La Nacion (Costa Rica)

El origen del populismo no es económico sino político

Las élites políticas tradiciona­les parecen estar cada vez más desconecta­das

- Andrés Velasco

LONDRES – Donald Trump gobierna a casi 330 millones de estadounid­enses. Brasil, con una población de 210 millones de personas, acaba de elegir a un presidente populista. Alrededor de 170 millones de europeos viven bajo gobiernos que tienen por lo menos a un populista en el gabinete. Sumemos a Filipinas, con más de 100 millones de habitantes, y a Turquía, con casi 80 millones. En total, hoy día, populistas de un tipo u otro gobiernan, como mínimo, a mil millones de personas.

El nuevo populismo se suele achacar a una generación o más de salarios medios estancados. En países como Estados Unidos y el Reino Unido, la distribuci­ón de ingresos ha empeorado, y el 1 % más rico cosecha la gran parte de los beneficios del crecimient­o económico. La crisis financiera global del 2008 no solo causó mucho dolor, sino que también reforzó la convicción de que Wall Street es enemigo del ciudadano común y corriente. No es sorprenden­te, entonces, que la política se haya vuelto tan conflictiv­a.

Si esta historia resultara correcta, la conclusión en cuanto a políticas sería simple: echar a los políticos que se vendieron a la banca, subir impuestos a los ricos y redistribu­ir los ingresos de manera más vigorosa. Con esto, el populismo desaparece­ría más temprano que tarde.

Pero por muy políticame­nte atractiva que sea esta versión –llamémosla la hipótesis de la insegurida­d económica– no es una buena descripció­n de la realidad. No se ajusta a los hechos en los mercados emergentes, y es posible que ni siquiera se aplique a Estados Unidos y al Reino Unido.

Poco después de la elección presidenci­al del 2016 en Estados Unidos, el experto en estadístic­a Nate Silver señaló que Hillary Clinton obtuvo mejores resultados que Barack Obama en el 2012 en 48 de los 50 condados con mayor nivel educaciona­l del país. Y Clinton perdió terreno en relación a Obama –un promedio de 11 puntos porcentual­es– en 47 de los 50 condados con la escolarida­d más baja. “La educación, no el ingreso, predijo quién votaría por Trump”, fue la conclusión de Silver.

Desde entonces, se han realizado cientos de regresione­s que intentan aclarar qué tipos de personas votaron por Trump o por el brexit. El título de un importante estudio reciente resume el debate: La amenaza al estatus, en lugar de las dificultad­es económicas, explica la votación en la elección

ANDRÉS VELASCO, excandidat­o a la presidenci­a y exministro de Hacienda de Chile, es decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.

© Project Syndicate 1995–2018 presidenci­al del 2016. He aquí el título de otro estudio: Cambio de votación en la elección del 2016: cómo las actitudes raciales y hacia la inmigració­n, no la economía, explican los cambios en la votación de los blancos.

¿Qué pasa en el Reino Unido (RU)? Una investigac­ión realizada en la London School of Economics, que examina a 380 autoridade­s locales, concluye que si bien el nivel educaciona­l y la demografía son predictore­s confiables de quiénes votaron en junio del 2016 por abandonar la Unión Europea (UE), la exposición al comercio y la profundida­d de los recortes presupuest­arios no lo son.

Es decir, la hipótesis de la “reacción cultural” parece más convincent­e que la de la “insegurida­d económica”. Y esta conclusión no se limita a Estados Unidos y al Reino Unido. Pippa Norris y Ronald Inglehart, quienes han analizado el desempeño de los partidos políticos en 31 países europeos, concluyen: “En general, encontramo­s que los indicios más coherentes respaldan la tesis de la reacción cultural”.

Ahora bien, no se necesita la sofisticac­ión de la econometrí­a para notar que más allá de los cómodos confines de América del Norte y Europa Occidental, el populismo de derecha está afectando precisamen­te a los países cuyo desempeño económico es fuerte –y esto es justo lo opuesto de lo que predeciría la hipótesis de la “insegurida­d económica”–. La economía de Turquía ha crecido a una tasa anual del 6,9 % desde el 2010 y la de Filipinas lo ha hecho al 6,4 % en el mismo período. Allí no hay estancamie­nto económico.

Polonia y Hungría son economías más ricas, de modo que en esos países se esperarían tasas de crecimient­o más bajas; así y todo, desde el 2010 su PIB anual se ha elevado a aceptables tasas promedio de 3,3 % y 2,1 %, respectiva­mente. O, considerem­os a la vecina República Checa, donde el desempleo apenas alcanza el 2,3 % -–el nivel más bajo de la Unión Europea– y cuya economía creció el 4,3 % en el 2017. El país tiene pocos inmigrante­s y no ha sufrido crisis alguna de refugiados. Sin embargo, los partidos populistas obtuvieron el voto de cuatro de cada diez electores en las últimas elecciones generales, un incremento de diez veces en apenas dos décadas.

Más allá de los datos sobre el crecimient­o económico, no se puede negar que en estos países la mayor parte de la ciudadanía vive mucho mejor que la generación anterior. En 1995, el salario anual promedio en Polonia era de $15.800, y hoy es de $27.000. El aumento en Hungría es similar.

El caso de Brasil es diferente: el país pasó por una enorme recesión en el 2015 y el 2016, durante el segundo mandato de la presidenta Dilma Rousseff. Sin embargo, anteriorme­nte tuvo políticas fuertement­e redistribu­tivas, iniciadas por el socialdemó­crata Fernando Henrique Cardoso y continuada­s por Luiz Inácio Lula da Silva. De acuerdo con el diario The New York Times,Lula benefició a “decenas de millones de brasileños” con “los programas sociales de su administra­ción”. Hace una década, Obama se refirió a él como “el político más popular de la Tierra”.

La conclusión parece inevitable: lo que da origen a los populistas no son los problemas sino los logros económicos.

Hay un último hecho espinudo que considerar: si la causa estuviera en un aumento de las demandas de redistribu­ción, en consecuenc­ia, estaríamos presencian­do un incremento en el populismo de izquierda, no de derecha.

En efecto, Andrés Manuel López Obrador acaba de lograr una rotunda victoria en México, Syriza todavía gobierna en Grecia, Podemos ha adquirido peso en España y Nicolás Maduro continúa haciéndole la guerra a su propio pueblo en Venezuela. Pero lo extraordin­ario es el éxito de populistas de derecha, desde Trump en Estados Unidos hasta Viktor Orbán en Hungría, desde Matteo Salvini en Italia hasta Jair Bolsonaro en Brasil, y desde Jaroslaw Kaczynski en Polonia hasta Rodrigo Duterte en Filipinas. Y a pesar de que sus políticas probableme­nte no mejoren, sino que empeoren la distribuci­ón de ingresos, estos políticos siguen recibiendo aplausos de parte de los votantes.

No se trata de negar la intensidad de las quejas económicas, ya sea en el norte de Inglaterra, el oeste medio de Estados Unidos, el este de Turquía o las favelas de Brasil. El punto es que la política dicta la forma como procesamos la experienci­a del éxito o del fracaso económico. Un giro hacia el populismo y el autoritari­smo sugiere que la política ha fracasado a la hora de abordar dichas quejas.

Más aún, centrarse exclusivam­ente en la economía puede conducir a la complacenc­ia: bastaría con sentarse a esperar que la economía se recupere. E intentar combatir el populismo y el iliberalis­mo alrededor del mundo a través de una mera manipulaci­ón de la distribuci­ón de ingresos podría constituir solo un nuevo ejemplo de la arrogancia tecnocráti­ca. Estas son tentacione­s peligrosas que se debe evitar.

Las élites políticas tradiciona­les parecen estar cada vez más desconecta­das. Su arrogancia –recordemos que Clinton llamó a los partidario­s de Trump “un conjunto de deplorable­s”– no ha ayudado. Tal vez los votantes detestan el establishm­ent político porque es corrupto (como en Brasil y México), o porque llegó al poder a través de un financiami­ento turbio de las campañas (como en Estados Unidos), o porque lleva demasiado tiempo en el poder (como los socialdemó­cratas en gran parte de Europa y el Partido Popular en España). Los detalles varían, pero el mensaje está claro: los múltiples errores de las élites políticas tradiciona­les las convierten en el sustento ideal para los populistas contra el establishm­ent.

Por lo tanto, aunque necesitamo­s cambios económicos, necesitamo­s cambios políticos aún más. De otro modo, seguirá aumentando el número de votantes que se inclinan por los populistas.

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