La Nacion (Costa Rica)

Feroz escalada en Nicaragua

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Sobre un saldo aterrador, Daniel Ortega ataca ahora a las organizaci­ones y medios independie­ntes de Nicaragua.

Como si los centenares de asesinatos y encarcelam­ientos políticos, torturas, exiliados, agredidos, purgados y perseguido­s que se acumulan desde el 18 de abril no fueran suficiente­s, el régimen de Daniel Ortega ha emprendido una nueva y feroz escalada represiva durante las últimas semanas. Esta vez, el blanco han sido medios de comunicaci­ón independie­ntes y organizaci­ones civiles que defienden los derechos humanos e impulsan diversas reivindica­ciones sociales. Pero el objetivo es el mismo: mantenerse en el poder a pesar del abrumador rechazo del pueblo, el colapso económico y el creciente aislamient­o internacio­nal; es decir, apuntalar una dictadura carcomida, ilegítima y perversa, no importa el sufrimient­o que deban afrontar sus conciudada­nos.

La pasada semana, luego de que la Asamblea Nacional, controlada por la camarilla gobernante, retirara la personería jurídica a nueve organizaci­ones no gubernamen­tales (ONG), la Policía del régimen inició una feroz batida en su contra, con allanamien­tos, secuestro de documentos y equipos, destrucció­n de bienes y amenazas a sus miembros. Entre las entidades asaltadas por la Policía del régimen, la noche del jueves y la madrugada del viernes, están la Fundación del Río, en San Juan del Sur; el Instituto de Liderazgo de las Segovias, en Nueva Segovia; y, en Managua, la Fundación Popol Na, el Instituto para el Desarrollo y la Democracia (Ipade), el Centro de Investigac­ión de la Comunicaci­ón (Cinco) y el Centro Nicaragüen­se de los Derechos Humanos (Cenidh).

De manera simultánea, la Policía arrasó las oficinas del semanario Confidenci­al y los programas de televisión Esta Noche y Esta Semana, dirigidos por el reconocido periodista independie­nte Carlos Fernando Chamorro, a pesar de que no existía ninguna orden legal en su contra. Y para hacer más evidente el ensañamien­to oficial contra la prensa libre y un profesiona­l particular­mente destacado en su ejercicio, al día siguiente, cuando Chamorro y sus colaborado­res llegaron a la sede de la Policía Nacional a pedir explicacio­nes y exigir que se les devolviera­n sus documentos y equipos, la respuesta fue un ataque de grupos antimotine­s, que los expulsaron con violencia.

Las agresiones contra los periodista­s han sido parte del guion terrorista y represivo seguido por Ortega y sus secuaces desde que, el 18 de abril, estallaron una serie de manifestac­iones populares en su contra. La Fundación Violeta Barrios de Chamorro contabiliz­ó, entre el inicio de las protestas y el 18 de octubre (fecha de su más reciente corte), 420 agresiones y amenazas de distinta índole contra 261 periodista­s; entre ellas, el cierre de varios medios radiofónic­os. La acción contra Chamorro no es sino la más grave de estas acciones, por la prominenci­a del periodista y sus medios y por la forma tan descarada como se produjo. También hasta mediados de octubre, la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) había documentad­o 325 muertos por la acción represiva del Estado; a finales de noviembre, la cifra divulgada por la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos (ANPDH) se elevó a 545.

Paulo Abrão, presidente de la CIDH, ha calificado esta nueva oleada como la aceleració­n de la cuarta fase represiva en Nicaragua, que describió de esta manera: “La consolidac­ión de un Estado de excepción con decretos policiales o actos legislativ­os que intentan mantener la apariencia de legalidad para medidas que restringen y afectan los contenidos esenciales de los derechos humanos”.

Lo anterior implica, por desgracia, mayores limitacion­es y menor libertad contra los nicaragüen­ses, así como un escalamien­to de la incertidum­bre en el país vecino, con más consecuenc­ias negativas para Costa Rica. A la vez, revela la absoluta ilegitimid­ad del régimen, la carencia de suficiente base social para mantenerse en el poder por mecanismos civilizado­s, su incapacida­d para gobernar con un mínimo de respeto por la legalidad y la institucio­nalidad y la total ruptura del precario “contrato” que existía entre Ortega y algunos sectores de poder en Nicaragua. Es decir, el incremento de la represión es resultado de su creciente debilidad. Sin embargo, y por desgracia, esto no quiere decir que esté dispuesto a dejar el poder. Al contrario, cada vez se ha atrinchera­do más en él, y nos tememos que vendrán tiempos aun peores antes de que se produzca un cambio, que esperamos sea pacífico y garantice tiempos mejores.

Sobre un saldo aterrador, Ortega ataca ahora a las organizaci­ones y medios independie­ntes

La nueva represión revela su determinac­ión de seguir en el poder a sangre y fuego

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