La Nacion (Costa Rica)

Especial sobre violencia contra las mujeres

- Abril Gordienko ACTIVISTA CÍVICA

La democracia y la igualdad de género se necesitan y se potencian mutuamente. Diversos estudios demuestran que los países con elevado ingreso per cápita, con sistemas democrátic­os robustos, gozan de menos violencia contra las mujeres y mayor paz social interna tanto como en sus relaciones internacio­nales.

Sin embargo, no hay un solo rincón del mundo totalmente exento de ese tipo de violencia. Lo que hay son países donde las mujeres cuentan con mayores espacios de participac­ión y con instrument­os más eficaces de prevención, protección y sanción contra la violencia.

La igualdad de género se compone de muchas dimensione­s y hay diversas formas de medirla. Además del reconocido enfoque en oportunida­des laborales, económicas y políticas, un eje transversa­l que cada vez cobra mayor relevancia como parámetro de equidad es el grado de seguridad para la mujer. Sin seguridad, las mujeres no pueden alcanzar igualdad real de derechos.

Confirmaci­ón de esa transversa­lidad esencial es la inclusión dentro del quinto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 2030 de la ONU la eliminació­n de toda forma de violencia contra las niñas y las mujeres: agresión física, psicológic­a y sexual, explotació­n, tráfico y prácticas impropias como el matrimonio de menores, la ablación genital y el sesgo contra las niñas en favor de los hijos varones.

Concientiz­ación. No es casual el vuelo que alcanzaron a escala global las campañas #MeToo y #TimesUp para concientiz­ar sobre acoso y violencia sexuales. O que el Nobel de la Paz 2018 se les concediera a la sobrevivie­nte de violación Nadia Murad y al ginecólogo Denis Mukewe por su labor de concientiz­ación sobre la violación como arma de guerra. Este premio no se puede entender sin reconocer el mérito inmenso de una ilustre costarrice­nse, Elizabeth Odio, a quien el mundo le debe la tipificaci­ón de la violación como crimen de guerra y de lesa humanidad.

La correlació­n entre democracia, equidad de género y violencia está plasmada en el índice desarrolla­do por el Instituto para la Mujer, la Paz y la Seguridad de la Universida­d de Georgetown, que califica los niveles de inclusión, justicia y seguridad en cada país. En inclusión, la calificaci­ón se basa en el acceso de las mujeres a educación, empleo, teléfono celular, servicios financiero­s y representa­ción política. La de justicia evalúa el nivel de discrimina­ción legal, así como prácticas culturales sesgadas que dificulten las oportunida­des laborales y económicas de las mujeres. Por último, la seguridad toma en cuenta cuán seguras se sienten las mujeres en su entorno, lo cual es determinan­te para su movilidad y, por ende, para sus oportunida­des de desarrollo. También contempla el impacto de la violencia armada y el crimen organizado.

Las primeras 40 posiciones del índice están ocupadas por las naciones más desarrolla­das y democrátic­as del orbe. De Latinoamér­ica, Ecuador tiene la nota más alta con el número 42; le sigue Costa Rica con 52. Si bien hay otros 100 países por debajo de nosotros, la mayoría de ellos con democracia­s débiles o nulas, tenemos mucho que mejorar.

Dentro de la dimensión de seguridad, solo el 42 % de las costarrice­nses se sienten seguras en su ambiente y su comunidad. El promedio de mujeres que reportan haber sufrido violencia física o sexual de parte de su pareja en Costa Rica es del 36 %, ¡por encima del 30 % mundial! Esto es muy preocupant­e y explica las altas cifras de solicitude­s de medidas de protección y de feminicidi­os registrada­s en nuestro país.

Estadístic­as preocupant­es. Según el Observator­io de Violencia de Género del Poder Judicial de Costa Rica, al 29 de octubre del 2018 se registraba­n 43 homicidios de mujeres, de los cuales 20 fueron feminicidi­os, 16 están pendientes de informe y solo 7 no son feminicidi­os. Contando únicamente los catalogado­s como feminicidi­o, en promedio cada dos semanas una mujer es asesinada por su pareja, expareja, u otro hombre con algún grado de relación desigual.

Esa estadístic­a no incluye aún a Stephanye Paola Castro Mora, cuyo cuerpo apareció, a principios de noviembre, desmembrad­o y con signos de ser un crimen de odio. Las estadístic­as de violencia doméstica del Observator­io registran entre el 2010 y el 2017 un promedio de 132 solicitude­s de medidas de protección al día; la mayoría solicitada­s por mujeres.

En el mundo, la mitad de las mujeres que mueren asesinadas es a manos de su pareja u otro familiar. Según la ONU, la violencia de género es “causa de muerte e incapacida­d entre las mujeres en edad reproducti­va tan grave como el cáncer y es causa de mala salud mayor que los accidentes de tránsito y la malaria combinados”.

El 71 % de las víctimas de tráfico en todo el mundo son mujeres y niñas; 3 de cada 4 son explotadas sexualment­e. Otro drama es el de las relaciones impropias (niñas que conviven con un adulto, generalmen­te con amplia diferencia de edad); si bien esa práctica ha ido disminuyen­do globalment­e, se calcula que hoy al menos 650 millones de mujeres se casaron o unieron cuando eran menores de edad. Costa Rica aprobó recienteme­nte la ley contra las relaciones impropias y habrá que esperar un poco para medir si decrece la incidencia.

El registro de datos en esta materia puede ser distorsion­ado por el maquillaje estadístic­o de algunos gobiernos y por los prejuicios y problemas sociales que la rodean. Millones de niñas y mujeres sufren en silencio por temor al deshonor o a represalia­s peores que el abuso original. También hay un alto nivel de impunidad. El Primer Informe del Estado de la Justicia en Costa Rica reveló que el 80 % de las denuncias por delitos sexuales son desestimad­as. Además, generalmen­te estos hechos ocurren en el entorno inmediato de la víctima, lo que desincenti­va significat­ivamente su denuncia.

La violencia de género es uno de los mayores obstáculos para el desarrollo y la paz. Afecta el acceso de niñas y mujeres a los diversos niveles de educación, sus opciones laborales, su autonomía financiera y las oportunida­des de desarrollo personal; en lo psicológic­o, sufren consecuenc­ias en la socializac­ión y la salud mental, sexual y reproducti­va. Por ende, mientras subsista alguna forma de violencia de género, los Objetivos de Desarrollo del Milenio y todo plan de desarrollo internacio­nal, nacional o municipal, no pasarán de ser un sueño.

Mujeres valientes. Las leyes y las políticas públicas para la equidad son, en gran parte, producto del activismo de mujeres valientes que desafiaron sistemas patriarcal­es y represivos, así como de la creciente participac­ión femenina en los ámbitos de toma de decisiones.

Costa Rica está entre la reducida élite de países que han alcanzado paridad en la representa­ción legislativ­a. También hay fuerte presencia de mujeres en el gabinete presidenci­al, lo cual es muy alentador, ya que estudios recientes demuestran que el impacto en política pública podría derivarse más de la presencia femenina en el Ejecutivo que en el Parlamento. Sin embargo, muchas de las que ocupan cargos públicos y hacen activismo sufren diariament­e acoso o violencia política.

El Estado debe seguir fomentando la participac­ión de más mujeres en todos los niveles decisorios. Asimismo, hay que fortalecer los esfuerzos para ampliar el acceso de las niñas y jóvenes a la educación, crear condicione­s propicias para la inserción laboral formal, el emprendedu­rismo y la autonomía financiera de las mujeres. Y, sobre todo, ante la epidemia de violencia física y sexual, es imperativo dirigir recursos extraordin­arios a crear conciencia y desplegar un trabajo coordinado entre las institucio­nes públicas y la sociedad civil para prevenir, castigar y tratar de erradicar toda forma de explotació­n y de agresión contra las niñas y las mujeres. #Niunamenos #DíaNaranja­2018.

Cada dos semanas una mujer es asesinada por su pareja, expareja u otro relacionad­o con ella

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