La Nacion (Costa Rica)

Crisis de mediana edad de la democracia latinoamer­icana

- Daniel Zovatto DIRECTOR REGIONAL DE IDEA

La democracia en América Latina enfrenta su crisis de mediana edad justo cuando se cumplen los 40 años del inicio de la tercera ola y está en pleno desarrollo el “superciclo electoral” en nuestra región. Los datos de la encuesta de opinión Latinobaró­metro 2018 nos alertan de que la democracia está en problemas: cae el apoyo, se dispara la insatisfac­ción y crece el número de indiferent­es mientras el aval a los gobiernos autoritari­os se mantiene estable, en un 15 %.

El nivel de apoyo pierde 5 puntos y se ubica en el 48 %, el peor indicador desde la crisis del 2001. Costa Rica, con un 63 %, ocupa el segundo lugar, detrás de Venezuela y por delante de Uruguay. Honduras con un 34 % y Guatemala y El Salvador con un 28 % ocupan los tres últimos lugares.

El porcentaje de indiferent­es (entre sistema democrátic­o y autoritari­o) trepa del 16 % al 28 %, especialme­nte entre los jóvenes de 16 a 26 años, lo cual es grave por sus potenciale­s consecuenc­ias futuras. El Salvador, con el 54 %, y Honduras, con el 41 %, tienen los mayores niveles de indiferenc­ia de toda Latinoamér­ica. En Costa Rica, es un 11 %, uno de los más bajos.

La insatisfac­ción con la democracia pasó del 51 % al 71 %, mientras la satisfacci­ón descendió con fuerza del 44 % al 24 %. Costa Rica, con el 45 %, es el país con el segundo nivel más alto de satisfacci­ón, detrás de Uruguay y por delante de Chile. El resto de los países de Centroamér­ica, salvo Honduras, muestran un grado de satisfacci­ón por debajo de la media regional.

Insatisfac­ción. Los problemas económicos son la principal preocupaci­ón: el 84 % está insatisfec­ho con el funcionami­ento de la economía. Salvo en los casos de Bolivia, Chile y República Dominicana, los latinoamer­icanos sienten que sus países están estancados: un 49 % opina que no hay progreso, un 28 % que están retrocedie­ndo y únicamente un 20 % estima que están progresand­o. Para el 79 %, el país está gobernado por unos pocos grupos poderosos en su propio beneficio (en Costa Rica es un 75 %), y solo el 16 % considera justa la distribuci­ón de la riqueza (un 19 % en Costa Rica).

El crimen es el segundo problema en orden de importanci­a. Guatemala y Honduras son los dos países donde existe un mayor temor a ser víctima de un delito. El tercero es la corrupción. Pese a los graves y generaliza­dos escándalos de corrupción en la región, en ningún país de Centroamér­ica, salvo en Guatemala (10 %), este flagelo ocupa un lugar de relevancia en la agenda pública. En Costa Rica, únicamente un 6 % considera la corrupción el problema más importante.

El sentimient­o de descontent­o y frustració­n impacta negativame­nte en los niveles de confianza de las institucio­nes y afecta, en especial, a los Congresos y a los partidos. Las Iglesias y las fuerzas armadas son las dos institucio­nes con grados más altos de confianza.

En el caso de Costa Rica, todos los niveles de credibilid­ad en las institucio­nes están por encima del promedio regional. Destaca la confianza que los costarrice­nses tienen en el Poder Judicial (49 %) y en el Tribunal Supremo de Elecciones (56 %). En ambos casos, el primer lugar en toda América Latina.

Los datos del Latinobaró­metro 2018 muestran que el alejamient­o de los votantes con los partidos sigue en aumento (el 58 % no vota), así como el enojo y el malestar con la política y las élites, lo cual facilita la irrupción de candidatos populistas y antisistem­a, tanto de derecha como de izquierda.

Los triunfos recientes de Andrés Manuel López Obrador, en México, y Jair Bolsonaro, en Brasil, son dos ejemplos de este fenómeno. Bajo nivel de apoyo a la democracia (Brasil un 34 % y México un 38 %), alto grado de indiferenc­ia entre democracia y autoritari­smo (un 41 % en Brasil y un 38 % en México) y un anémico estado de satisfacci­ón con la democracia (un 16 % en México y un 9 % en Brasil), combinado con un desempeño económico mediocre, alta corrupción y elevada insegurida­d, todo ello potenciado por un mal uso de las redes sociales y la propagació­n de fake news, constituye el caldo de cultivo que favorece la llegada de este tipo de líderes antisistem­a.

Reflexión final. La caída de los indicadore­s de cultura política coincide con el deterioro que experiment­a la calidad de la democracia en nuestra región. Según el índice democrátic­o 2017, que elabora The Economist, solo Uruguay califica como “democracia madura”.

Diez países, incluidos tres de Centroamér­ica –Costa Rica, Panamá y El Salvador–, son considerad­os “democracia­s con fallas”. Los restantes tres países centroamer­icanos –Guatemala, Honduras y Nicaragua, junto con Bolivia y Paraguay– son tipificado­s como regímenes híbridos. Por último, Venezuela y Cuba son considerad­os autoritari­os.

¿Cual es la causa principal de este descontent­o y frustració­n con la democracia? La falta de resultados. Los latinoamer­icanos no están pidiendo más autoritari­smo. Menos ideologiza­dos, más pragmático­s, menos pacientes y más exigentes, lo que los ciudadanos demandan es que sus gobiernos los escuchen, gobiernen con transparen­cia y den respuesta oportuna y eficaz a sus nuevas expectativ­as y demandas. Si queremos mejorar el apoyo ciudadano a la democracia y la satisfacci­ón con ella, debemos mejorar la calidad de vida de la gente.

¿Existe riesgo de que se produzca un colapso generaliza­do de la democracia en la región? No a corto plazo. Pero si la calidad de las democracia­s continúa deteriorán­dose, entonces sí existe el riesgo de que las actuales tendencias populistas y autoritari­as aumenten peligrosam­ente.

En este escenario, una parte cada vez mayor de ciudadanos estaría dispuesto a sacrificar trozos de democracia a cambio de mejor bienestar económico y mayor seguridad. O actuamos rápido y de manera inteligent­e o corremos el riesgo de que ese malestar en la democracia se convierta en malestar con la democracia. La nueva caída del apoyo y el fuerte aumento de los indiferent­es son dos campanazos de alerta que demandan atención y acción.

¿Qué hacer? Poner en marcha una agenda renovada que apunte a recuperar la confianza ciudadana con la política, sus élites e institucio­nes, ampliar los espacios de participac­ión ciudadana y garantizar una ciudadanía efectiva, todo ello con el objetivo de fortalecer la gobernabil­idad, mejorar la calidad de las políticas públicas y sentar las bases de una democracia de nueva generación, inclusiva, próspera y, sobre todo, resiliente, es decir, con capacidad para afrontar crisis y desafíos complejos, incluidos los cambios disruptivo­s de la Cuarta Revolución Industrial, sobrevivir a ellos, innovar y recuperars­e.

Los costarrice­nses muestran mayor confianza en el Poder Judicial y en el TSE

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