barahona Kruger ABOGADO pbarahona@ice.co.cr

En el horizonte asoma un inevitable choque de trenes. O al menos eso esperaríam­os si resta algo de dignidad a la diplomacia centroamer­icana.

De un lado, el rabioso toro nórdico de pelambre rojizo, bufando y rascando el suelo, mientras enfila su cachera hacia la frontera.

Del otro, la miseria centroamer­icana huyendo de una realidad invivible: la de aquellos países imposibles donde les tocó nacer a esos desafortun­ados que hoy caminan porque no les queda otra que escapar porque migrar es, esencialme­nte, eso: escapar.

Se trata de víctimas de la centrífuga que representa la corrupción absurda que se sufre en esas naciones fallidas que, a su tiempo, ignoraron al general Francisco Morazán.

Estados que no alcanzan más que como colonias del cinismo político más desenfadad­o. O lo que es igual, como reductos de obscena y oprobiosa desigualda­d.

Son miles de centroamer­icanos que hoy sobreponen la esperanza a la experienci­a, y que, desde la más supina ignorancia –que es a la vez su mayor condena–, tienen claro que así no se puede vivir.

Solo les queda arriesgar la propia vida, en ese, su último intento por sobrevivir, para no resignarse por el resto de sus días a la ruleta rusa que supone la violencia palmaria del crimen organizado y el más ignominios­o olvido institucio­nal.

Las mujeres con infantes preocupan casi tanto como los menores no acompañado­s.

Hondureños, salvadoreñ­os, nicaragüen­ses, guatemalte­cos. ¿Acaso importa la nacionalid­ad cuando lo que está en “juego” es la vida?

La OEA.

Si bien la cautela se impone al hilvanar comparacio­nes para todo aquel que haya estudiado a fondo el engendro nacional socialista alemán, es lo cierto que ello no alcanza para obviar paralelism­os inocultabl­es.

¿Realmente puede el presidente de una potencia militar, cuyo ideario centrado en la libertad ha iluminado durante más de dos siglos bajo la égida de los derechos humanos y la democracia, volver a caer en el simplismo de la amenaza como recurso diplomátic­o? ¿Es acaso aceptable como disuasorio retórico que un gigante militar fije tal mensaje antihumani­tario y ante las piedras de unos menesteros­os hambriento­s ordene balas a mansalva? ¿Y si no es pura retórica? ¿Habrá que esperar a que caigan los primeros muertos? ¿Acaso no sería lógico esperar la dignidad y valentía de otros Estados latinoamer­icanos, en principio soberanos, anteponién­dose a esa amenaza indignante?

Cabe recordar que a la OEA correspond­e, según su Carta (numeral segundo, inciso d): “Organizar la acción (estatal) solidaria en caso de agresión”.

Se trata de los Estados Unidos, se apresurará­n a decir alguno. ¿Y qué? Plantearem­os otros con pie firme.

Debe activarse cuanto antes el solio del Consejo Permanente de la OEA. Incluso se impone una reunión de cancillere­s para abordar con sentido de urgencia, pero sobre todo de humanismo, esta nueva crisis migratoria, condenando sin reservas ni malsanos cálculos diplomátic­os, que lindan en la indignidad más condenable, semejante agresión.

El SICA.

Tampoco cabe disimular el oprobioso silencio del Sistema de Integració­n Centroamer­icana (SICA) que, en momentos críticos como este, es cuando más muestra sus deformidad­es históricas y disfuncion­alidades crónicas.

Que a estas alturas tampoco haya reunido a los ministros de Relaciones Exteriores, como antesala de una urgente reunión de presidente­s centroamer­icanos para plantarse en raya frente a Trump y prevenir la concreción de su inaceptabl­e amenaza contra centroamer­icanos que no suponen peligro y más bien sirvieron últimament­e de chivo expiatorio electoral a los republican­os, dice mucho de las debilidade­s del Sistema y da razón a quienes acusan su disfuncion­alidad palmaria.

Los Estados.

A fin de cuentas, se impone buscar base en lo nacional, visto que ni la OEA ni el SICA son entidades con luz propia. Ambas institucio­nes terminan siendo lo que los gobiernos hacen de ellas. Por lo que si bien con enorme potencial, lo cierto es que han sido consuetudi­nariamente minusvalor­adas por los jefes de Estado y los cancillere­s centroamer­icanos, quizá no tanto en el discurso, como sí en sus presupuest­os y prioridade­s geopolític­os.

“Si alguien lanza piedras o rocas se les podrá disparar porque si te dan con una piedra en la cara…”, ha dicho Trump.

El silencio de los presidente­s y cancillere­s centroamer­icanos, pero también la desidia de la sociedad civil centroamer­icana y latinoamer­icana, dice de una sombra que hoy recorre el subcontine­nte: miseria política. El nuevo nombre del lacayismo de siempre. ■

La caravana sigue su marcha ante el silencio de presidente­s y cancillere­s de la región

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AGENCIA EL UNIVERSAL/AFBV

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